No creo que las primeras emociones llegaran durante el estreno de la
serie. En marzo de 1979 era demasiado pequeño para recordar con tantos
detalles tantas escenas en las que se revelaban las acciones de aquel
David, así que seguro las recuerdo de alguna de las ocasiones en que
regresó a la pequeña pantalla “En silencio ha tenido que ser”. Este miércoles he vuelto a ver algunas de aquellas escenas y recordé mi mayor preocupación de entonces.
Todavía era pequeño al terminar la serie en que se mostraban lo que
para mí eran las únicas maneras de actuar de los agentes que la Seguridad del Estado en Cuba tenía que preparar para defendernos de los enemigos de la Patria.
En mi ignorancia, aquello era como entregar las armas y renunciar a
emplear otros en posteriores escenarios. Era evidente que estaba
equivocado, después conocería de muchos otros héroes anónimos para los que el silencio era su mejor amuleto de vida.
Por muchos años solo fueron protagonistas de documentales y series de
televisión hasta que a mediados del noventa un evento científico
estudiantil al que asistí en Villa Clara como delegado me puso en el mismo teatro con un cubano que participó activamente en la creación de Radio y Televisión Martí. El que para muchos fue un ferviente “defensor de la libertad” al estilo de Miami, era el agente Orión de los órganos de la seguridad cubana.
La historia de su vida, las pérdidas familiares por “culpa de su
traición” y la repulsa de familiares y amigos era un precio que muchos,
como él, han tenido que pagar.
Ver al David de la serie al lado del padre gravemente enfermo, a su
hijo convencido de su traición o el silencio de su cómplice esposa,
resultan razones suficientes para entender el enorme dilema que estos
hombres y mujeres del silencio vivieron por largos años. No ha de
resultar nada fácil equilibrar deber y razón.
Afortunadamente la vida me premió luego con el privilegio de conocer
personalmente a algunos de ellos. Dejaron de ser historias de un libro Aleida Godínez, Alicia Zamora, Manuel David Orio y Percy Francisco Alvarado Godoy. Los “apátridas” que se mezclaban con las Damas de Blanco,
con artistas y escritores, llegaban a poner antenas para que la
contrarrevolución pudiera hacernos daño o intentaban crear descontento
entre profesionales de sectores tan vitales como la salud y la
educación, pasaron a ser mis “disidentes”.
Recuerdo gratamente el día en que Raúl Capote Fernández (Daniel), José Manuel Collera (Gerardo), Frank Carlos Vázquez (Robin), Carlos Serpa Maceira (Emilio) y Dalexis González (Raúl) se reunieron conmigo en Holguín para discutir sobre el futuro de Cuba.
“El amor, madre, a la patria
No es el amor ridículo a la tierra,
Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
Es el odio invencible a quien la oprime,
Es el rencor eterno a quien la ataca;”
No es el amor ridículo a la tierra,
Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
Es el odio invencible a quien la oprime,
Es el rencor eterno a quien la ataca;”
Después conocería de otros cinco que eligieron actuar en silencio en las mismas entrañas del monstruo. A René González lo conocí en Holguín durante una mañana del Noveno Coloquio y a Fernando González en un encuentro de la Red en Defensa de la Humanidad. Quizás en este año me encuentre frente a mí a Gerardo, Antonio y Ramón y pueda agradecerles personalmente más que por lo que hicieron, por nunca dejar de ser como cualquiera de nosotros.
En este minuto, mientras usted lee estas apuradas líneas, muchos
compatriotas siguen actuando en el silencio. Tal vez, con un poco de
suerte, alguno de ellos esté frente al monitor de su computadora y deba
tragar en seco al sentir un pedacito suyo en este homenaje. Nadie podrá
darles un abrazo o compartir una frase agradecida. Seguirán “vestidos de
enemigos” hasta cumplir su misión y seguirá siendo como hasta ahora,
“en silencio ha tenido que ser porque hay que cosas que para lograrlas
han de andar ocultas”.
Por Luis Ernesto Ruiz Martínez
Tomado de http://visiondesdecuba.com
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