Los oficiales de la Agencia Antidroga de Estados Unidos –la histórica
DEA; la de las tres letras, para los criminales mexicanos– son expertos
en la historia del narcotráfico y no se dejan llevar por la última
moda. Para ellos el capo más brillante, el mafioso número uno por
ingenio y por espíritu empresarial, no es el “Chapo” Guzmán, sino un
muerto al que se le conocía con el elevado nombre de “El Señor de los
Cielos”, Amado Carrillo Fuentes, jefe del Cártel de Juárez, fallecido a
los 40 años en 1997 durante una operación de cirugía estética que se
hizo en el DF para cambiarse de aspecto.
Así lo recuerda Mike
Vigil, un agente antinarcóticos que se pasó años y años persiguiéndolo.
“Amado siempre estaba 10 pasos por delante de la DEA y del Gobierno de
México. Lo hacía tan bien que hasta tenía un estilo… digamos que
elegante. (…) Era como un neurocirujano del narcotráfico”.
La DEA
en México (Grijalbo, 2013) es un libro sobre la historia de este
organismo en el País que hoy en día es considerado como el cetro de los
cárteles de la droga.
Su autor es Jesús Esquivel, corresponsal en
Washington del semanario mexicano Proceso. “Más que hablar del narco es
un trabajo para desenmascarar la imagen que se tiene de los agentes de
la DEA como agentes secretos, como si fueran de la CIA”, dice por
teléfono desde la capital de EU.
“No son eso. Son gente común.
Quise contar cómo trabajan, cómo han tenido éxitos y fracasos, cómo han
sido traicionados por el gobierno mexicano, al que le pasan información
sobre criminales y que luego (cuando el objetivo se escabulle) les dice
ay se me peló, o se me fue, o no lo agarré…”.
Esquivel ha
entrevistado a más de una docena de agentes en activo o jubilados de la
DEA para entender cómo funciona la agencia en México y para dar un
retrato natural, sin efectos de home cinema, de los tipos que la
componen.
"Uno de ellos me dijo, qué bueno que acabes con este
mito, porque somos cabrones normales y corrientes como todo el mundo”,
cuenta el reportero.
En México, un País con un fino gusto por las
elucubraciones en torno a la trastienda del poder, la imagen popular de
los agentes antinarcóticos estadounidenses tiende a ser un pelín
fantasiosa, según dice Esquivel:
“Para los mexicanos son una
especie de James Bond, agentes secretos que andan en los oscuro y que
saben todo, que usan relojes con grabadora –o hasta con un arma–, y eso
se dio porque los medios de comunicación nos hemos encargado de
construir ese mito”.
En su libro, Esquivel muestra a los agentes
de la DEA como gente que trabaja duro, convencida –hasta llegar a un
punto algo ingenuo para la mirada desengañada de un mexicano– de que su
labor es evitar que los malos metan droga en sus amados EU y con el
equilibro suficiente de miedo, inteligencia y valor para infiltrarse en
el mundo de los narcotraficantes e investigar desde dentro su negocio.
Cuenta
el periodista que los policías antidroga no empiezan acercándose al
gran capo, lógicamente, sino a los narquillos menudos, y que para
acomodarse al ambiente en el que se mueven estos obreros de las mafias
ellos mismos se visten con el estereotipo norteño del sombrero tejano,
el cinturón con hebilla y las botas de cuero.
Los tratos se
platican en restaurantes –“muchas transacciones se hicieron entre
tequilas y mujeres”, cuenta Jesús Esquivel–, los rumores son el menú
diario de información que hay que ir seleccionando como se saca el grano
de la paja y la misión es una tarea sin fecha de caducidad: “No tienen
límite”, dice el autor de La DEA en México; “a mí me contaron que una
vez se tardaron casi tres años investigando unos cargamentos de barcos
que venían de Colombia”.
-¿Cómo un estadounidense rubio puede infiltrarse en el ecosistema moreno del narcotráfico mexicano?-
“Eso
es algo de lo que se quejan los agentes hispanos de la DEA, que mandan a
anglosajones que medio hablan español y que es difícil que operen bien
en México. Pero también esto es una navaja de doble filo, porque muchos
de estos agentes se hacen pasar por compradores de droga e incluso les
funciona que los vean bien gringos”, explica el corresponsal de la
revista Proceso.
-¿Los de la DEA creen que se puede atrapar al
“Chapo” Guzmán, el criminal que ha aparecido en la lista Forbes de los
multimillonarios del mundo, el mafioso de baja estatura que se escapó de
la cárcel metido en un carrito de lavandería, el todopoderoso capo del
cartel de Sinaloa?-
“Ellos dicen que el Gobierno mexicano no
lo ha agarrado porque no ha querido”, responde Esquivel. “La mejor
manera de agarrar a un capo es investigar el dinero de sus casas, de su
patrimonio, de sus familiares, y así llegas a la raíz; pero los agentes
de la DEA creen que no lo hacen porque los órganos de investigación son
corruptos”.
Jesús Esquivel dice que los hombres de la DEA también
tienen miedo. En la memoria de todo policía antinarcóticos gringo que
trabaje en México está el recuerdo de la tortura y ejecución a manos de
narcos del agente encubierto Enrique Kiki Camarena en 1985, el único
miembro de la DEA asesinado en territorio mexicano.
De todos
modos, según el reportero, la gente de la DEA sabe que, si bien no es
inmune, el hecho de ser policías de Estados Unidos los convierte en una
pieza de caza poco deseable, teniendo en cuenta la capacidad de
respuesta que tiene su poderoso vecino del norte. “Los verdaderos narcos
no son tontos, son empresarios, y un auténtico cartel no los va a tocar
porque saben que eso sería como agarrar a patadas en los huevos al
diablo”.
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