domingo, 20 de septiembre de 2015

¿Por qué tres Papas en veinte años?

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En menos de veinte años, tres Papas han visitado Cuba. Algo realmente sorprendente, si se tiene en cuenta que este archipiélago es un país geográfica y demográficamente pequeño, y tiene un número de católicos relativamente reducido en comparación con otras naciones de América Latina.

Tras cuatro siglos de colonialismo durante los cuales la religión oficial, con total exclusividad, era el catolicismo, surgió en Cuba una república “independiente” bajo la protección y control de los Estados Unidos, en la que la sociedad cubana, de hecho, conservó ese signo confesional durante la primera mitad del Siglo XX.

Pese a que las Constituciones de 1902 y 1940 estipulaban la separación entre el Estado y la iglesia, en sus textos se identificaba la moral cristiana como normativa ética de lo social, en detrimento de cualquiera otra moralidad no cristiana, desconociendo la diversidad cultural, moral y religiosa que exigía una comunidad tan plural en términos de etnias, cultos y tradiciones.

El proceso de formación de la nacionalidad, la lucha por la ndependencia de España y las sucesivas etapas de construcción de un proyecto nacional independiente como el socialista actual, se han caracterizado por una orientación secular, hasta cierto punto anticlerical. Esto no significa que lo religioso haya estado ausente de las motivaciones de los patriotas, sino que los objetivos se han formulado siempre sobre bases laicas.

La primera vez que en Cuba se proclamó la separación entre el Estado y la Iglesia como principio constitucional fue durante la República en armas, cuando se luchaba contra el régimen colonial, español…y católico.

Las relaciones entre la iglesia católica y el gobierno de la revolución que tras cruenta lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista asumió el poder en 1959, han pasado por duras pruebas y tensos momentos.

Las transformaciones sociales generadas por la revolución y el desarrollo de su proyecto independentista y socialista, tuvieron gran impacto en el proceso de desacralización de la naturaleza. Por su carácter renovador de tradiciones, costumbres y de la cultura en general, la revolución tuvo un efecto secularizador de la sociedad. Las acciones legislativas y prácticas de la revolución, como la ley de nacionalización de la enseñanza, limitaron el espacio social de la religión católica en Cuba, y lo ampliaron para otras -como las espiritistas, las asociadas a religiones de tipo africano y las pentecostales- que lograron acceso a espacios públicos a los que antes habían tenido muy pocas posibilidades de llegar por las condiciones de monopolio cristiano y católico.

Basta recordar que, antes de 1959, el Código penal cubano registraba como agravante de delito el practicar “brujería”, término con el que la cultura cristiana predominante identificaba a las religiones originadas en África, muy extendidas en Cuba, sobre todo en los sectores más empobrecidos.

En 1991 el IV Congreso el Partido Comunista de Cuba, rectificó errores sectarios cometidos al calor de los enfrentamientos iniciales y modificó sus estatutos declarándose una organización laica y no atea, al tiempo que eliminó las trabas al ingreso de personas con creencias religiosas en esa formación política.

Como resultado de todo ello, en medio de una situación de aparente contracción del espacio social de la religión, la revolución cubana creó condiciones legales y sociales básicas para un verdadero pluralismo religioso, sin distinción confesional ni institucional, y para algo que nunca antes había existido en el país y de lo que escasas naciones se pueden vanagloriar: una libertad religiosa real. Hay que reconocer que el Vaticano ha promovido una política muy constructiva de relaciones con Cuba, luego de algunos episodios iniciales promovidos por la fuerte influencia del papa Pio XII y las ideas fascistas de clérigos españoles insertados en la jerarquía católica cubana.

Pero la positiva práctica actual no comenzó a resultas de la visita de Juan Pablo II en 1998, como se ha escrito algunas veces, sino después del Segundo Concilio del Vaticano (1962-1965), y en ello es justo reconocer que fue esencial el papel del entonces recién designado Nuncio Apostólico en La Habana, monseñor Cesare Zacchi, hoy considerado “arquitecto de la pacificación entre la iglesia y el Estado en Cuba”.

El magno recibimiento popular y oficial tributado a Francisco en La Habana parece confirmar pronósticos de que Latinoamérica y los pueblos humildes de todo el mundo podrán contar con el apoyo moral y ético de este carismático guía del catolicismo mundial dispuesto a limpiar y renovar a fondo la imagen de su iglesia acercándola a los pobres. Ahora que las élites estadounidenses quieren hacer retroceder la historia en los países latinoamericanos que están en proceso de liberarse de la tutela del norte, este respaldo pudiera ser de mucha trascendencia.

Manuel E. Yepe

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