Fabric Aguilar, asesinado |
Dentro
de unos días, inevitablemente, los
diferentes periódicos y cadenas televisivas del mundo recordarán los tristes y
oscuros sucesos del 11 de septiembre neoyorquino, trayendo a la opinión pública
imágenes aterradoras de aviones estrellándose contra el World Trade Center y el
Pentágono, recuentos de las víctimas calcinadas y desaparecidas entre amasijos
de concreto y acero, y las todavía vivas especulaciones sobre quiénes fueron
los verdaderos responsables de tan brutal hecho. A las preguntas sin respuestas
y al dolor de los familiares de los inmolados salvajemente, se sumarán las
críticas dirigidas a la Casa Blanca y a
su orquestado andamiaje antiterrorista por su incapacidad mil veces cuestionada
de encontrar a los organizadores del crimen. Hoy por hoy, deambulando el odio y
la irracionalidad yanqui por Afganistán e Irak, amenazado el mundo por la
prepotencia, descubiertas patrañas y falsos argumentos para hacer guerras
injustas, las heridas no han sanado.
Mucho
sufrió aquel día el pueblo norteamericano, es cierto, y con él el mundo entero.
Sólo entonces se tomó plena conciencia del dañino y tenebroso flagelo del terrorismo. Tenía que ocurrir ese ingrato
holocausto para que la humanidad toda comprendiera la necesidad de acabar con
él, aunque no haya tomado todavía plena conciencia de sus verdaderas causas.
Sin embargo, el terrorismo no sólo ha dañado al norteamericano, ni los hogares
de Washington y Nueva York son los únicamente lastimados. Cuba lo ha sufrido y
son pocos los que han levantado un dedo para condenarlo. Es por ello que da
mucha pena que sólo se lamente el mundo
por unas víctimas y discrimine a las otras, que reclame venganza y
justicia para unos muertos y soslaye la pena de tantas familias cubanas que lo han sufrido de forma cotidiana y
permanente. Tal parece que la exclusividad del dolor le pertenece a unos pocos
y el de los otros, los marginados por estrechos raseros ideológicos del poder
mediático, sea ignorado.
Para
los cubanos no sólo ha habido un 11 de septiembre. Los miles de muertos y
heridos ocasionados por el terrorismo en la Isla, paradójicamente financiado o
permitido por los Estados Unidos, han
sido víctimas en cada año, en cada mes, en cada día. Por eso es difícil para mí
encasillarme en un período de tiempo para hablar de víctimas cubanas del
terrorismo, aunque me lo imponga el propósito de establecer analogías
necesarias para entender que no sólo en Estados Unidos se ha padecido ese
flagelo, que no sólo allí se ha llorado a un muerto inocente asesinado por el
terror desenfrenado de gentes sin escrúpulos.
Me
limitaré, entonces, a citar algunos casos dolorosos, tomados al azar, pero
capaces de hacernos entender la crueldad de la guerra sucia declarada contra
Cuba durante más de cinco décadas por Estados Unidos, haciendo uso de la mafia
terrorista de Miami. Esos criminales se pasean hoy por las calles de ciudades
norteamericanas y nadie los molesta. Estos casos explican por sí solos porqué
en Cuba también ha habido septiembres tristes.
Una
víctima de ese terrorismo criminal lo fue el joven maestro Fabric Aguilar
Noriega, con 27 años de edad y en plena flor de la vida. No tuvo tiempo de
vivir la casa nueva que le entregó la Revolución en la ciudad de Santa Clara.
La madrugada del 5 de septiembre de 1963, dos aviones procedentes de los
Estados Unidos lanzaron su carga de muerte sobre los inocentes moradores de
esta urbe. Un artefacto que cayó sobre el apartamento 7-A, del bloque 1,
ubicado en Avenida 7 de Noviembre y calle Nueva Gerona, Santa Clara, le cegó la vida y dañó salvajemente a tres de
sus pequeños hijos. Los terroristas procedentes de la Florida asesinaron a un
hombre joven e hirieron a los hijos de
éste: Sofía (3 años de edad), Abraham (dos) y Francisco (cinco).
El
salvaje asesinato de Fabric fue lamentado sólo por los cubanos. Ni el gobierno
norteamericano ni los que hoy condenan el terrorismo, levantaron un solo dedo
hacia los victimarios, entre los que se encontraba Orlando Bosch Ávila,
residente en EE UU. En silenciosa complicidad, callaron.
Un
año después, el 12 de septiembre de 1964, fue atacado por varias lanchas
artilladas el buque español “Sierra de Aranzazu”, a sólo 75 millas de Maisí,
Guantánamo. Dentro de su carga había un importante cargamento de juguetes. Como
resultado del criminal ataque contra un barco extranjero, murió el capitán
Pedro Ibargurengonitía y fueron heridos varios tripulantes. Las víctimas
también fueron miles de niños cubanos, entre ellos los convalecientes hijos de
Fabric Aguilar Noriega, que se quedaron sin muñecas y otros juguetes. Tampoco
esta vez se persiguió a los terroristas, aunque se supo que procedían de los
Estados Unidos.
El
11 de septiembre de 1980 fue asesinado en Nueva York el diplomático cubano
Félix García Rodríguez, funcionario acreditado ante la ONU, mientras conducía
su auto por una calle de Queens. Con independencia de que la organización
contrarrevolucionaria Omega-7 se adjudicó el detestable asesinato y el propio
FBI conoció los planes de la misma, el asesino Pedro Crispín Remón evadió la
responsabilidad penal. Hoy este criminal se encuentra en Panamá esperando el
inicio de un juicio por intentar asesinar, junto a Luis Posada Carriles, Gaspar
Jiménez Escobedo y Guillermo Novo Sampoll, al presidente cubano Fidel Castro. Existen
plenas evidencias de que pretende evadir nuevamente a la justicia en
complicidad con la mafia terrorista de Miami y funcionarios panameños.
Los
propios asesinos de de Omega 7 se
adjudicaron otros hechos terroristas ocurridos un año después en las ciudades
de Chicago y Miami. Ni aún así la justicia norteamericana tomó cartas en el
asunto. Eran, sin lugar a dudas, expresiones del doble rasero con el que los
Estados Unidos interpretan el terrorismo.
Varios
años después, el 4 de septiembre de 1997, fue detenido el terrorista
salvadoreño Raúl Ernesto Cruz León, quien colocó varios artefactos explosivos
en hoteles de la capital cubana. Las explosiones provocaron cuantiosos daños
materiales en los hoteles Copacabana, Tritón, Chateu Miramar y la Bodeguita del
Medio. En esta oportunidad murió l joven turista italiano Fabio di Celmo.
Durante el juicio que se siguió a este criminal se pudo comprobar que estos
abominables hechos fueron organizados por la Fundación Nacional Cubano
Americana y Luis Posada Carriles. En esta oportunidad sufrieron los daños
provocados por el terrorismo los cubanos y una noble familia italiana.
Muchos
otros hechos terroristas pudieran haberse llevado a cabo, pero sus ejecutores
fueron capturados en el momento de penetrar ilegalmente en territorio nacional.
En septiembre, precisamente, se llevaron a cabo las siguientes detenciones:
· El 4 de septiembre de 1994 fueron detenidos
dos contrarrevolucionarios cubanos procedentes de Miami, José Benito Menéndez del Valle e
Irelio Marcelino Barroso Medina, quienes intentaban penetrar a territorio
nacional por Cayo Palo Quemado, en el municipio de Caibarién, provincia de
Villa Clara. Sus propósitos eran formar bandas contrarrevolucionarias y
desarrollar acciones de corte terrorista.
· El 16 de septiembre de 1996 es capturado
otro terrorista proveniente de Estados Unidos, el que penetró por Punta Alegre,
provincia de Ciego de Ávila, con gran cantidad de armas y explosivos.
Septiembre
pues, amigo lector, también ha aportado tristezas a Cuba y ninguno de los
actuales adalides de la lucha internacional contra el terrorismo hizo algo por
condenarlo o evitarlo. Cuba tuvo que defenderse por sí sola. Para ello contó
con la valentía de un grupo de cubanos dignos que marchó a las propias entrañas
del monstruo e infiltró a los grupos
contrarrevolucionarios implicados en esta política criminal. Dentro de este
destacamento de combatientes anónimos y heroicos descollaron René, Ramón, Fernando,
Tony y Gerardo, quienes últimos cuatro guardan injusta prisión en cárceles norteamericanas, mientras René está sometido a libertad condicionada,
por los únicos delitos de luchar contra el terrorismo y defender de éste a su
glorioso pueblo. Estos Cinco Héroes fueron capturados en Miami el 12 de septiembre de 1998. También septiembre se cebó con ellos y contra nuestro propio pueblo.
Percy Francisco Alvarado Godoy