Pequeñas instalaciones secretas e inaccesibles con pocos soldados
es la actual estrategia del Pentágono para mantener su hegemonía en el mundo.
Desde las costas chilenas a las selvas de Honduras, de los desiertos de
Mauritania a las pequeñas Islas Cocos de Australia, Estados Unidos ha instalado
más de 50 bases nenúfares y aspira a construir decenas de más. Una “una red
mundial de fuertes fronterizos”, cuyo costo anual es de 250.000 millones de
dólares. En Chile la avanzada la tienen en el Fuerte Aguayo, de la Armada
chilena en Concón, donde mantienen un “Centro de Operaciones para Fuerzas de
Paz”.
Lo
primero que vi el mes pasado cuando entré en el avión de carga C-17 gris oscuro
de la Fuerza Aérea fue un vacío, algo faltaba. Faltaba un brazo izquierdo, para
ser exacto, cortado a la altura del hombro, temporalmente parchado y unido.
Carne gruesa, pálida, manchada de un rojo brillante en los bordes. Parecía carne
cortada en pedazos. La cara y lo que quedaba del resto del hombre estaban
ocultas por mantas, un edredón con la bandera de Estados Unidos y un revoltijo
de tubos y cintas, alambres, bolsas de goteo y monitores médicos.
Ese
hombre y otros dos soldados gravemente heridos –uno con dos muñones donde había
habido piernas, el otro al que le faltaba una pierna bajo el muslo– estaban
entubados, inconscientes y acostados en camillas colgadas de las paredes del
avión que acababa de aterrizar en la Base Aérea Ramstein, de Alemania. Un
tatuaje en el brazo restante del soldado decía: “Muerte Mejor Que
Deshonra”.
Pregunté
a un miembro del equipo médico de la Fuerza Aérea por las víctimas semejantes
que ven. Muchas, como en este vuelo, provienen de Afganistán, me dijo. “Muchas
del Cuerno de África”, agregó. “En realidad, los medios hablan muy poco de
eso”.
“¿De
dónde de África?”, pregunté. Dijo que no lo sabía exactamente, pero sobre todo
del Cuerno, a menudo con heridas graves. “Muchos de Yibuti”, agregó,
refiriéndose a Camp Lemonnier, la principal base militar de Estados Unidos en
África, pero también de “otros sitios” de la región.
Desde
las muertes retratadas en la película La caída del halcón negro, en Somalia,
hace casi 20 años, hemos oído poco, si algo, sobre víctimas militares
estadounidenses en África (fuera de una extraña información de la semana pasada
sobre tres comandos de operaciones especiales muertos, junto con tres mujeres
identificadas por fuentes militares de Estados Unidos como “prostitutas
marroquíes”, en un misterioso accidente automovilístico en Mali). La creciente
cantidad de pacientes que llegan a Ramstein desde África descorre una cortina
sobre una significativa transformación en la estrategia militar de Estados
Unidos para el siglo XXI.
Es
probable que esas víctimas sean la vanguardia de cantidades crecientes de
soldados heridos provenientes de sitios muy alejados de Afganistán e Irak.
Reflejan el creciente uso de bases relativamente pequeñas como Camp Lemonnier,
que los planificadores militares ven como un modelo para futuras bases de
Estados Unidos “esparcidas”, como explica un académico, “por regiones en las
cuales Estados Unidos no ha mantenido anteriormente una presencia
militar”.
Están
desapareciendo los días en los que Ramstein era la base simbólica de Estados
Unidos, un coloso del tamaño de una ciudad repleto de miles o decenas de miles
de estadounidenses, supermercados, Pizza Huts y otras comodidades. Pero no
imaginen ni por un segundo que el Pentágono está haciendo las valijas,
reduciendo su misión global y volviendo a casa. En los hechos, sobre la base de
los eventos de los últimos años, es posible que sea todo lo contrario. Mientras
disminuye la colección de bases gigantes de la era de la Guerra Fría, la
infraestructura de bases en ultramar ha estallado en tamaño y
alcance.
Sin que
lo sepa la mayoría de los estadounidenses, la creación de bases en todo el
planeta está aumentando, gracias a una nueva generación de bases que los
militares llaman “nenúfares” (como cuando una rana salta a través de un estanque
hacia su presa). Son pequeñas instalaciones secretas e inaccesibles con una
cantidad restringida de soldados, comodidades limitadas y armamento y
suministros previamente asegurados.
En todo
el mundo, de Yibuti a las selvas de Honduras, de los desiertos de Mauritania a
las pequeñas Islas Cocos de Australia, el Pentágono ha estado buscando tantos
nenúfares como puede, en tantos países como puede, lo más rápido posible. Aunque
cuesta hacer las estadísticas, en vista de la naturaleza frecuentemente secreta
de esas bases, es probable que el Pentágono haya construido más de 50 nenúfares
y otras pequeñas bases desde el año 2000, mientras explora la construcción de
docenas más.
Como
explica Mark Gillem, autor de America Town: Building the Outposts of Empire, el
nuevo objetivo es “evitar” las poblaciones locales, la publicidad y la posible
oposición. “Para proyectar su poder”, dice, Estados Unidos quiere “puestos
avanzados aislados e independientes ubicados estratégicamente” en todo el mundo.
Según algunos de los más fuertes propugnadores de la estrategia en el Instituto
de la Empresa Estadounidense, el objetivo debe ser “crear una red mundial de
fuertes fronterizos”, con los militares estadounidenses, “la ‘caballería global’
del Siglo XXI”.
Semejantes bases nenúfares se han convertido en una parte crítica de una
estrategia militar de Washington en desarrollo que apunta a mantener la
dominación global de Estados Unidos haciendo mucho más con menos en un mundo
cada vez más competitivo, cada vez más multipolar. Es bastante notable, sin
embargo, que esta política de ajuste de las bases globales no haya recibido casi
ninguna atención pública, ni una supervisión significativa del Congreso.
Mientras tanto, como lo muestra la llegada de las primeras víctimas de África,
los militares de Estados Unidos se están involucrando en nuevas áreas del mundo
y en nuevos conflictos, con consecuencias potencialmente desastrosas.
TRANSFORMACIÓN DEL IMPERIO DE BASES
Se
podría pensar que los militares de Estados Unidos se encuentran en un proceso de
reducir, en lugar de expandir, su poco apercibida pero enorme colección de bases
en el exterior. Después de todo, fueron obligados a cerrar toda la colección de
505 bases, de mega a micro, que construyeron en Irak, y ahora están iniciando el
proceso de reducir sus fuerzas en Afganistán. En Europa, el Pentágono sigue
cerrando sus masivas bases de Alemania y pronto sacará dos brigadas de combate
de ese país. Se planea que la cantidad de tropas globales se reduzca en unos
100.000 soldados.
Sin
embargo, Estados Unidos sigue manteniendo su mayor colección de bases de toda la
historia: más de 1.000 instalaciones militares fuera de los 50 Estados y de
Washington DC. Incluye, desde bases de décadas de antigüedad en Alemania y Japón
a bases totalmente nuevas de drones en Etiopía y las islas Seychelles en el
Océano Índico, e incluso balnearios para veraneantes militares en Italia y Corea
del Sur.
En
Afganistán, la fuerza internacional dirigida por Estados Unidos todavía ocupa
más de 450 bases. En total, los militares de Estados Unidos tienen alguna forma
de presencia de sus tropas en aproximadamente 150 países extranjeros, para no
mencionar 11 fuerzas de tareas de portaaviones –esencialmente bases flotantes– y
una presencia militar significativa, y creciente, en el espacio. Estados Unidos
gasta actualmente unos 250.000 millones de dólares al año en mantener bases y
tropas en el exterior.
Algunas
bases, como la de la Bahía de Guantánamo, en Cuba, datan de finales del Siglo
XIX. La mayoría se construyeron o se ocuparon durante la Segunda Guerra Mundial
o justo después, en todos los continentes, incluida la Antártida. Aunque los
militares de Estados Unidos desocuparon cerca de un 60% de sus bases en el
exterior después del colapso de la Unión Soviética, la base de infraestructura
de la Guerra Fría permaneció relativamente intacta, con 60.000 soldados
estadounidenses que permanecieron sólo en Alemania, a pesar de la ausencia de
una superpotencia enemiga.
Sin
embargo, en los primeros meses de 2001, incluso antes de los ataques del 11-S,
el gobierno de Bush lanzó una importante reestructuración de bases y tropas que
continúa ahora con el “pivote Asia” de Obama. El plan original de Bush era
cerrar más de un tercio de las bases de la nación en el exterior y trasladar
tropas hacia el este y el sur, más cerca de zonas de conflicto previstas en
Medio Oriente, Asia, África y Latinoamérica. El Pentágono comenzó a concentrarse
en la creación de “bases operativas avanzadas” más pequeñas y flexibles e
incluso “sitios de cooperación” aún más pequeños o sea “nenúfares”. Las grandes
concentraciones de tropas se restringirían a una cantidad reducida de “bases
operativas principales” (MOBs por sus siglas en inglés), –como Ramstein, Guam,
en el Pacífico, y Diego García, en el Océano Índico– que debían
expandirse.
A pesar
de la retórica de consolidación y cierre que acompañó este plan, en la era
posterior al 11-S, en realidad, el Pentágono ha estado expandiendo drásticamente
su infraestructura básica, incluidas docenas de importantes bases en cada país
del Golfo Pérsico con la excepción de Irán y en varios países centroasiáticos
críticos para la guerra en Afganistán.
REINICIAN LA EXPANSIÓN DE LAS BASES
El
“pivote hacia Asia” anunciado recientemente por Obama señala que Asia oriental
estará en el centro de la explosión de bases nenúfares y eventos relacionados.
En Australia se están estableciendo marines de Estados Unidos en una base
compartida en Darwin. En otros sitios, el Pentágono se dedica a planes para una
base de drones y vigilancia en las islas Cocos de Australia y despliegues en
Brisbane y Perth. En Tailandia, el Pentágono ha negociado derechos de nuevas
visitas de la Armada y un “centro de ayuda para desastres” en
U-Tapao.
En las
Filipinas, donde el gobierno expulsó a Estados Unidos de la masiva Base Aérea
Clark y la Base Naval Subic Bay a principios de los años noventa, hasta 600
soldados de las fuerzas especiales han estado operando silenciosamente en el sur
del país desde enero de 2002. El mes pasado, los dos gobiernos llegaron a un
acuerdo sobre el uso futuro por parte de Estados Unidos de Clark y Subic, así
como otros centros de reparación y suministro de la era de la Guerra de Vietnam.
Como señal del cambio de los tiempos, los funcionarios estadounidenses, incluso,
firmaron en 2011 un acuerdo de defensa con su antiguo enemigo, Vietnam, y han
iniciado negociaciones para el creciente uso de puertos vietnamitas por la
Armada.
En otros
sitios de Asia, el Pentágono ha reconstruido una pista de aterrizaje en la
pequeña isla Titian, cerca de Guam, y considera futuras bases en Indonesia,
Malasia y Brunei, mientras impulsa vínculos militares más estrechos con India.
Sus fuerzas armadas realizan cada año unos 170 ejercicios militares y 250
visitas a puertos en la región. En la isla Jeju, de Corea del Sur, los militares
coreanos construyen una base que formará parte del sistema de defensa de misiles
de Estados Unidos, a la cual tendrán acceso regularmente las fuerzas
estadounidenses.
“Simplemente, no podemos estar en un solo sitio para hacer todo lo
necesario”, dijo el comandante del Comando Pacífico, el almirante Samuel
Locklear III. Para los planificadores militares, “hacer todo lo necesario” se
define claramente como el aislamiento y (en la terminología de la Guerra Fría)
“contención” de China, la nueva potencia de la región. Esto significa
evidentemente “salpicar” nuevas bases por toda la región, agregándolas a las más
de 200 bases estadounidenses que han cercado China durante décadas en Japón,
Corea del Sur, Guam y Hawái.
Y Asia
es sólo el comienzo. En África, el Pentágono ha creado silenciosamente “cerca de
una docena de bases aéreas” para drones y vigilancia desde 2007. Aparte de Camp
Lemonnier, sabemos que los militares han creado o crearán pronto instalaciones
en Burkina Faso, Burundi, la República Centroafricana, Etiopía, Kenia,
Mauritania, São Tomé y Príncipe, Senegal, Seychelles, Sudán del Sur, y Uganda.
El Pentágono también ha investigado la construcción de bases en Argelia, Gabón,
Ghana, Mali y Nigeria, entre otros sitios.
El
próximo año, una fuerza del tamaño de una brigada de 3.000 soldados, y
“posiblemente más”, llegará para realizar ejercicios y misiones de entrenamiento
en todo el continente. En el cercano Golfo Pérsico, la Armada está desarrollando
una “base avanzada flotante”, o “buque-madre”, para que sirva de “nenúfar”
flotante a helicópteros y patrulleras, y ha estado involucrada en un masivo
aumento de las fuerzas en la región.
En
Latinoamérica, después de la expulsión de los militares de Panamá en 1999 y de
Ecuador en 2009, el Pentágono ha creado o actualizado nuevas bases en Aruba y
Curaçao, Chile, Colombia, El Salvador y Perú. En otros sitios, el Pentágono ha
financiado la creación de bases militares y policiales capaces de albergar
fuerzas estadounidenses en Belice, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Costa
Rica, e incluso en Ecuador. En 2008, la Armada reactivó su Cuarta Flota,
inactiva desde 1950, para patrullar la región. Los militares pueden desear una
base en Brasil y trataron infructuosamente de crear bases, supuestamente para
ayuda humanitaria y de emergencia en Paraguay y Argentina.
Finalmente, en Europa, después de llegar a los Balcanes durante las
intervenciones de los años noventa, las bases estadounidenses se han desplazado
hacia el este a algunos de los Estados del bloque oriental del ex imperio
soviético. El Pentágono desarrolla actualmente instalaciones capaces de apoyar
despliegues rotativos, del tamaño de brigadas en Rumania y Bulgaria, y una base
de defensa de misiles e instalaciones de aviación en Polonia. Previamente, el
gobierno de Bush mantuvo dos instalaciones ocultas (prisiones secretas) de la
CIA en Lituania y en Polonia. Ciudadanos de la República Checa rechazaron una
base de radar planificada para el sistema de defensa de misiles del Pentágono,
que aún no ha sido probado, y ahora Rumania recibirá misiles basados en
tierra.
UN NUEVO MODO DE GUERRA DE ESTADOS UNIDOS
Un
nenúfar en una de las islas en el Golfo de Guinea de São Tomé y Príncipe, frente
a la costa occidental, rica en petróleo, de África, ayuda a explicar lo que está
sucediendo. Un funcionario estadounidense ha descrito la base como “otra Diego
García”, refiriéndose a la base del Océano Índico que ha ayudado a asegurar
décadas de dominación de Estados Unidos sobre los suministros de energía de
Medio Oriente. Sin la libertad de crear nuevas grandes bases en África, el
Pentágono está utilizando São Tomé y una creciente colección de otros nenúfares
en el continente en un intento de controlar otra región crucial rica en
petróleo.
Mucho
más allá de África Occidental, la competencia del Gran Juego del Siglo XIX por
Asia Central ha vuelto de verdad, y esta vez de modo global. Se extiende a
tierras ricas en materias primas de África, Asia y Suramérica, mientras Estados
Unidos, China, Rusia y miembros de la Unión Europea se enfrentan en una
competencia cada vez más intensa por la supremacía económica y
geopolítica.
Mientras
Pekín, en particular, ha participado en esta competencia de una manera sobre
todo económica, marcando el globo con inversiones estratégicas, Washington se ha
concentrado implacablemente en la fuerza militar como su baza global, marcando
el planeta con nuevas bases y otras formas de poder militar. “Olviden las
invasiones a gran escala y las amplias ocupaciones en el continente
eurasiático”, escribió Nick Turse sobre esta nueva estrategia militar del Siglo
XXI. “En vez de eso piensen en fuerzas de operaciones especiales… ejércitos
testaferros… militarización del espionaje y de la inteligencia… aviones drones
sin tripulación… ataques cibernéticos y operaciones conjuntas del Pentágono con
agencias gubernamentales ‘civiles’ cada vez más militarizadas”.
A esta
incomparable potencia aérea y naval de largo alcance hay que agregar ventas de
armas que superan a cualquier nación de la Tierra; misiones humanitarias y de
ayuda en desastres que sirven claramente a fines de inteligencia militar,
patrullas y funciones de “corazones y mentes”; el despliegue rotativo de fuerzas
regulares de Estados Unidos en todo el globo; visitas a puertos y un despliegue
expansivo de ejercicios militares conjuntos y misiones de entrenamiento que dan
a los militares de Estados Unidos una presencia de facto en todo el mundo y que
ayudan a convertir a militares extranjeros en fuerzas testaferras.
CADA VEZ MÁS BASES NENÚFARES
Los
planificadores militares prevén un futuro de interminables intervenciones a
pequeña escala en las cuales una gran colección de bases, geográficamente
dispersas, siempre estarán preparadas para un acceso operativo instantáneo. Con
bases en la mayor cantidad de sitios posibles, los planificadores militares
quieren estar en condiciones de volverse hacia otro país convenientemente
cercano si Estados Unidos no puede utilizar una cierta base, como fue el caso en
Turquía antes de la invasión de Irak. En otras palabras, los funcionarios del
Pentágono sueñan con una flexibilidad casi ilimitada, la capacidad de reaccionar
con notable rapidez ante eventos en cualquier parte del mundo y, por lo tanto,
algo que se acerque a un control militar total del planeta.
Más allá
de su utilidad militar, las bases nenúfares y otras formas de proyección del
poder son también instrumentos políticos y económicos utilizados para construir
y mantener alianzas y asegurar un acceso privilegiado de Estados Unidos a
mercados, recursos y oportunidades de inversión en el extranjero. Washington
planifica utilizar bases nenúfares y otros proyectos militares para atar a
países en Europa Oriental, África, Asia y Latinoamérica lo más estrechamente
posible a los militares de Estados Unidos, y así a la continua hegemonía
político-económica de Estados Unidos. En conclusión, los funcionarios
estadounidenses esperan que el poderío militar arraigue su influencia y mantenga
la mayor cantidad posible de países dentro de una órbita estadounidense, en una
época en la cual, algunos están afirmando su independencia todavía con más
fuerza y gravitan hacia China y otras potencias ascendientes.
ESOS PELIGROSOS NENÚFARES
Aunque
la dependencia de pequeñas bases pueda sonar más inteligente y más económica que
mantener inmensas bases que a menudo han creado enojo en sitios como Okinawa y
Corea del Sur, los nenúfares amenazan la seguridad global y de Estados Unidos de
varias maneras:
Primero,
el lenguaje “nenúfar” puede ser engañoso e intencionalmente o de otra manera
esas instalaciones pueden crecer rápidamente hasta convertirse en inmensas
bestias.
Segundo,
a pesar de la retórica sobre la extensión de la democracia que sigue perdurando
en Washington, la construcción de más nenúfares garantiza, en realidad, la
colaboración con un número creciente de regímenes despóticos, corruptos y
asesinos.
Tercero,
existe un modelo bien documentado del daño que las instalaciones militares de
diversos tamaños infligen a las comunidades. Aunque los nenúfares parecen
prometer aislamiento de una oposición local, con el tiempo sucede a menudo que
incluso las bases pequeñas causan enojo y movimientos de protesta.
Finalmente, una proliferación de nenúfares significa la militarización
progresiva de grandes áreas del globo. Como los verdaderos nenúfares –que en
realidad son malezas acuáticas–, las bases tienden a crecer y reproducirse
incontrolablemente. Por cierto, las bases tienden a engendrar bases, creando
razas de bases con otras naciones, aumentando las tensiones militares y
desalentando las soluciones diplomáticas de conflictos. Después de todo, ¿cómo
reaccionaría Estados Unidos si China, Rusia o Irán construyeran aunque sea una
sola base nenúfar propia en México o en el Caribe?
Para
China y Rusia en particular, más bases estadounidenses cerca de sus fronteras
amenazan con provocar nuevas guerras frías. Más inquietante aún, la creación de
nuevas bases para proteger contra una supuesta futura amenaza militar china
puede llegar a convertirse en una profecía que se autorrealice: semejantes bases
en Asia crearán probablemente la amenaza contra la cual supuestamente se deben
proteger, haciendo que una catastrófica guerra contra China sea más probable, no
menos.
Es
alentador, sin embargo, que las bases en el extranjero hayan comenzado a generar
un escrutinio crítico a través del espectro político desde la senadora
republicana Kay Bailey Hutchison y el candidato presidencial republicano Ron
Paul al senador demócrata Jon Tester y el columnista del New York Times Nicholas
Kristof. Mientras todos buscan medios de reducir el déficit, el cierre de bases
en el extranjero posibilita ahorros fáciles. Por cierto, cada vez más personajes
influyentes reconocen que el país simplemente no se puede permitir más de 1.000
bases en el extranjero.
Gran
Bretaña, como otros imperios anteriores, tuvo que cerrar la mayor parte de sus
bases restantes en el extranjero en medio de una crisis económica en los años
sesenta y setenta. Estados Unidos se moverá indudablemente en esa dirección
tarde o temprano. La única pregunta es si el país renunciará a sus bases y
reducirá su misión global voluntariamente o si seguirá el camino de Gran Bretaña
como potencia en decadencia obligada a renunciar a sus bases desde una posición
de debilidad.
Por
cierto, las consecuencias de no elegir otro camino van más allá de los motivos
económicos. Si continúan la proliferación de los nenúfares, de las fuerzas de
operaciones especiales y las guerras de drones, es probable que Estados Unidos
se enfrente a nuevos conflictos y nuevas guerras, generando formas desconocidas
de reacción e indecible muerte y destrucción. En ese caso, más vale que nos
preparemos para la llegada de muchos más vuelos –desde el Cuerno de África hasta
Honduras– que no sólo transporten amputados, sino ataúdes.
David Vine
*Profesor en la American University en
Washington
Tomado de La Polilla Cubana
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