La
Hidra es un monstruo gigante que tiene apariencia reptiliana y de múltiples
cabezas, según nos cuenta la mitología. Aunque se dice que son solo un mito y
que, por supuesto son inexistentes, lo cierto es que cohabitan con nosotros,
solapadamente, destruyendo todo aquello que construimos con afán y sacrificio.
Aunque
el mito se refiere a ellas como seres que le meten miedo al más valiente y que
son solitarias –su gusto es pasar inadvertidas-, lo cierto es que aparecen con
distintos rostros, fundamentalmente en oficinas y puestos de dirección, creando
vínculos ocultos entre ellas para llevar a cabo su labor destructiva.
Sus
ataques pueden ser directos o disfrazados. La cuestión es eliminar a aquellos
que pueden obstaculizar sus planes y su sobrevivencia.
Cada
una de sus nueve cabezas tiene un nombre que la identifica: corrupción, falta
de compromiso, nepotismo, doble moral, oportunismo, paternalismo, complacencia,
ambición y traición. Lo malo de todo es que cuando una de sus cabezas es
cortada, la misma se regenera doblemente.
Todas
las sociedades padecen de este mal que resulta ser muy difícil de ser arrancado
de raíz. No basta ni uno, ni mil Heracles y Yolaos para vencerlas. Creo que solo pueden
ser vencidas por un pueblo numeroso, valiente y en busca de transparencia y
honestidad, cuyos jefes los dirijan con sano deseo y compromiso.
Una
debilidad de muchos procesos revolucionarios es dejarla aflorar, expandirse
verticalmente hasta ocupar lugares estratégicos y fundamentales, en los se
anquilosan, crean un muro de privilegios y componendas, haciendo gala de una
insensible sordera ante los reclamos populares.
La
cuestión principal es ¿cómo vencerlas? ¿Cómo erradicarlas de nuestra vida
política, eliminando su efecto nocivo?
Lo
primero es oír al pueblo, estar atento a sus reclamos, cuando su descontento
las identifica, por más que traten de esconderse con discursos hipócritas y
aparente compromiso.
Lo
segundo es controlar permanentemente la actividad de cada cuadro de dirección,
evitando el desvío de recursos, la apropiación ilícita y todas aquellas
acciones que generen descontento popular, obstaculicen la marcha de los planes,
provoquen desabastecimiento y saquen a la luz privilegios inmerecidos.
Lo
tercero es pensar siempre que cada cuadro debe ocupar el lugar que le
corresponde por su experiencia, lealtad, compromiso y eficacia en su desempeño,
sin importarnos sus nombres y apellidos o si son familiares o amigos de los que
dirigen. No caben ni primos, amigos, tíos, sobrinos, hijos, abuelitos, socios, cúmbilas o cualquier tipo de vínculo inmerecido. En Cuba hemos conocido la asquerosa “botella” y el "sociolismo" como
muestra de ese dañino nepotismo. La república nueva, si es digna, se desprende
de esos lastres y vicios.
La
cuarta espada es la exigencia diaria con nosotros y nuestros subordinados. Cada
jefe debe valorar al hombre por sus resultados reales, por su eficacia en la
labor que desempeña, por el ahorro de recursos, por su combate al despilfarro y
por su prestigio ante las masas. Debe ser, simplemente, un ejemplo.
La
quinta espada es evaluar concienzudamente el compromiso de nuestros cuadros con
nuestras convicciones, evitando la doble moral, el oportunismo y los turbios
privilegios. Estemos donde estemos es para servir a la Patria y no a nosotros mismos.
La
sexta espada es la acción conjunta con los trabajadores, dándole el peso que
requieren a las organizaciones de masa y partidistas en el control del
cumplimiento de las tareas.
La
séptima espada es darle valor a la crítica y la autocrítica oportunas como
elementos educativos y preventivos, evitando que los males sean atacados cuando
ya no pueden evitarse.
La
octava espada es la transparencia de cada uno de nosotros en nuestros actos
cotidianos, revalidar a diario nuestro compromiso y lealtad con la Revolución,
no solo en nuestro trabajo sino en las relaciones familiares. Los “hijitos de
papá” no deben nunca gozar de
privilegios inmerecidos y educarlos para que sean modestos, humildes y ajenos a
cualquier falta de compromiso con la sociedad en que viven.
La
novena espada es usar adecuadamente a nuestra legislación y a nuestros medios
de comunicación como herramientas para denunciar lo mal hecho. Con leyes firmes
se juzga y se combate sin tregua a la
corrupción. Con una prensa comprometida, audaz, investigativa y verídica, la
denuncia aparece a tiempo y cumple su efecto.
Como
podemos ver, queridos lectores, la Hidra de Lerna puede ser vencida, pero
lograrlo es tarea de todos. Callarnos y resignarnos es cosa de cómplices
pasivos. Es mejor buscarse problemas con la verdad en la mano, que vivir
confabulados con la mentira.
Tenerla con nosotros, cohabitar con ella es una debilidad para nosotros y una fortaleza para nuestros enemigos.
Lo
importante de todo es que cada uno de nosotros sabe de sobra en dónde aparecen
sus malévolas cabezas, pues a diario las percibimos en los problemas que nos
rodean. Contamos con las vías para comunicar nuestras inquietudes y ser atendidos. La prensa revolucionaria debe actuar como herramienta de denuncia ante lo mal hecho y dejar a un lado su papel decorativo.
Como
pueden suponer, la Hidra de Lerna no es exclusiva de Cuba o Venezuela -como muchos maliciosamente especulan-, donde
son casos aislados, pero no eliminados. Está en cada nación. Empero, hay países
en los que goza de total impunidad. Nosotros, sin embargo, la combatimos,
aunque queda mucho por hacer. Contamos con la mayoría de gente honesta para
hacerlo.
Percy
Francisco Alvarado Godoy.
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