JEFFREY ST.CLAIR / COUNTERPUNCH – Al final de la Primera
Guerra del Golfo, Saddam Hussein fue denunciado como un villano feroz
por ordenar a sus tropas en retirada destruir los campos de petróleo
kuwaitíes, contaminar el aire con nubes venenosas de humo negro y
saturar el suelo con pantanos de crudo. Se calificó, con razón, de
crimen de guerra ambiental.
Pero los meses de bombardeos de los aviones estadounidenses y
británicos sobre Irak con misiles de crucero han dejado un legado aún
más mortífero e insidioso: toneladas de coquillas, balas y fragmentos de
bomba amarradas con uranio empobrecido. En total EE.UU. golpeó
objetivos iraquíes con más de 970 bombas y misiles radiactivos.
Pasó menos de un decenio para que las consecuencias de la campaña de
bombardeos radiactivos en la salud de las personas empezasen a
conocerse. Y las consecuencias son terribles, por cierto. Los médicos
iraquíes la llaman “la muerte blanca”, la leucemia. Desde 1990, la tasa
de leucemia en Irak ha aumentado en más del 600%. La situación se ve
agravada por el aislamiento forzado de Irak y el régimen de sanciones
sádicas, descrito recientemente por el secretario general de la ONU Kofi
Annan como “una crisis humanitaria”, que hace que el diagnóstico y
tratamiento de los cánceres sean aún más difíciles.
“Tenemos pruebas de trazas de uranio empobrecido en muestras tomadas
para el análisis, y eso es muy malo para los que afirman que los casos
de cáncer han aumentado por otras razones”, dijo el doctor Umid Mubarak,
ministro de Salud de Irak.
El doctor Mubarak afirma que el miedo de Estados Unidos a enfrentarse
a las consecuencias sanitarias y ambientales de su campaña de
bombardeos con armas de uranio empobrecido está en parte detrás de su
rechazo a cumplir su compromiso de un acuerdo que permita a Irak vender
algunas de sus vastas reservas de petróleo a cambio de alimentos y
suministros médicos.
“El polvo del desierto lleva a la muerte”, dijo el Dr. Jawad Al-Ali,
un oncólogo y miembro de la Real Sociedad de Médicos de Inglaterra.
“Nuestros estudios indican que más del 40% de la población en torno a
Basora tendrá cáncer. Atravesamos otro Hiroshima”.
La mayoría de las víctimas de la leucemia y el cáncer no son
soldados. Son civiles. Y muchos de ellos son niños. El Comité de
Sanciones Iraquí en Nueva York controlado por los Estados Unidos ha
negado reiteradas solicitudes de Irak para equipos de tratamiento contra
el cáncer y medicamentos, incluso analgésicos como la morfina. Como
resultado, los hospitales desbordados en ciudades como Basora recurren
al tratamiento del cáncer con aspirina.
Esto forma parte de un horror más grande infligido a Irak, que ve que
hasta 180 niños mueren cada día, según las cifras de mortalidad
recopilados por UNICEF de un catálogo de las enfermedades del siglo XIX:
el cólera, la disentería, la tuberculosis, escherichia coli, las
paperas, el sarampión, la gripe.
Los Iraquíes y kuwaitíes no son los únicos que muestran signos de
contaminación y afecciones debidas al uranio empobrecido. Se ha
encontrado una variedad de enfermedades que afectaron a veteranos de la
Guerra del Golfo con rastros de uranio en la sangre, las heces, la orina
y el semen.
El uranio empobrecido es un nombre que suena bastante benigno para el
uranio-238, un compuesto de elemtos residuales de la extracción del
uranio-235 que se utiliza en reactores nucleares y armas. Durante
décadas este tipo de residuos radiactivos han sido una molestia y se
acumulaban en las plantas de tratamiento de plutonio de todo el país. A
finales de 1980 había casi 1.000 millones de toneladas de este material.
A continuación a los diseñadores de armas del Pentágono se les
ocurrió un uso para los residuos: podían moldearse y convertirlos en
balas y bombas. El material era gratis y había un montón. También el
uranio es un metal pesado, más denso que el plomo. Esto hace que sea
ideal para su uso en armas de penetración, diseñadas para destruir
tanques, vehículos blindados que transportan personal y búnkeres.
Cuando las bombas que lleva el tanque explotan, el uranio empobrecido
se oxida en fragmentos microscópicos que flotan en el aire como polvo
cancerígeno movido por los vientos del desierto durante décadas. El
polvo letal se inhala, se adhiere a las fibras de los pulmones y
finalmente comienza a causar estragos en el cuerpo: tumores,
hemorragias, los sistemas inmunes devastados, las leucemias.
En 1943, los halcones relacionados con el Proyecto Manhattan
especularon que el uranio y otros materiales radiactivos podrían
dispersarse en amplias franjas de tierra para contener a los ejércitos
enemigos. El general Leslie Grove, jefe del proyecto, afirmó que podría
esperarse que las armas de uranio causaran un “daño permanente a los
pulmones”. Hacia finales de la década del 50 el padre de Al Gore, el
senador de Tennessee, propuso rociar la zona desmilitarizada en Corea
con uranio como una represalia barata frente a un ataque de los
norcoreanos.
Después de la Guerra del Golfo, los planificadores del Pentágono
estaban tan encantados con el rendimiento de sus armas radiactivas que
ordenaron un nuevo arsenal y bajo las órdenes de Bill Clinton dispararon
el mismo material contra posiciones serbias en Bosnia, Kosovo y Serbia.
Más de 100 unidades de bombas de uranio empobrecido se han utilizado en
los Balcanes en los últimos seis años.
Los equipos médicos de la región ya habían detectado brotes de cáncer
cerca de los lugares bombardeado. La tasa de leucemia en Sarajevo,
golpeado por las bombas estadounidenses en 1996, se ha triplicado en los
cinco últimos años. Pero no sólo los serbios están enfermos y
moribundos. Las fuerzas de paz de la OTAN y de la ONU en la región
también están afectadas de cáncer. El día 23 de enero ocho soldados
italianos que sirvieron en la región murieron de leucemia.
El Pentágono ha barajado una variedad de razones y excusas. En primer
lugar, el Departamento de Defensa restó importancia a las
preocupaciones sobre el uranio empobrecido tachándolas de teorías
conspirativas sustentadas por activistas por la paz, ecologistas y
propagandistas iraquíes. Cuando se exigió a EE.UU. y a sus aliados de la
OTAN que revelasen las propiedades químicas y metálicas de sus
municiones, el Pentágono se negó. También se ha negado a ordenar pruebas
de los soldados estadounidenses estacionados en el Golfo y en los
Balcanes.
Si EE.UU. se ha mantenido en silencio, los británicos no. Un estudio
realizado en 1991 por la UK Atomic Energy Authority predijo que si se
inhala menos del 10% de las partículas liberadas por las armas de uranio
empobrecido utilizadas en Irak y Kuwait, podría dar lugar a unas
“300.000 muertes”.
La estimación británica supone que el único ingrediente radiactivo de
las bombas lanzadas sobre Irak fue el uranio empobrecido. No fue así.
Un nuevo estudio de los materiales de estas armas las describe como un
“cóctel nuclear” que contiene una mezcla de elementos radiactivos,
incluido el plutonio y el altamente radiactivo isótopo uranio-236. Estos
elementos son 100.000 veces más peligrosos que el uranio empobrecido.
Por lo general, el Pentágono ha tratado de volcar la culpa en el
manejo descuidado del Departamento de Energía de sus plantas de
producción de armas. De esta manera el portavoz del Pentágono Craig
Quigley describe la situación en una lógica despedazada digna de la
pluma de Joseph Heller: “De la mejor manera que podemos comprender ahora
la contaminación, es que se originó en las propias plantas que producen
el uranio empobrecido en el espacio de tiempo de unos 20 años”.
De hecho, los problemas en las instalaciones nucleares del
Departamento de Energía y la contaminación de sus trabajadores y
contratistas se conocen bien desde la década de 1980. Un memorando del
Departamento de Energía de 1991 informa de que: “durante el proceso de
fabricación de combustible para reactores nucleares y elementos para las
armas nucleares, la planta de difusión gaseosa de Paducah… fabricó
uranio empobrecido que contiene potencialmente neptunio y plutonio”.
Pero estas excusas, sin medidas para hacer frente a la situación,
están creciendo paulatinamente. Doug Rokke, el físico en salud del
Ejército de EE.UU. que supervisó la limpieza parcial de fragmentos de
bombas de uranio empobrecido en Kuwait está enfermo. Su cuerpo registra
un nivel de radiación 5.000 veces superior a la radiación considerada
“segura”. Sabe dónde colocar la culpa. “No puede haber ninguna duda
sensata acerca de esto,” dijo Rokke al periodista australiano John
Pilger. “Como resultado del metal pesado y el veneno radiológico del
uranio empobrecido la gente en el sur de Irak tienen problemas
respiratorios, problemas renales, cánceres. Los miembros de mi equipo
han muerto o están muriendo de cáncer”.
El uranio empobrecido tiene una vida media de más de 4 millones de
años, aproximadamente la edad de la Tierra. Miles de hectáreas de tierra
en los Balcanes, Kuwait y el sur de Irak están contaminadas para
siempre. Si George Bush padre, Dick Cheney, Colin Powell y Bill Clinton
siguen compitiendo por un legado, hay uno muy sombrío que se mantendrá
casi para toda la eternidad.
Este estudio es una adaptación de un capítulo de Been Brown So Long It Looked Like Green to Me: the Politics of Nature.
Jefrey St. Clair es el editor de CounterPunch y autor de Been Brown So Long It Looked Like Green to Me: the Politics of Nature, Grand Theft Pentagon y Born Under a Bad Sky. Su último libro es Hopeless: Barack Obama and the Politics of Illusion. Contacto: sitka@comcast.net
Tomado de Contrainjerencia
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