Entrevista a Hernando Calvo Ospina por Salvador López Arnal
Foto Hernando en la
celda*
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No hace
muchos meses aparecía la noticia de que a un avión de Air France, en pleno
vuelo, se le prohibía sobrevolar territorio estadounidense a causa de llevar,
entre sus pasajeros, al escritor Hernando Calvo Ospina. ¿Es que se trata de un
peligroso terrorista? ¿Es su pluma un arma de destrucción masiva? Hay que reír
para no llorar. Antes de semejante despropósito, Calvo Ospina ya había sido
sometido a detención ilegal, tortura y desaparición. Lo cuenta en su último
libro, Calla y respira.
Hernando
Calvo Ospina es un periodista y escritor colombiano que reside en Paris y es
colaborador de Le Monde Diplomatique. Fue estudiante de periodismo en Ecuador,
donde fue detenido, torturado y encarcelado en 1985. Expulsado hacia Perú, cuyo
gobierno lo declaró persona “non grata”, fue acogido por Francia. Poco se ha
sabido de los motivos de su captura ni los detalles de lo vivido
posteriormente. Hernando acaba de publicar (Ediciones El Viejo Topo) el libro
“Calla y Respira”, un relato literario de su secuestro, tortura y
encarcelamiento en Quito. Una obra que le ha llevado veintiocho años escribir y
que sale a la luz ahora que la fiscalía ecuatoriana acepta que existió un grupo
paramilitar, el SIC-10, que adelantó la guerra sucia del gobierno de Febres
Cordero. Los crímenes que se le atribuyen están tipificados por las leyes
internacionales como de “Lesa Humanidad”, y no prescriben.
¿Por
qué “Calla y respira”? ¿Quiénes debían callar, quiénes debían respirar?
En muchos
momentos de la vida es mejor callar y respirar aunque estemos a punto de
reventar de la ira que otros nos producen. En el caso del libro, era necesario
callar ante las preguntas que me hacía el torturador, y tomar aire para
soportar. También, ya en la cárcel, era indispensable para convivir entre la
violencia y la miseria humana. En cualquier cárcel del mundo es indispensable
“no saber nada” de lo que se ve o escucha, y respirar como las plantas.
¿Qué es
“Calla y respira”? ¿Un relato autobiográfico? ¿Una denuncia de la tortura? ¿Una
aventura trágica con final feliz? ¿Un canto al amor y la amistad y a la
resistencia?
¡La última!
Pero no en canto sino en homenaje. También he querido trasladar experiencias y
reflexiones que pueden servir a los jóvenes luchadores de hoy. Son unas letras
que destilan complots. Es que ya pocos saben, o se olvidó, lo que es complotar,
esa bella ciencia necesaria para avanzar en la lucha política, en el camino
hacia el cambio social. El libro también es un homenaje al optimismo.
¿Nos
hace un resumen del contenido del libro? ¿Por qué fue detenido? ¿Qué edad tenía
usted entonces? ¿Quiénes le detuvieron? ¿Dónde fue torturado? ¿Dónde la
trasladaron? ¿Cómo consiguió que le dejaran libre finalmente?
El libro tiene
dos partes. En la primera narro la detención, desaparición y tortura, a manos
de los servicios represivos ecuatorianos. La segunda es lo vivido durante tres
meses de cárcel en Quito. Son muy diferentes y no únicamente por la situación
vivida. Fui detenido porque se creía que militaba en la guerrilla, cuando en
realidad hacía parte de la coordinación de un grupo de solidaridad con las
luchas del pueblo colombiano, llamado Centro de Estudios Colombianos, CESCO.
También estaba al frente de su revista “La Berraquera”. Todo lo que hacíamos
era público. Pero se dio una cacería de brujas contra los colombianos que
teníamos alguna actividad política, debido a un secuestro que realizaron
guerrillas de Ecuador y Colombia, en la ciudad de Guayaquil. Al frente del
operativo de rescate estuvo un “especialista” del Grupo Especial de Operaciones
de la Policía (GEO) enviado por el “socialista” Felipe González, como
colaboración al ultraconservador y fascista presidente de Ecuador León Febres
Cordero. No quedó nadie vivo, ni el secuestrado.
Después de tres
meses de cárcel, y cuando ya teníamos lista una fuga, el gobierno aceptó
dejarnos en libertad, pero hacia otro país. Es que la presión internacional fue
grande. Y así llegamos a Lima. En Perú gobernaba Alan García, quien dos meses
después nos declaró “personas non gratas”. Al tercer mes estábamos en París.
Dedica
usted su libro a “Ana” y a su Paula Andrea, su hija. También a sus padres,
Elvia y Nabor, y a sus hermanos Amparo y Rodolfo. ¿Cómo vivieron ellos el
proceso? Permítame un comentario: las páginas que dedica a sus padres están, en
mi opinión, entre lo mejor de su magnífico libro.
Es la primera
vez que me preguntan sobre esto públicamente. Y le voy a contestar como se
merece. Lloré escribiendo esas partes donde menciono a “Ana” y a mis padres.
Mientras tecleaba los veía llenos de dolor, angustiados y buscándome en esos
días que estuve “desaparecido”. Estar “desaparecido” es horrible para la
familia porque es como estar muerto, pero siempre se espera que uno llegue a
tocar la puerta. Mi padre sabía que yo andaba “metido en política”. Me contaron
que durante mi “desaparición” y cárcel, él se iba para el patio de la casa y
abrazaba a un árbol de mango que era el mío (mi hermano tenía otro) y oraba.
Fue un golpe tremendo para él. La que tomó la delantera de la situación fue mi
madre. Y es con ella y en la cárcel donde supe del valor, de la fuerza, del
coraje de las mujeres. Ellas le hacen frente al dolor, a los problemas, y son
unas guerreras cuando les tocan al ser amado.
También,
por cierto, tiene un recuerdo, en el capítulo de “Agradecimientos”, para la CIA
y para los servicios de represión colombianos y de otros países. ¿No es
demasiado generoso?
Lo que digo es:
“Y por qué no, a la Central de Inteligencia Americana, CIA, a los servicios de
represión colombianos y de otros países, porque sus intentos de chantaje y
amenazas me siguieron convenciendo de que la ruta que llevo es la correcta”. Es
una realidad. Pero, además, yo no me paso las horas ni los días insultándolos
por ser tan criminales. No. Prefiero conocerlos. Reconocerles sus capacidades
para hacer mal (que son muchísimas) Y no he tenido problema en sentarme a
conversar con algunos de ellos, y hasta a tomar vino durante varias horas. He
aprendido bastante, no te imaginas. Pero siempre ha quedado en claro que cada
quien está en una orilla, playas bien distantes, porque nosotros soñamos y
luchamos por la vida, la alegría, el bienestar de todos, empezando por el de
los niños. Ellos no. Ellos sólo saben robar y matar, bajo cualquier pretexto.
Para ellos, la mayoría de la humanidad es desechable. Aún así no les quiero
tener odio, aunque bien se lo merecen, pero el odio enceguece. Y necesitamos
tener los ojos muy abiertos para conocerlos. Para mí, ellos son peligrosos
enfermos mentales.
En
algunas páginas del libro, en la 51 por ejemplo, habla del papel desempeñado
por el Mossad en la instrucción de los torturadores. ¿Nos puede alguna
información sobre este punto? ¿Qué hace el Mossad en latitudes tan alejadas de
su país de origen?
El Mossad está
presente hasta por debajo de las piedras en este mundo. En estos días se está
enjuiciando al ex dictador guatemalteco Rios Montt por crímenes contra la
humanidad, pero nadie recuerda el papel jugado por el Mossad en el
adiestramiento a los torturadores. También parece haberse olvidado que el
Mossad metió en computadora a miles de personas que después fueron asesinadas
por las fuerzas represivas de ese país. La presencia del Mossad en Colombia es
muy fuerte, y por tanto responsable de miles de crímenes del contra el
movimiento popular y guerrillero. Es un trabajo muy coordinado con la CIA.
¿Por
qué cree usted que un torturador actúa como tal? ¿Por odio? ¿Por convicción
ideológica? ¿Por inhumanidad? ¿Por necesidad económica?
El torturador
es el eslabón más bajo y despreciable en la cadena represiva de un Estado.
Puede ser una persona que no fue amado cuando niño, al que se le enseña a desahogar
sus instintos haciendo daño. Por un miserable salario defiende los intereses de
quienes no se ensucian con ese “trabajo”. Se les enseñó, y lo creen con fervor,
que defienden la democracia y una fe religiosa. Son extremadamente cobardes,
pues en manada torturan a alguien indefenso tratando de arrancar una
información. El mayor regalo que pueden recibir es tener entre sus garras a una
mujer. Ahí son más “machos”, y cada golpe que le propinan, cada desprecio que
hacen a la dignidad de ella es como un orgasmo. Quizás los que no tienen en sus
hogares.
No le
quiero quitar ningún mérito, tampoco al Viejo Pierre, pero Barbas es uno de los
grandes personajes de su libro. ¿De dónde salió? ¿Qué representa en su opinión?
¿Tiene algún contacto con él?
Barbas era un optimista
irreverente, al que le encantaba reír. Un hombre que gozaba la vida a pesar de
estar en ese encierro. Por ser el jefe de la banda de colombianos, nos lo
presentaron en la primera mañana de cárcel. Desde ese mismo momento advirtió a
los demás capos que éramos intocables. Ello, y el ser presos políticos, hizo
que nos respetaran y hasta admiraran. Y el Viejo Pierre… Bueno, él era un caso
especial, que se encontraba viviendo una situación muy ilógica. Barbas se fugó
unos meses después de nuestra partida, “consiguió” el dinero necesario para
pagarle al juez que dejó en libertad a Pierre y a los otros dos de la Banda. No
tengo contacto con ellos, aunque sí he sabido de sus locas vidas.
Capítulo
XXI, segunda parte: “Unas horas después, cuando vi la tierna e inocente carita
de mi hija, entendí lo que había presenciado”. Lo que había presenciado era una
violación en cadena a un violador de niños. ¿Cómo debe entenderse aquí la
palabra “entender”?
La ley
universal de la cárcel es “vea, oiga y calle”. La otra ley no escrita es que
todo violador de niños debe ser violado y/o asesinado. Y regularmente los
guardias facilitan esa especie de “venganza social”. Yo, después de haber
presenciado la violación al violador tuve la visita de mi hijita de año y
medio. Viendo su rostro inocente y su indefensión entendí la ira de los presos:
ellos están encerrados sin poder proteger a sus hijos o familiares. Si ya
abusar de una mujer adulta es gravísimo…
¿Qué
sintió cuando abandonaban la cárcel y alguien les gritó: “Guerrilleros, no nos
olviden”? ¿Les han olvidado? ¿Habita en ellos su olvido?
Primero, que
nos daban un título, el de guerrilleros, que no lo merecíamos, aunque ya
estábamos acostumbrados a que nos trataran así. Esa frase y otras
demostraciones de cariño nos hicieron aguar los ojos. Dejábamos ahí a unos
seres que nos enseñaron en directo que muchos discursos de la izquierda son
eso: discursos y buenas intenciones. En tres meses aprendí lo que la lectura de
grandes tratados y los discursos de ciertos dirigentes sobre el “lumpen”, la
“escoria de la sociedad”, “la miseria humana” y sobre los pobres y su pobreza
son un tanto vacíos.
Por
cierto, ¿le sigue gustando tanto la salsa?
Me encanta. Es
parte de mi energía diaria. Aun conservo los casetes y discos que compré en
Quito, y que llevé a la cárcel. Los mismos que fueron a Lima, y se
multiplicaron. Esa misma música que ocupó la mayor parte de mi equipaje al
llegar a Francia. El bailar sí disminuyó considerablemente y no precisamente
por la edad, pues las piernas siguen con agilidad. A ciertos personajes no les
gusta lo que uno denuncia en sus escritos, y pueden ocurrir “accidentes”
enmascarados como peleas. Pero la salsa, la verdadera, es vida, es energía,
huele a tambores, a pueblo y optimismo.
Por Salvador
López Arnal*
• López Arnal
es profesor, periodista y editor. Entrevista publicada en la revista El Viejo Topo,
Barcelona, septiembre 2013. www.elviejotopo.com/
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