Cierta contrarrevolución considera el hecho histórico del pasado 14
de agosto como otra oportunidad para «reciclarse» en los «nuevos
escenarios».
Mientras una parte de la contrarrevolución cubana se rasga la ropa o
simplemente se cae a puñetazos en Miami por el izamiento de la bandera
de Estados Unidos en su embajada en Cuba, otra, presuntamente más
moderada, considera el hecho histórico del pasado 14 de agosto como otra
oportunidad para “reciclarse” en los “nuevos escenarios”.
Según Dagoberto Valdés, el izaje de la bandera norteamericana en la
embajada de ese país en La Habana, cual si se tratara de la subida de un
telón, abre el escenario de una nueva era de confusión en donde los
hasta ayer anexionistas a sueldo, ahora disfrazados nada menos que de
verdaderos patriotas, nos proponen enterrar las ideologías que “conducen
a las dictaduras”.
Por obra y gracia del discurso de Kerry en La Habana, ¿habrá dejado
Dagoberto Valdés de ofrecerle sus servicios a la Compañía? Al parecer
no. Según el articulista de 14 y medio: “El cambio de política y la
venidera normalización de relaciones internacionales, y no solo con
Estados Unidos, crearán las condiciones para que, por un lado, los
cubanos dejemos de esperar de fuera lo que debemos hacer nosotros
dentro. Para que los cubanos dejemos de exigir a un Gobierno extranjero
que le exija al nuestro lo que nosotros debemos exigirle”.
¿A qué cubanos se referirá Valdés? Que yo sepa, el pueblo cubano y la
gran mayoría de los países del mundo, lo que no se han cansado de
exigirle durante décadas al gobierno extranjero de Estados Unidos es el
fin del bloqueo, el cual, por cierto, sigue intacto, a pesar de las
aperturas de embajadas y los izamientos de banderas.
En realidad, el nuevo escenario que propone Dagoberto Valdés no es
otro que el de lograr la legitimación, aunque sea en los salones de la
nueva y ahora “abierta para todos” embajada de EE.UU., de una
contrarrevolución que no ha tenido jamás arraigo popular alguno porque,
como bien ha dicho el analista Esteban Morales: “fue deslegitimada por
la propia política norteamericana, al utilizar a los potenciales
contrarrevolucionarios como asalariados”.
No obstante, y a pesar de la llamada normalización de las relaciones
entre Estados Unidos y Cuba, se persiste en la idea de mantener esa
oposición de laboratorio. Baste recordar el ensayo “de la obra”
realizado durante la Cumbre de Panamá, donde los mercenarios salieron a
escena disfrazados de sociedad civil.
La obra de la tolerancia, la concordia, la aceptación y el diálogo
que nos recomiendan los nuevos agentes “patriotas” al estilo de
Dagoberto Valdés, podría tener como trama la legitimización de una
oposición que sigue siendo financiada por los Estados Unidos, y cuyo
protagonismo no será otro que repetir, algún día, los intentos de golpe
suave a los cuales son sometidos hoy varios países de América Latina
como Ecuador, Brasil y Venezuela.
¿Qué concordia, ni paz, ni nueva era, ha significado que en esos
países ondee desde hace mucho la bandera de las barras y las estrellas?
Por otro lado, no hay que olvidar que las banderas, primero que todo,
son un símbolo, y en el caso cubano, la bandera estadounidense tiene un
especial significado. La primera vez que ondeó en Cuba fue para dar
comienzo a la república neocolonial, que se prolongó durante más de 50
años en el siglo pasado, hasta culminar con el triunfo de la Revolución
cubana que el señor Valdés da por finalizada. La segunda, para
distinguir el enclave que hoy ocupa ilegalmente la Base Naval de
Guantánamo, un triste y hasta ahora todavía imborrable, recuerdo de la
Enmienda Platt.
Los nuevos escenarios de Valdés curiosamente recuerdan otras viejas
puestas en escena. No es, por cierto, la primera vez que los Estados
Unidos recurre a “salvar” al pueblo cubano. En nuestras guerras de
independencia del siglo XIX, durante 30 años Washington prestó oídos
sordos al reclamo de ayuda de los independentistas cubanos, hasta que la
administración del presidente McKinley -cuando la fruta ya estaba
madura-, decidió que era hora de ayudar a los pobrecitos mambises a
expulsar de América al colonialismo español.
Nadie describió mejor el final de aquella noble “ayuda” de Estados
Unidos a Cuba que el poeta Bonifacio Byrne cuando, al volver de distante
ribera, con el alma enlutada y sombría, afanoso buscó su bandera y otra
vio, además de la suya.
Escrito por
M. H. Lagarde/CubaSí
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