Con una extrema derecha acechando las urnas y una derecha cada vez más
dura, los sucesivos encuentros europeos consagrados al tema de la
inmigración apenas disimularon la mordaza que cubre los labios de los
líderes europeos.
Hicieron falta miles de muertos y dramas espantosos, como los 50
migrantes muertos de asfixia encontrados en un camión en Austria ayer,
para que los dirigentes europeos empezaran a salir de zona de
retaguardia en la que se mantienen desde que los primeros migrantes
llegaron a las costas de Sicilia. El comisario encargado de Inmigración
dentro de la UE, Dimitris Avramopoulus, dijo el pasado 13 de agosto que
“la inmigración no es un problema griego ni alemán, ni italiano, ni
húngaro, ni austríaco” sino “europeo”. Y sin embargo, pese a los más de
cien mil refugiados (cifras oficiales del organismo europeo Frontex)
provenientes de Siria, Afganistán, Eritrea, Irak y Sudán del Sur que
cruzaron el Mediterráneo para alcanzar territorio europeo en el pasado
julio, Europa se sumió en el silencio y hasta dinamitó las iniciativas
de la Comisión Europea.
Los sucesivos encuentros europeos consagrados al tema de las
fronteras y la inmigración apenas disimularon la mordaza que cubría los
labios de los líderes europeos.
Con una extrema derecha acechando las urnas y una derecha cada vez
más dura que también saca provecho de la “amenaza migratoria”, el tema
es una bomba de tiempo política en cada país. Abordarlo es exponerse a
una controversia pública y a la consiguiente pérdida de votos en un
electorado ultra sensibilizado en torno de la temática de la
inmigración. Los Estados repiten el mismo discurso “humanidad y
firmeza”. Casi nadie se adentra a destapar un problema complejo y cuyos
orígenes son, a menudo, las mismas guerras que Occidente desencadenó o
los conflictos en los cuales intervino (Afganistán, Siria, Libia, Irak).
En realidad, aunque mal les pese a sus masivos adversarios, la que
rompió el pacto de inmovilidad fue la canciller alemana Angela Merkel.
Por primera vez en diez años, el 25 de agosto Merkel visitó un campo de
refugiados en Sajonia, donde escuchó el grito de 200 manifestantes que
la trataban de “traidora”. Antes, el 24 en Berlín, Merkel y el
presidente francés François Hollande llamaron a Europa a adoptar una
respuesta “unificada” frente a la crisis de los migrantes. Hasta ese
momento, los demás responsables se habían mantenido en silencio. La
misma canciller anunció que todos los refugiados sirios que habían
llegado a Alemania a través de otros países europeos no serían
expulsados. Por sorprendente que resulte, Merkel está transformando a la
derecha alemana en lo que toca a inmigración con un discurso y acciones
calcadas de las que antaño asumió el Ejecutivo rojo-verde, es decir, la
alianza entre los socialdemócratas del SPD y los ecologistas de Die
Grünen.
En Francia, durante el mes de agosto (vacaciones), los partidos
políticos celebran una serie de reuniones llamadas “universidades de
verano”. En 2015, en plena catástrofe migratoria, el Partido Socialista,
por ejemplo, no rozó el tema. El halo humanista, aunque retórico, ni
siquiera se asomó en los debates. En cuanto a los ecologistas, más allá
de una indignación verbal no hubo acción, formulaciones concretas o un
programa para interpelar al Ejecutivo. En este desierto de buenas
intenciones, de náufragos, de ahogados o aplastados por los trenes, de
decenas de miles de personas en las fronteras de Grecia, Hungría,
Serbia, Francia Italia, Austria o Alemania, la extrema derecha adoptó un
perfil bajo. Como lo señala al diario Le Monde Jérôme Fourquet,
director del departamento de opinión de la encuestadora IFOP: “Marine Le
Pen (la líder de la ultraderecha del Frente Nacional) no tiene
necesidad de decir mucho. El carburante está ahí”. La derecha
tradicional, agrupada ahora en el recién fundado partido Los
Republicanos, tampoco salió de la cueva. El único que se destacó al
principio del verano fue Nicolas Sarkozy. El ex presidente y jefe de Los
Republicanos había comparado el flujo de los migrantes a una “fuga de
agua”.
El inmovilismo, las expresiones insultantes, las agresiones, la
construcción de muros y barreras o la misma extrema derecha no podrán
corregir el curso de los hechos, ni tampoco la nueva cita con la
historia que tiene Europa. Según Jean-Christophe Dumont, el especialista
de las migraciones en la OCDE (Organización para la Cooperación y el
Desarrollo económico) más de un millón de personas ingresará
clandestinamente de una u otra forma al Viejo Continente. Con más de
2000 migrantes muertos en lo que va del año, las fronteras europeas son
hoy las más mortíferas del mundo. Europa se mueve a su vez entre varias
fronteras inciertas: la de sus valores, la del humanismo, la de la
solidaridad, la del miedo, la del racismo, la de los cálculos políticos y
la de las medidas fuertes destinadas a detener el flujo migratorio
rehusando recibir a los migrantes y forzándolos a volver a sus países.
La complejidad del drama y de la crisis es tal que sin una síntesis
entre todas esas fronteras delicadas los dramas como los de Austria se
propagarán con una frecuencia destructora. El Mediterráneo seguirá
siendo una tumba a cielo abierto y Europa se volverá un edén
atrincherado.
Por Eduardo Febbro/Página 12
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