La batalla legal por la liberación de Gerardo, Ramón, Antonio y
Fernando está hoy donde estaba hace un año. Seguimos esperando la
decisión de la jueza. Seguimos reclamando que obligue al Gobierno a
exhibir las pruebas que oculta sobre su conspiración con un grupo de
pseudoperiodistas a los que pagó y dirigió para transformar el juicio de
Miami en una grotesca burla a la justicia. Y aun esperamos el día que
los llamados medios de información pongan fin al silencio con el que se
hacen cómplices de una operación que mancha y ofende al periodismo.
El proceso llevado a cabo contra los Cinco en Miami fue desde el primer
día una monumental violación de la legalidad y la ética más elemental.
La lista de esas violaciones es larga y forma parte de la apelación en
curso. No entraré en ellas. Prefiero ahora concentrarme en un aspecto
que muestra la profunda inmoralidad que es la esencia misma de este
caso.
Los Cinco fueron castigados por haber hecho algo que lejos de ser un delito constituye un mérito de valor excepcional: haber luchado contra el terrorismo sin emplear la fuerza ni la violencia.
Para encubrir esa verdad incontrastable, el Gobierno que los acusó, con la ayuda de medios de prensa a su servicio, los presentó como personas que hubieran podido estar dispuestas a practicar el espionaje. No los acusaron de espionaje porque no podían hacerlo pues de tal cosa nunca existió prueba alguna como reconoció, en 2009, en un fallo unánime, el pleno de la Corte de Apelaciones.
Por eso acusaron a Gerardo, Ramón y Antonio de “conspiración”; sólo de “conspiración”, para supuestamente intentar en un futuro hipotético cometer tal delito. Sin embargo por esa inventada “conspiración” impusieron a los tres la prisión perpetua, que es el máximo castigo que la ley reserva para los que ejecuten acciones de espionaje real. Y la misma Corte de Atlanta las declaró por ello ilegales, las anuló y ordenó que Ramón y Antonio fueran sentenciados de nuevo.
Mientras se desarrollaba la saga de nuestros compañeros otros casos fueron ventilados fuera de Miami en los que otras personas fueron inculpadas de espionaje, no de “conspiración”para espiar sino de haber realizado acciones concretas de espionaje. En algunos casos se trató, según las autoridades, de espionaje en gran escala y sus autores eran individuos que desempeñaban importantes funciones oficiales, incluso en las fuerzas armadas norteamericanas. Ninguno de ellos fue condenado a cadena perpetua. Todos recibieron condenas mucho más bajas que las nuevas sentencias de Ramón y Antonio y algunos ya las cumplieron y hace tiempo recuperaron su libertad.
Ahora mismo hay un caso que ha conmovido al mundo. Un joven militar norteamericano, Bradley Manning, ha hecho historia ayudando a revelar por medio de Wikileaks miles de informaciones secretas que han puesto al desnudo la política de un Imperio que viola sistemáticamente las normas del derecho y pisotea la soberanía de todas las naciones. Manning no merece castigo alguno por lo que hizo. Él es realmente un héroe. Sin buscar beneficio alguno para sí mismo arriesgó su vida para que el mundo conociera la verdad y por eso merece honor y gratitud.
Contra Manning se alzó la furia del Imperio. Lo sometieron a un encierro brutal y prolongado y desataron una feroz campaña para denigrarlo como a un terrible “espía” que supuestamente habría dañado gravemente la seguridad nacional de Estados Unidos. A él no lo acusaron de “conspiración”. Los cargos que le formularon fueron mucho más graves. Lo acusaron de haber descubierto secretos que ahora están al alcance de millones, algo que Washington presentó al mundo como un acto de espionaje sin precedentes por lo que pidió los peores castigos.
El Tribunal Militar que juzgó a Manning le impuso sin embargo, una sentencia de treinta y cinco años de prisión. Esta es una condena completamente injusta pues su acción nada tuvo de criminal y sí mucho de heroísmo.
Pero el contraste entre esa sentencia y la que dictó el Tribunal de Miami contra nuestros compañeros es muy revelador. A Gerardo, Ramón y Antonio, en conjunto, los sancionaron a cuatro cadenas perpetuas más 44 años. Ellos no eran miembros de las fuerzas armadas norteamericanas, no se apoderaron de ningún documento oficial, no intentaron obtener ningún secreto y no fueron acusados de nada parecido.
Pese a todo el odio que contra él desataron, a Manning lo condenaron a 35 años de prisión, castigo, como ya dije, completamente injusto pues no cometió crimen alguno, pero inferior al que hubieran podido imponerle. No pudieron hacerlo porque en el mundo entero, y en los Estados Unidos, se levantó una poderosa ola solidaria que proclamó su inocencia y demandó y sigue exigiendo su libertad.
Nuestros compañeros, también inocentes, llevan 15 años de injusto encierro, cumplen todavía, sentencias tan injustas como desmesuradas y son víctimas del odio y la venganza de un Gobierno carente de todo sentido ético. En el caso de los nuestros son víctimas también del silencio cómplice de una prensa empeñada en impedir que la gente conozca la verdad para maniatar la solidaridad. Ambos casos prueban la inmoralidad de un Imperio en incurable bancarrota. Ambos exigen redoblar el empeño para que la verdad prevalezca y con ella la justicia.
Los Cinco fueron castigados por haber hecho algo que lejos de ser un delito constituye un mérito de valor excepcional: haber luchado contra el terrorismo sin emplear la fuerza ni la violencia.
Para encubrir esa verdad incontrastable, el Gobierno que los acusó, con la ayuda de medios de prensa a su servicio, los presentó como personas que hubieran podido estar dispuestas a practicar el espionaje. No los acusaron de espionaje porque no podían hacerlo pues de tal cosa nunca existió prueba alguna como reconoció, en 2009, en un fallo unánime, el pleno de la Corte de Apelaciones.
Por eso acusaron a Gerardo, Ramón y Antonio de “conspiración”; sólo de “conspiración”, para supuestamente intentar en un futuro hipotético cometer tal delito. Sin embargo por esa inventada “conspiración” impusieron a los tres la prisión perpetua, que es el máximo castigo que la ley reserva para los que ejecuten acciones de espionaje real. Y la misma Corte de Atlanta las declaró por ello ilegales, las anuló y ordenó que Ramón y Antonio fueran sentenciados de nuevo.
Mientras se desarrollaba la saga de nuestros compañeros otros casos fueron ventilados fuera de Miami en los que otras personas fueron inculpadas de espionaje, no de “conspiración”para espiar sino de haber realizado acciones concretas de espionaje. En algunos casos se trató, según las autoridades, de espionaje en gran escala y sus autores eran individuos que desempeñaban importantes funciones oficiales, incluso en las fuerzas armadas norteamericanas. Ninguno de ellos fue condenado a cadena perpetua. Todos recibieron condenas mucho más bajas que las nuevas sentencias de Ramón y Antonio y algunos ya las cumplieron y hace tiempo recuperaron su libertad.
Ahora mismo hay un caso que ha conmovido al mundo. Un joven militar norteamericano, Bradley Manning, ha hecho historia ayudando a revelar por medio de Wikileaks miles de informaciones secretas que han puesto al desnudo la política de un Imperio que viola sistemáticamente las normas del derecho y pisotea la soberanía de todas las naciones. Manning no merece castigo alguno por lo que hizo. Él es realmente un héroe. Sin buscar beneficio alguno para sí mismo arriesgó su vida para que el mundo conociera la verdad y por eso merece honor y gratitud.
Contra Manning se alzó la furia del Imperio. Lo sometieron a un encierro brutal y prolongado y desataron una feroz campaña para denigrarlo como a un terrible “espía” que supuestamente habría dañado gravemente la seguridad nacional de Estados Unidos. A él no lo acusaron de “conspiración”. Los cargos que le formularon fueron mucho más graves. Lo acusaron de haber descubierto secretos que ahora están al alcance de millones, algo que Washington presentó al mundo como un acto de espionaje sin precedentes por lo que pidió los peores castigos.
El Tribunal Militar que juzgó a Manning le impuso sin embargo, una sentencia de treinta y cinco años de prisión. Esta es una condena completamente injusta pues su acción nada tuvo de criminal y sí mucho de heroísmo.
Pero el contraste entre esa sentencia y la que dictó el Tribunal de Miami contra nuestros compañeros es muy revelador. A Gerardo, Ramón y Antonio, en conjunto, los sancionaron a cuatro cadenas perpetuas más 44 años. Ellos no eran miembros de las fuerzas armadas norteamericanas, no se apoderaron de ningún documento oficial, no intentaron obtener ningún secreto y no fueron acusados de nada parecido.
Pese a todo el odio que contra él desataron, a Manning lo condenaron a 35 años de prisión, castigo, como ya dije, completamente injusto pues no cometió crimen alguno, pero inferior al que hubieran podido imponerle. No pudieron hacerlo porque en el mundo entero, y en los Estados Unidos, se levantó una poderosa ola solidaria que proclamó su inocencia y demandó y sigue exigiendo su libertad.
Nuestros compañeros, también inocentes, llevan 15 años de injusto encierro, cumplen todavía, sentencias tan injustas como desmesuradas y son víctimas del odio y la venganza de un Gobierno carente de todo sentido ético. En el caso de los nuestros son víctimas también del silencio cómplice de una prensa empeñada en impedir que la gente conozca la verdad para maniatar la solidaridad. Ambos casos prueban la inmoralidad de un Imperio en incurable bancarrota. Ambos exigen redoblar el empeño para que la verdad prevalezca y con ella la justicia.
Por: Ricardo Alarcón de Quesada
La Habana septiembre 12, 2013
Encuentro Internacional por la libertad de los Cinco
¡15 años, Basta!
(Tomado de Cubadebate)
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