Horas después de que Ernesto Guevara de la
Serna dejara de respirar, aquella tarde del 9 de octubre de 1967, sus
pertenencias fueron a parar a distintas manos. Incluso desde que estaba
prisionero, sus objetos personales eran motivo de disputa entre
militares. Todavía ahora sus prendas más valiosas tienen un destino
desconocido.
Una de ellas era un auténtico tesoro. Se trata de un reloj suizo
Rólex, que allá por los años 50 era símbolo de estatus y poderío
económico. No cualquiera podía lucir uno de estos brazaletes elegantes y
cómodos, pero había revolucionarios cubanos que sí llevaban aquellas
pulseras a sitios lejanos.
El militar boliviano retirado Gary Prado Salmón, quien era la cabeza
visible de la lucha antiinsurgente durante el gobierno del general René
Barrientos Ortuño, en 1967, charló con Informe La Razón sobre este
asunto en el salón de estudios de su casa en Urbarí, en la ciudad de
Santa Cruz.
Confesiones. Sentado en su silla de ruedas, recuerda
que el Che le entregó su Rólex y el de Tuma, uno de sus camaradas
cubanos cuyo nombre real era Carlos Coello, lugarteniente del líder
argentino-cubano en su travesía por el país. El comandante Guevara
rescató el reloj cuando su compañero fue asesinado por el Ejército en
Ñancahuazú, el 26 de junio de 1967. Lo tenía guardado en uno de los
bolsillos de su pantalón y su plan era devolverlo a su familia, en Cuba.
Era un rito sagrado y silencioso entre los guerrilleros.
Eso sí, el Rólex que tenía el Che en su muñeca izquierda no pasó
desapercibido por sus captores desde el 8 de octubre. Después de su
aprehensión hubo dos militares que se disputaron aquel trofeo y uno de
ellos se lo arrebató a Guevara. “Cuando estaba en la escuelita de La
Higuera, detenido, el Che me preguntó por los relojes y dijo: ‘Me los
quitó el soldado que me trajo’. Hice llamar al soldado y le hice
devolverlo”, relata Prado, quien comandó la patrulla que fue
protagonista de la detención del Che.
El uniformado que por unos minutos se lució con aquel valioso
accesorio, apellidaba Montenegro, sentencia Prado. Posteriormente,
Guevara recibió de nuevo su pulsera y después sacó la de Tuma. Marcó la
suya con una piedra y entregó ambas a Prado para que las cuidara. Éste
alega que se hizo cargo sólo del reloj del Che y asegura que lo tuvo en
su poder hasta 1983, cuando era comandante de la Octava División del
Ejército y recibió en su casa la visita del cónsul cubano.
“Le dije: ‘Aprovecharé, ya que está aquí, y quiero hacer llegar a la
familia del Che este reloj’. ‘¡Ah, caramba!’, me dijo él’”. Para sellar
aquel gesto, Prado cuenta que le envió una carta a los allegados del
combatiente en Cuba, a los que relató parte de la historia del mentado
reloj. Días después, supo que los familiares recibieron su encargo
porque le escribieron una misiva de agradecimiento. El militar pasivo
remarca que no sabe qué pasó con esa correspondencia y, por ello, no la
pudo mostrar a Informe la Razón.
Otra versión señala que el Rólex del Che está en manos de
particulares, en la ciudad de Cochabamba. El “dueño” sería el allegado
político de un oficial importante que luchó contra la guerrilla de
Ñancahuazú. Mientras que la pieza de Tuma tuvo otro destino; tras el
asesinato de Guevara, de acuerdo con Prado, el reloj quedó en poder del
mayor Miguel Ayoroa y no se sabe su paradero. No obstante, el coronel en
retiro Diego Martínez Estévez postula que el Comandante poseía cuatro
relojes y que todos se encuentran en manos de civiles.
Eso no es todo. Prado confiesa que apenas el Che fue detenido, el 8
de octubre de 1967, dos soldados fueron los encargados de quitarle sus
otras pertenencias: dos mochilas y dos armas. Más aún, resalta que la
noche de la captura, él pudo leer con detenimiento el diario de campaña
de Guevara y, además, le preguntaba a éste el significado de algunas
frases ilegibles porque el insurgente tenía una “letra del infierno”.
Entre sus objetos, el Comandante llevaba una pistola sin cargador que
el teniente Huerta le rogó a Prado tenerla; el entonces capitán dice
que accedió. La carabina fue presentada por el coronel Joaquín Zenteno
Anaya en la conferencia de prensa que se dio tras la detención del Che.
El arma se encuentra en el Museo Militar de la zona de Irpavi, en La
Paz, en la sala denominada Che Guevara. Allí hay material quirúrgico,
recortes de periódicos, una brújula, mapas, una cámara fotográfica y
otras prendas del guerrillero. También está el jeep de Tania, la
combatiente argentina Tamara Bunke que fue parte de la milicia.
La boina negra, la pipa y las mochilas con unos 20 rollos de fotos
sin revelar fueron enviadas en un helicóptero, junto al oficial Andrés
Selich. Por entonces, él era quien guiaba al piloto de la aeronave.
Según dos fuentes confidenciales, Selich no entregó todas las reliquias
del Che y se quedó con algunas, especialmente fotografías.
‘Pacho’. Loyola Guzmán, quien también fue parte de la organización de
la milicia bajo el pseudónimo de Toyota Frías —porque su nombre rimaba
con la marca de coches y era una mujer estricta—, rememora que ella tuvo
en sus manos un repelente de mosquitos del Che. Pero devolvió el frasco
a la familia del líder en Cuba. “No tengo nada más”, cuenta.
Hay más historias sobre piezas perdidas de la guerrilla. En 1984, un
tesoro apareció prácticamente de la nada. Prado comenta que él estaba en
su trabajo y recibió a un benemérito de la Guerra del Chaco que le
dijo: “Mi general, lo busqué porque mi sobrino fue su soldado en la
guerrilla y ahora se ha ido a Estados Unidos; él me dejó esta agendita
para usted”. El militar tomó la libreta y vio la letra minúscula, “para
leer con lupa”. Ordenó a su secretaria y a un soldado que lean y
transcriban el texto. Descubrió que se trataba del diario de Pacho.
Alberto Fernández Montes de Oca, alias Pacho, participó en la
insurgencia cubana de fines de los años 50 y obtuvo el grado de capitán.
Fue director de Minas en el Ministerio de Industrias y ocupó cargos
importantes en Cuba. Estuvo en el grupo de avanzada del Che y se encargó
de los operativos previos a su incursión. Igualmente fue abatido el 9
de octubre de 1967.
La agenda cabe en la palma de una mano y hasta hace 29 años no se
sabía de su existencia ni de su contenido. Después Prado la publicó
íntegramente con un prólogo de su autoría. No obstante, la célebre
libreta se encuentra en alguna parte de la vivienda del militar retirado
en la capital oriental. “Mucho tiempo ha pasado desde entonces y no sé
en qué depósito estará aquel diario”, remata.
LA RAZON.COM
Tomado de Contrainjerencia
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