El diario francés Le Monde
publicó el martes, a doble página, un mapa mostrando los países que
tienen armas químicas o que las han utilizado. Me sorprendió ver que Panamá figura prominentemente en ese mapa.
Tuve que leer la letra menuda para
encontrar la explicación: Panamá tiene armas químicas en su territorio,
pero no por voluntad propia, sino porque “fueron abandonadas por un
tercer país”. Le Monde no dio el nombre de ese tercer país,
pero los panameños sabemos cuál es. Por ello insistimos en que ese país
tiene el deber absoluto de retirar de nuestro territorio esas armas químicas que hoy encuentra tan repugnantes. Su credibilidad moral y diplomática lo requiere.
Estamos hablando de miles de bombas venenosas que Estados Unidos
dejó en nuestras tierras y mares. El Ejército estadounidense ha
admitido que 64 millones de libras de gases venenosos –junto a 400 mil
bombas químicas y 500 toneladas de basura radiactiva– fueron
secretamente tirados a los océanos de su propio territorio y de varios
países extranjeros, incluyendo Panamá, al concluir la Segunda Guerra
Mundial.
En isla San José, se estima que Estados
Unidos dejó unas tres mil bombas de gas mostaza y fosgeno, sea botadas
al mar o enterradas en la jungla, donde incluso hay bombas a plena vista
en la superficie. También hizo 31 mil experimentos con gas mostaza y
fosgeno en la isla, usando a soldados puertorriqueños como conejillos de
Indias, lo que fue una tortura para ellos, aunque no fueron obligados a
respirar los gases porque eso hubiera sido mortal. (Explico: gas
mostaza crea ampollas en la piel y, si se ha respirado el gas, en los
pulmones. Fosgeno es un “gas asfixiante” que destruye los tejidos de los
pulmones; la víctima muere ahogada en su propia sangre).
No se sabe la medida en que estas
sustancias pueden haberse disipado con el pasar de los años o estén
todavía activas; hay razones para sospechar que las que están enterradas
se encuentran intactas y las que están en el mar podrían encontrarse en
contenedores corroídos por el contacto prolongado con agua salada. En
2005, cuando el diario estadounidense Daily Press publicó una investigación, un experto opinó que el peligro aumenta con el pasar del tiempo en vez de disminuir.
En 2003, Washington
hizo una oferta que la embajadora estadounidense a la época, Linda
Watt, calificó de “muy generosa”. Washington ofreció apoyo financiero y
adiestramiento para que Panamá hiciera su propio saneamiento de la isla
San José, pero exigiendo que Panamá eximiera a Estados Unidos de toda
responsabilidad. Se exigía que Panamá reconociera que “Estados Unidos no
tiene obligación, responsabilidad o deuda alguna con respecto a las
municiones que han sido descubiertas en isla San José o que puedan ser
descubiertas en el futuro”.
Desde el momento de firmarse el acuerdo,
según lo propuesto por Estados Unidos, “proceder contra el Gobierno de
Panamá será el remedio exclusivo por cualquier acto u omisión” con
respecto a la remoción de municiones de la isla.
Además, la propuesta estipulaba que “el
Gobierno de Panamá asume responsabilidad y defenderá, indemnizará y
librará de responsabilidad a Estados Unidos de América… por todo y
cualquier reclamo, proceso o fallo que pueda resultar de manera alguna,
de manera integral o parcial, de cualquier acto u omisión de Estados
Unidos de América… [que] de alguna manera se relacione con la presencia,
retirada, destrucción, traslado o remoción de cualquier arma,
municiones o explosivos en isla San José, o con cualquier sustancia
relacionada a tales armas, municiones o explosivos, incluyendo pero no
limitando a desechos tóxicos o peligrosos”.
El gobierno de Moscoso rechazó la oferta,
acto que Watt tildó de “grave error”. De nada sirvió que Colin Powell,
entonces secretario de Estado, había asegurado que Washington trataría
de “hacer lo correcto” con respecto a las armas químicas en isla San
José. Todavía lo estamos esperando.
Betty Brannan Jaén
(Tomado de La Prensa)
La Pupila Insomne
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