La coyuntura
internacional actual se caracteriza por una combinación de varios procesos (**)
donde se involucran actores de diferentes magnitudes e intereses, afines y/o
contrapuestos, que tienen centros y eje de fuerzas esparcidos por todo el globo
terrestre y en buena parte del espacio cósmico cercano; unos procesos más visibles que otros, pero todos
concatenados por medio de diversos vínculos y que tienden a crear condiciones
para que la humanidad acabe, de una vez y por todas, de poner fin a la guerra
como opción real para alcanzar los intereses en el exterior, antes de que una
parte muy exigua de esa humanidad le ponga fin, a casi toda, la propia historia
humana.
En varios de
esos procesos está actuando con alta incidencia el potencial estatal y
paraestatal estadounidense guiado, justificado por el sistema y amparado por la
doctrina de política exterior correspondiente al actual gobierno Obama-Clinton,
motivo que anima este informe del Observatorio de la Coyuntura Internacional de
los profesionales de las relaciones internacionales de Covenpri.
La nueva
doctrina de carácter guerrerista y desestabilizadora impulsada por la
administración estadounidense quedó plasmada hace poco más de un año por el
presidente Barack Obama. En un discurso brindado en una universidad, remarcó que
su país no volvería a intervenir militarmente en otras naciones de forma
unilateral, como lo había hecho George W. Bush en Afganistán (2001) e Irak
(2003).
Con esta
política -que tiene mayor peso cuando el partido Demócrata se encuentra en el
poder-, el gobierno de Obama ha dado un duro golpe a las aspiraciones
panafricanistas y a la unidad árabe, lo cual no quiere decir que las haya
eliminado ni mucho menos. No obstante, los hechos indican que apenas ocho meses
le bastaron para derrocar a Muammar Al Gaddafi en Libia, apelando a la
“cooperación” de la Organización del Tratado para el Atlántico Norte (Otan).
En el caso de
Siria, el “nuevo método” imperial también ha quedado en evidencia.
Mediáticamente, Estados Unidos se mueve en un aparente segundo plano, siempre
consultando a sus “socios”, y las arremetidas contra el gobierno del presidente
Bashar Al Assad son encabezadas por las monarquías del Golfo Pérsico, Turquía y
algunas potencias europeas como Gran Bretaña. Estos países, abiertamente han
declarado el financiamiento a grupos terroristas, conformados por mercenarios y
miembros del Al Qaeda. Mientras tanto, Estados Unidos sigue buscando la caída
del gobierno de Al Assad, y sus declaraciones injerencistas, en un inicio fueron
mesuradas, diciendo que simplemente enviaron equipos “no letales” a los
opositores sirios, pero en la medida en que aumentó la resistencia del gobierno
sirio con el apoyo de una mayoría de la población el comportamiento del gobierno
Obama-Clinton ha tendido hacia un involucramiento mayor y abiertamente
intervencionista en razón de la debilidad propia y endógena de esas monarquías y
de Turquía quienes tienen el encargo estadounidense de liderar las operaciones
para derrocar a Al Assad.
Igualmente,
dentro del Consejo de Seguridad de la ONU, Washington mantiene su postura de
aprobar una resolución similar a la adoptada contra Libia y que permitió la
invasión de la Otan. En este caso, Estados Unidos también se resguarda en otros
países para lanzar este tipo de propuestas pero está ocurriendo algo semejante a
la opción desestabilizadora directa, en este caso por la oposición cada vez más
férrea de Rusia y China, lo que obliga a Washington a actuar más abiertamente o
a declinar, algo que no está previsto en esa doctrina del softpower del binomio
Clinton-Obama.
A su vez, la
Casa Blanca sostuvo un silencio cómplice frente a las represiones desatadas en
Bahrein, Arabia Saudita o Emiratos Árabes, lo que pone una vez más en evidencia
la política de doble rasero de las admnistraciones que operan públicamente desde
la Casa Blanca.
El rechazo
popular a las monarquías que controlan estas naciones petroleras (y aliadas
militares de Estados Unidos), para Washington fueron hechos invisibilizados y
que no requirieron la aplicación de sanciones económicas y comerciales contra
esos gobiernos. Ni siquiera se manifestó cuando el Consejo de Cooperación del
Golfo Pérsico decidió enviar tropas saudíes a Bahrein, en una explícita política
injerencista e intervenciónista.
Por otro lado,
formando parte de otro de esos grandes procesos a que nos referíamos al inicio,
la Casa Blanca ha venido impulsando en América Latina planes desestabilizadores,
donde las fuerzas militares locales tienen presencia, pero no como en las
décadas del 60 y 70.
El reciente
caso en Paraguay dejó una nueva muestra de esa metodología: los legisladores de
derecha impulsaron la destitución del presidente Fernando Lugo amparados en las
propias leyes burguesas que habían permitido que el ex obispo ganara las
elecciones. Hasta el momento, Washington como poder estatal, tiene una postura
de aparente “observador” de lo que sucede en tierras paraguayas, aunque el
poderío paraestatal estadounidense sigue actuando dando continuidad a la
operación encubierta que lanzó contra campesinos y policías paraguayos para
alterar la correlación de fuerzas entre las aliadas del presidente Fernando Lugo
y las tradicionales ligadas a las emergentes burguesas expresadas en el Congreso
que en definitiva fue quien dio la cara para llevar el golpe de Estado en
Paraguay.
En 2009, la
intervención USA en Honduras fue más abierta, ya que se utilizó una base militar
estadounidense en ese país, para completar el secuestro del presidente legítimo
Manuel Zelaya. En Ecuador o Bolivia, las manos norteamericanas han estado
presente en los intentos de golpe de Estado, pero con diferencias a las
utilizadas en tiempos pasados, y continúa operando a través de su amplia y
diversa red de actores aliados, lacayos o pagados como mercenarios.
En esta
coyuntura, uno de los puntos fundamentales, y que encienden muchas alarmas, es
que el imperialismo -encarnado en Estados Unidos- busca quedar entre bambalinas
a la hora de derrocar gobiernos, pero a su vez, lograr un avance fundamental en
el irrespeto al derecho internacional. Otra vez, el caso Libia puede servir de
ejemplo: la propia resolución votada en el Consejo de Seguridad que estipulaba
la aplicación de una zona de exclusión aérea contra el país africano, fue
violado por quienes la votaron. En Siria o en Honduras, las fuerzas de la Casa
Blanca han despreciado leyes y normas que rigen a nivel mundial.
Si antes el
espionaje de la CIA se caracterizaba por el sigilo y el secreto, ahora, cada vez
más, las operaciones desestabilizadoras son comunicadas abiertamente de manera
permanente por los funcionarios del imperio.
Por Obsrvatorio de la Coyuntura Internacional
Director del
Observatorio
Leandro
Albani
Aprobado por el Consejo
de Presidentes
Ernesto Wong
Maestre-Thais Marrero Vicentelli-Rodney Coronado
EMAIL:
covenpri@yahoo.es
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