martes, 16 de octubre de 2012

Mata Hari: 'Cortesana sí, espía de Alemania nunca'

Madrugada del 15 de marzo de 1917, Margaretha (Gretha) Zelle se despierta en su lóbrega celda de la prisión de Saint-Lazare, Vincennes, en las afueras de París. Decidida, viste sus mejores galas: traje de dos piezas, blusa escotada y medias. Con sobria elegancia, enfunda sus manos en unos guantes de cabritilla y se cubre con un abrigo azul a modo de capa. Uno de sus últimos arranques de coquetería le lleva a cubrir su larga cabellera antaño oscura y lustrosa, cubierta ahora por las canas, con un sombrero de tres picos.

Pocas horas después, a las 5.30 de la mañana, Margaretha se encuentra sola. Es la hora de morir. Frente al pelotón de fusilamiento, con gran dignidad, se niega a ser atada al poste y rechaza el ofrecimiento de vendar sus ojos. Mira al frente y lanza un beso al sacerdote que la atendió en sus últimas horas y otro a su abogado, uno de sus ex amantes. Amanece cuando los fusiles descargan una ráfaga sobre ella. Una de las balas alcanza su corazón, provocando su muerte instantánea. No obstante, el oficial al cargo se acerca y dispara una bala en su cabeza, el tiro de gracia.

El cuerpo de la que fuere una de las mujeres más sexy y famosa de la época yace sobre el barro. Tras el fusilamiento, su cuerpo se destina a la facultad de medicina. Su cabeza le es amputada y enviada al Museo de Anatomía de París, del que años después será robada, se dice, por un admirador.

Ella era Mata-Hari. Había nacido la leyenda.

Todo había empezado cuarenta y un años antes. Margaretha era hija de un sombrerero holandés padre de otros tres hijos varones. Tras perder prematuramente a su esposa, el imprudente padre volcó toda su atención en su benjamina, haciéndola egocéntrica y consentida. Margaretha poseía además una exótica belleza, herencia de su madre, de ascendencia asiática. A muy temprana edad la joven tomó conciencia de la misma y del poder que podía reportarle. A los 16 años, no sabemos si accidental o consentidamente, se convierte en amante del director del centro en el que estudia. El escándalo es mayúsculo y la joven es expulsada. Su vida ya no volverá a ser la misma.

Tan solo tres años después, asfixiada por su entorno familiar y la encorsetada sociedad holandesa, decide contraer matrimonio. A través de un anuncio matrimonial publicado en la prensa, contacta con el capitán Rudolf Mac Leod, un apuesto aunque talludo militar, treinta años más mayor que ella. Su primera cita es un auténtico coup de foudre. El sensual magnetismo de Margaretha conquista al oficial, al tiempo que ella sucumbe ante el atractivo del uniformado. Siempre confesaría su debilidad por los militares.

El matrimonio es un fracaso, Rudolf resulta ser un intransigente esposo, bebedor, mujeriego y derrochador. Además padece la sífilis, consecuencia directa de sus correrías. Es destinado a una de las colonias holandesas en Indonesia. La joven esposa, que, como confesaría, jamás tuvo vocación de ama de casa, busca consuelo fuera del hogar. Pese a ello concibe dos hijos. Todo se complica cuando el primogénito, Norman fallece en extrañas circunstancias. La hija menor sobrevive pero Rudolf, alerta, aprovecha para atacar a su esposa acusándola de abandono de sus responsabilidades.

El matrimonio, conturbado, vuelve a Holanda, donde se separan. Corre el año 1902. La niña queda bajo la custodia de su padre, quien acusa a su esposa de conducta licenciosa y llega a publicar anuncios en la prensa anunciando que no se hace cargo de su manutención, condenando así a Margaretha a la miseria.

Con gran determinación, la joven se dirige a París. Allí prueba fortuna como modelo y actriz sin éxito, hasta que su natural inclinación exhibicionista aflora y decide, en un alarde de ingenio, centrarse en la danza. Su talento para la misma es dudoso pero su inusitado impudor y su gran intuición la conducirán a la fama. Evocando los bailes de iniciación de las vírgenes javanesas, emula sus pasos. Convertida ya en Mata Hari, solo sus pequeños senos se ocultan al público, cubiertos por  dos conchas metálicas. El resto de su cuerpo se envuelve únicamente por transparentes velos. El erotismo que desprende es mayestático. Mata Hari es la más sexy, descarada y atrevida, puro erotismo. La encorsetada y reprimida sociedad europea sujeta a los convencionalismos de la época, recibe con los brazos abiertos a la artista. Su habilidad para transformar lo que no era sino un simple striptease en una danza pseudorreligiosa la encumbran. Pero el tiempo no pasa en balde y Mata va marchitándose, a la par que sus imitadores surgen por doquier. Confesa lujuriosa, contaba con numerosos amantes: aristócratas, militares, corredores de bolsa y hasta destacados políticos desfilan por su lecho.

Su vida se complica cuando estalla la I Guerra Mundial. En mayo de 1914 consigue un contrato para bailar en el Metropol berlinés.

Sin embargo la situación política no le permite mantenerse al margen. Alemania y Francia se disputan sus favores. Su condición de artista facilita la posibilidad de actuar como espía. Inconsciente, acaba involucrada en una de las redes de espionaje de la contienda. Alemania en primer lugar y Francia, después, la incorporan en sus filas. Pero Le Deuxième Bureau –el servicio de información del ejército francés– le tiende una trampa. Francia precisa de culpables, y el 13 de febrero es detenida en París, acusada de espionaje a favor de Alemania. Aún hoy su infortunado destino es cuestionado. ¿Fue Margaretha una víctima propiciatoria, cabeza de turco de la contienda? Toda guerra precisa de combatientes, culpables y mártires. ¿Cortesana, espía, o simplemente víctima de un complot bélico? Mata Hari, mujer fatal condenada a un fatal destino.

Por  Teresa Mª Amiguet Molina

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