domingo, 28 de octubre de 2012

El glorioso inicio y el triste final de la época del macartismo

Joseph Raynold McCarthy
Después de que la Unión Soviética realizara en 1949 la prueba nuclear, en Estados Unidos estalló una verdadera histeria anticomunista: la ‘caza de brujas’. La búsqueda de ‘traidores’ entre los representantes de la ciencia y la cultura la encabezó el senador Joseph Raynold McCarthy.
En la Historia de todo Estado habrá, sin lugar a dudas, páginas oscuras que a uno le gustaría arrancar o por lo menos borrar de su memoria para siempre.
Aunque Winston Churchill alertó en su momento de que la peor traición es la traición de la Historia.
No seamos traidores.
Mayo de 1945. La capitulación incondicional de Alemania y la victoria incondicional de los aliados sobre el nazismo.
Julio de 1945. En la ciudad de Potsdam, en las afueras de Berlín, celebran su reunión los líderes de la coalición antihitleriana: el Generalísimo Iosif Stalin, el presidente Harry Truman y el primer ministro Winston Churchill. La agenda incluía, si usamos el lenguaje formal, cuestiones de orden post bélico y de la futura cooperación. Las discrepancias no eran pocas, pero parecía factible llegar a una fórmula de compromiso.
¿Había muestras de buena voluntad?
Todo lo secreto tiende a revelarse: en 1988, 40 años después de su elaboración, se hizo público el plan británico bautizado como ‘Operación Impensable’. Para sus autores era “impensable la presencia de las tropas soviéticas en Berlín y todavía más impensable la toma de Berlín por ellas”. El documento decía: “La Unión Soviética representa una amenaza mortal para el mundo libre y es necesario derrotarla en una guerra total”.
El inicio de las hipotéticas acciones bélicas estaba previsto, por ironía del destino, para el 1 de julio de 1945. El plan resultó ser realmente impensable, dado que por aquellas fechas el Ejército Rojo tomó por asalto la capital de Alemania y se instaló de manera definitiva en el territorio de Europa del Este.
Estados Unidos, el único país que en aquel entonces poseía bomba atómica, tampoco se quedó atrás. La llamada ‘doctrina Truman’ advertía sobre la inevitabilidad del conflicto entre el capitalismo y el comunismo. Por consiguiente, EEUU tenía que luchar contra el comunismo en todo el mundo para mantenerlo dentro de las fronteras de la URSS. El Comité de Jefes de Estado Mayor elaboró hacia diciembre de 1945 una operación bajo un nombre más prosaico, ‘Tenaza’, que fijaba 15 blancos “preferentes” y 106 ciudades soviéticas que debían someterse al ataque nuclear.
Afortunadamente, el plan no fue puesto en práctica porque alguno de los dirigentes del país “entró en razón”. En cualquier caso, la operación fue archivada sólo en 1950, a causa de su “imposibilidad militar”.
Y ahora es el momento de mencionar por tercera vez al primer ministro británico, Sir Winston Churchill.
El 5 de marzo de 1946 pronunció en el Westminster College de Fulton su famoso discurso, que el propio político llegaría a calificar como el más importante de toda su vida. A partir de aquel momento, comenzó la Guerra Fría.
Al estudio de las razones de aquella duradera confrontación están dedicados miles de libros, artículos y tesis doctorales. No rivalicemos con los investigadores profesionales, nos limitaremos a decir tan sólo que la Guerra Fría significaba una confrontación militar, económica e informativa entre las dos superpotencias y sus aliados.
¿Qué dijo Churchill en aquella ocasión?
“Una sombra se cierne sobre los escenarios que hasta hoy alumbraba la luz de la victoria de los aliados. Nadie sabe qué pretende hacer la Rusia Soviética y su organización comunista internacional en el futuro inmediato, ni cuáles son los límites -si existe alguno- de su tendencia expansiva y proselitista. Siento una gran admiración y tengo una gran estima al valeroso pueblo ruso y al que fue mi camarada en la guerra, el Mariscal Stalin.
…Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero. Tras él se encuentran todas las capitales de los antiguos Estados de Europa Central y del Este (...), todas estas famosas ciudades y sus poblaciones y los países en torno a ellas se encuentran en lo que debo llamar la esfera soviética, y todos están sometidos de una manera u otra, no solo a la influencia soviética, sino a un altísimo y en muchos casos creciente control por parte de Moscú (...)”.
En otra ocasión comentaremos si estas aseveraciones de Churchill eran certeras y cuál fue la reacción de los dirigentes soviéticos.
Ahora nos centraremos en que el mencionado discurso provocó una amplia campaña de “lucha contra la amenaza militar soviética” y la “exportación de la revolución”. Como resultado, en Francia, Italia y en algunos otros países los comunistas fueron expulsados de los gobiernos y en la República Federal de Alemania fue prohibido el Partido Comunista.
Y solo era el inicio: lo serio vino más tarde, hacia otoño de 1949. Un avión estadounidense que llevaba instalado a bordo un laboratorio y realizaba con regularidad vuelos de reconocimiento a lo largo de las fronteras meridionales de la URSS, detectó el 29 de agosto en la zona de la ciudad de Semipalátinsk niveles elevados de radiación. Las muestras del aire permitieron sacar una conclusión inequívoca: la Unión Soviética había ensayado una bomba atómica.
Transcurrido un mes, el 23 de septiembre de 1949, el presidente de Estados Unidos, Harry Truman, manifestaría lo siguiente: “El pueblo estadounidense, en virtud de los imperativos de seguridad nacional, tiene el derecho de estar informado sobre todos los acontecimientos en el ámbito de la energía nuclear”.
Y el pueblo estadounidense, una vez informado, procedió a actuar, a su juicio, de la única manera posible ante aquella situación.
Mientras los expertos, tras un análisis más detallado de los datos obtenidos, pudieron establecer la hipotética potencia del artefacto explosivo y sus características aproximadas.
No cabía la menor duda de que el esquema era una copia casi exacta de la bomba diseñada en EEUU. De modo que se había producido una fuga de información clasificada, mientras que la CIA le había estado asegurando al presidente Truman que la URSS tardaría 10 o 15 años en crear una bomba atómica.
Al director del FBI, John Edgar Hoover, se le encomendó una tarea urgente: descubrir a los responsables de la fuga de los secretos nucleares de Estados Unidos.
Como consecuencia, ya en verano de 1950 fueron arrestados y acusados de espionaje los esposos Ethel y Julius Rosenberg, militantes del Partido Comunista de Estados Unidos.
Este fue el inicio.
En estas condiciones, la siguiente declaración del senador Joseph McCarthy, hecha el 9 de febrero de 1950, cayó sobre suelo bien abonado: “... tengo en mis manos una lista con los nombres de 205 personas que son conocidas por el secretario de Estado como miembros del Partido Comunista y que, a pesar de ello, siguen trabajando y delineando la política del Departamento de Estado”.
El proceso arrancó...
McCarthy encabezó la subcomisión investigadora del Senado que en 1952 celebró seis reuniones a puerta cerrada y en 1953, ya 117. En 1954 hubo 36 comparecencias televisivas de sus expertos.
Se aprobó una ley que obligaba al Partido Comunista y algunas otras organizaciones a registrarse como agentes de Estados extranjeros. El incumplimiento de la norma se castigaba con penas de hasta cinco años de cárcel y una multa de hasta 10.000 dólares. Un comunista no podía tramitar el pasaporte para viajar al extranjero, ser funcionario público ni trabajar en plantas militares.
La ley establecía 14 rasgos característicos de la militancia de un ciudadano en el Partido Comunista. Al mismo tiempo, unas normas demasiado vagas permitían aplicarla a cualquier ciudadano del país.
Tras aficionarse a las persecuciones, McCarthy incluso se permitió llamar “hijo de puta” al presidente Truman, nada sospechoso de simpatizar con los comunistas, por falta de una actitud lo necesariamente dura hacia la “amenaza extremista”. Ni falta que hace mencionar a los representantes de la ciencia y la cultura sometidos a humillantes interrogatorios, obligados a arrepentirse de sus convicciones y denunciar a sus compañeros de oficio.
Se presentaron cargos contra Charles Chaplin, Arthur Miller, Leonard Bernstein, Albert Einstein e incluso Julius Robert Oppenheimer, el “padre” de la bomba atómica estadounidense.
Hemos mencionado solo a las personalidades más famosas, pero miles de personas de aquel país, considerado modelo de la democracia, perdieron sus empleos y se quedaron sin medios de subsistencia.
El fracaso de la ‘caza de brujas’ en Estados Unidos se debió en gran medida a la televisión: los métodos usados por Joseph McCarthy y sus partidarios empezaron a causar aversión entre una parte considerable de los ciudadanos. El golpe final a la carrera del senador lo asestó el reportero de la cadena CBS, Edward Murrow.
Presentó su reportaje sobre un piloto militar de origen serbio, Milo Radulovich, despedido de las Fuerzas Aéreas de EEUU por el hecho de estar suscrito su padre a los periódicos comunistas yugoslavos. El periodista puso de esta forma en tela de juicio los motivos del despido y consiguió que al piloto se le volviera a contratar.
Murrow fue más lejos e hizo un programa televisivo, basado únicamente en las declaraciones del propio, McCarthy, la que acabó por desacreditar al senador fanático delante de los habitantes del país. Hubo que crear un comité senatorial, encargado esta vez de investigar las actividades del propio McCarthy.
Las conclusiones de la investigación no dejaron lugar a dudas. McCarthy se aficionó al alcohol y murió a la edad de 49 años.
Así terminó en Estados Unidos el triste período llamado la “época del macartismo”.
Esta ha sido, a rasgos generales, la historia. El bien al final se impuso al mal. Pero quedó un sabor desagradable.
Y una cita de Edward Murrow que se atrevió a retar al senador McCarthy: “Una nación de ovejas engendra un Gobierno de lobos”.


Por Alexander Ratsimor, RIA novosti

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