Joseph Raynold McCarthy |
Después de que la Unión Soviética realizara en 1949 la prueba
nuclear, en Estados Unidos estalló una verdadera histeria anticomunista:
la ‘caza de brujas’. La búsqueda de ‘traidores’ entre los
representantes de la ciencia y la cultura la encabezó el senador Joseph
Raynold McCarthy.
En la Historia de todo Estado habrá, sin lugar a dudas, páginas
oscuras que a uno le gustaría arrancar o por lo menos borrar de su
memoria para siempre.
Aunque Winston Churchill alertó en su momento de que la peor traición es la traición de la Historia.
No seamos traidores.
Mayo de 1945. La capitulación incondicional de Alemania y la victoria incondicional de los aliados sobre el nazismo.
Julio de 1945. En la ciudad de Potsdam, en las afueras de Berlín,
celebran su reunión los líderes de la coalición antihitleriana: el
Generalísimo Iosif Stalin, el presidente Harry Truman y el primer
ministro Winston Churchill. La agenda incluía, si usamos el lenguaje
formal, cuestiones de orden post bélico y de la futura cooperación. Las
discrepancias no eran pocas, pero parecía factible llegar a una fórmula
de compromiso.
¿Había muestras de buena voluntad?
Todo lo secreto tiende a revelarse: en 1988, 40 años después de su
elaboración, se hizo público el plan británico bautizado como ‘Operación
Impensable’. Para sus autores era “impensable la presencia de las
tropas soviéticas en Berlín y todavía más impensable la toma de Berlín
por ellas”. El documento decía: “La Unión Soviética representa una
amenaza mortal para el mundo libre y es necesario derrotarla en una
guerra total”.
El inicio de las hipotéticas acciones bélicas estaba previsto, por
ironía del destino, para el 1 de julio de 1945. El plan resultó ser
realmente impensable, dado que por aquellas fechas el Ejército Rojo tomó
por asalto la capital de Alemania y se instaló de manera definitiva en
el territorio de Europa del Este.
Estados Unidos, el único país que en aquel entonces poseía bomba
atómica, tampoco se quedó atrás. La llamada ‘doctrina Truman’ advertía
sobre la inevitabilidad del conflicto entre el capitalismo y el
comunismo. Por consiguiente, EEUU tenía que luchar contra el comunismo
en todo el mundo para mantenerlo dentro de las fronteras de la URSS. El
Comité de Jefes de Estado Mayor elaboró hacia diciembre de 1945 una
operación bajo un nombre más prosaico, ‘Tenaza’, que fijaba 15 blancos
“preferentes” y 106 ciudades soviéticas que debían someterse al ataque
nuclear.
Afortunadamente, el plan no fue puesto en práctica porque alguno de
los dirigentes del país “entró en razón”. En cualquier caso, la
operación fue archivada sólo en 1950, a causa de su “imposibilidad
militar”.
Y ahora es el momento de mencionar por tercera vez al primer ministro británico, Sir Winston Churchill.
El 5 de marzo de 1946 pronunció en el Westminster College de Fulton
su famoso discurso, que el propio político llegaría a calificar como el
más importante de toda su vida. A partir de aquel momento, comenzó la
Guerra Fría.
Al estudio de las razones de aquella duradera confrontación están
dedicados miles de libros, artículos y tesis doctorales. No rivalicemos
con los investigadores profesionales, nos limitaremos a decir tan sólo
que la Guerra Fría significaba una confrontación militar, económica e
informativa entre las dos superpotencias y sus aliados.
¿Qué dijo Churchill en aquella ocasión?
“Una sombra se cierne sobre los escenarios que hasta hoy alumbraba la
luz de la victoria de los aliados. Nadie sabe qué pretende hacer la
Rusia Soviética y su organización comunista internacional en el futuro
inmediato, ni cuáles son los límites -si existe alguno- de su tendencia
expansiva y proselitista. Siento una gran admiración y tengo una gran
estima al valeroso pueblo ruso y al que fue mi camarada en la guerra, el
Mariscal Stalin.
…Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído
sobre el continente un telón de acero. Tras él se encuentran todas las
capitales de los antiguos Estados de Europa Central y del Este (...),
todas estas famosas ciudades y sus poblaciones y los países en torno a
ellas se encuentran en lo que debo llamar la esfera soviética, y todos
están sometidos de una manera u otra, no solo a la influencia soviética,
sino a un altísimo y en muchos casos creciente control por parte de
Moscú (...)”.
En otra ocasión comentaremos si estas aseveraciones de Churchill eran
certeras y cuál fue la reacción de los dirigentes soviéticos.
Ahora nos centraremos en que el mencionado discurso provocó una
amplia campaña de “lucha contra la amenaza militar soviética” y la
“exportación de la revolución”. Como resultado, en Francia, Italia y en
algunos otros países los comunistas fueron expulsados de los gobiernos y
en la República Federal de Alemania fue prohibido el Partido Comunista.
Y solo era el inicio: lo serio vino más tarde, hacia otoño de 1949.
Un avión estadounidense que llevaba instalado a bordo un laboratorio y
realizaba con regularidad vuelos de reconocimiento a lo largo de las
fronteras meridionales de la URSS, detectó el 29 de agosto en la zona de
la ciudad de Semipalátinsk niveles elevados de radiación. Las muestras
del aire permitieron sacar una conclusión inequívoca: la Unión Soviética
había ensayado una bomba atómica.
Transcurrido un mes, el 23 de septiembre de 1949, el presidente de
Estados Unidos, Harry Truman, manifestaría lo siguiente: “El pueblo
estadounidense, en virtud de los imperativos de seguridad nacional,
tiene el derecho de estar informado sobre todos los acontecimientos en
el ámbito de la energía nuclear”.
Y el pueblo estadounidense, una vez informado, procedió a actuar, a
su juicio, de la única manera posible ante aquella situación.
Mientras los expertos, tras un análisis más detallado de los datos
obtenidos, pudieron establecer la hipotética potencia del artefacto
explosivo y sus características aproximadas.
No cabía la menor duda de que el esquema era una copia casi exacta de
la bomba diseñada en EEUU. De modo que se había producido una fuga de
información clasificada, mientras que la CIA le había estado asegurando
al presidente Truman que la URSS tardaría 10 o 15 años en crear una
bomba atómica.
Al director del FBI, John Edgar Hoover, se le encomendó una tarea
urgente: descubrir a los responsables de la fuga de los secretos
nucleares de Estados Unidos.
Como consecuencia, ya en verano de 1950 fueron arrestados y acusados
de espionaje los esposos Ethel y Julius Rosenberg, militantes del
Partido Comunista de Estados Unidos.
Este fue el inicio.
En estas condiciones, la siguiente declaración del senador Joseph
McCarthy, hecha el 9 de febrero de 1950, cayó sobre suelo bien abonado:
“... tengo en mis manos una lista con los nombres de 205 personas que
son conocidas por el secretario de Estado como miembros del Partido
Comunista y que, a pesar de ello, siguen trabajando y delineando la
política del Departamento de Estado”.
El proceso arrancó...
McCarthy encabezó la subcomisión investigadora del Senado que en 1952
celebró seis reuniones a puerta cerrada y en 1953, ya 117. En 1954 hubo
36 comparecencias televisivas de sus expertos.
Se aprobó una ley que obligaba al Partido Comunista y algunas otras
organizaciones a registrarse como agentes de Estados extranjeros. El
incumplimiento de la norma se castigaba con penas de hasta cinco años de
cárcel y una multa de hasta 10.000 dólares. Un comunista no podía
tramitar el pasaporte para viajar al extranjero, ser funcionario público
ni trabajar en plantas militares.
La ley establecía 14 rasgos característicos de la militancia de un
ciudadano en el Partido Comunista. Al mismo tiempo, unas normas
demasiado vagas permitían aplicarla a cualquier ciudadano del país.
Tras aficionarse a las persecuciones, McCarthy incluso se permitió
llamar “hijo de puta” al presidente Truman, nada sospechoso de
simpatizar con los comunistas, por falta de una actitud lo
necesariamente dura hacia la “amenaza extremista”. Ni falta que hace
mencionar a los representantes de la ciencia y la cultura sometidos a
humillantes interrogatorios, obligados a arrepentirse de sus
convicciones y denunciar a sus compañeros de oficio.
Se presentaron cargos contra Charles Chaplin, Arthur Miller, Leonard
Bernstein, Albert Einstein e incluso Julius Robert Oppenheimer, el
“padre” de la bomba atómica estadounidense.
Hemos mencionado solo a las personalidades más famosas, pero miles de
personas de aquel país, considerado modelo de la democracia, perdieron
sus empleos y se quedaron sin medios de subsistencia.
El fracaso de la ‘caza de brujas’ en Estados Unidos se debió en gran
medida a la televisión: los métodos usados por Joseph McCarthy y sus
partidarios empezaron a causar aversión entre una parte considerable de
los ciudadanos. El golpe final a la carrera del senador lo asestó el
reportero de la cadena CBS, Edward Murrow.
Presentó su reportaje sobre un piloto militar de origen serbio, Milo
Radulovich, despedido de las Fuerzas Aéreas de EEUU por el hecho de
estar suscrito su padre a los periódicos comunistas yugoslavos. El
periodista puso de esta forma en tela de juicio los motivos del despido y
consiguió que al piloto se le volviera a contratar.
Murrow fue más lejos e hizo un programa televisivo, basado únicamente
en las declaraciones del propio, McCarthy, la que acabó por
desacreditar al senador fanático delante de los habitantes del país.
Hubo que crear un comité senatorial, encargado esta vez de investigar
las actividades del propio McCarthy.
Las conclusiones de la investigación no dejaron lugar a dudas. McCarthy se aficionó al alcohol y murió a la edad de 49 años.
Así terminó en Estados Unidos el triste período llamado la “época del macartismo”.
Esta ha sido, a rasgos generales, la historia. El bien al final se impuso al mal. Pero quedó un sabor desagradable.
Y una cita de Edward Murrow que se atrevió a retar al senador McCarthy: “Una nación de ovejas engendra un Gobierno de lobos”.
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