domingo, 5 de mayo de 2013

La espía cubana que llegó al Pentagono y mis aclaraciones

La espía cubana que llegó al Pentagono.
Autor: Cortesía FBI
Ana Belén Montes no se arrepiente de nada. Lleva más de diez años encerrada en una cárcel en Texas por enviarle secretos de Estado a Fidel Castro, pero no le importa. Como tampoco le molesta haber conspirado contra Estados Unidos, su patria. 
 
Ni le interesa lo que piensan sus colegas y jefes del Pentágono, donde fue por casi 17 años la principal analista de política cubana. Y le incomoda aún menos la traición personal a sus dos hermanos, ambos agentes del FBI. Pues Ana Montes tenía una causa. Y según escribió hace poco, “la prisión es uno de los últimos lugares en el que escogería estar, pero por algunas cosas vale la pena ir”. 

Aunque fue condenada en 2002, en ese entonces se filtraron muy pocos pormenores del caso, que los organismos de inteligencia consideran como uno de los escándalos de espionaje más dañinos de la historia. En las últimas semanas una investigación del periodista estadounidense Jim Popkin publicada por The Washington Post Magazine y la divulgación de nuevos detalles por el FBI, revelaron hasta qué punto la agente castrista Ana Montes comprometió los secretos de su país con un trabajo metódico, masivo y demoledor. 

Ana no tenía porqué terminar su vida compartiendo con reclusas asesinas. Nació hace 56 años en una familia de clase media alta puertorriqueña. Su padre, Alberto, era psiquiatra en el Ejército y andaba con su familia de base en base. Ana era una buena estudiante, esbelta y sonriente, la estampa del sueño americano. Pero la familia tenía un secreto. 

El doctor Montes era brutal con sus hijos, los corregía a correazos, era intolerante. Según el análisis psicológico que hicieron tras su arresto, Ana Belén aprendió a identificarse con los más débiles, a rechazar a los poderosos y relacionó el odio contra su padre con su trabajo en el Ejército. 

En 1979 se diplomó en Relaciones Internacionales en la Universidad de Virginia. Ahí la influyeron estudiantes latinoamericanos de izquierda. Era además una época convulsa, con guerras civiles en Centro América y dictaduras en el Cono Sur apoyadas por Washington. Al graduarse, puso la ideología a un lado y se vinculó al Departamento de Justicia, en la Oficina de Recursos sobre Privacidad e Información, donde manejaba documentos confidenciales. 

Mientras trabajaba se matriculó en una maestría en la Universidad Johns Hopkins. Ahí, según reveló el FBI la semana pasada, conoció a Marta Rita Velásquez, otra puertorriqueña joven y brillante que rechazaba  las políticas intervencionistas de la Casa Blanca en América Latina. Se volvieron muy cercanas, pero su complicidad fue mucho más allá de la amistad.

Velásquez trabajaba con la Dirección de Inteligencia castrista y ubicaba agentes para La Habana. Ana Montes era perfecta: inteligente, bilingüe, de izquierda y con acceso a información reservada. En 1984 la puso en contacto con los servicios secretos cubanos y un año después la acompañó a la isla, donde la entrenaron en técnicas de espionaje. Un par de meses más tarde Velásquez, que también era funcionaria federal, la ayudó a conseguir un trabajo como analista en la DIA, la agencia de inteligencia del Pentágono. El destino de Ana Montes estaba sellado.

Su carrera en el Pentágono fue meteórica. Rápidamente se volvió la investigadora principal para El Salvador y Nicaragua. En 1992 la nombraron jefa de Análisis Político y Militar de Cuba, donde sorprendió a todos sus colegas con su determinación y su sagacidad. Sus informes eran leídos por el estado mayor, el Consejo Nacional de Seguridad e incluso por miembros del Congreso. 

Estaba en contacto permanente con sus colegas de la CIA y del FBI que trabajaban sobre Cuba y tenía acceso a todos los documentos clasificados que existieran sobre la isla. Además, por su posición podía leer cientos de miles de reportes secretos de la red Intelink, donde 16 agencias federales de inteligencia comparten información nacional e internacional. 

Cuando caía la tarde, Montes no descansaba como sus colegas. Para no despertar sospechas, memorizaba todo en la oficina y lo rescribía en su casa en su computador portátil Toshiba. Luego entregaba la información en disquetes codificados a otros agentes. Para recibir órdenes sintonizaba su radio en la frecuencia 7887 AM. 

Ahí,  en medio de la noche, le transmitían 150 números que introducía en un programa especial que los traducía al español. Una red de cabinas telefónicas, de mensajes en clave y de papeles que desaparecen al contacto del agua completaban su kit de espía

Para Castro, Montes era la agente perfecta. Discreta y soltera, no se relacionaba con sus colegas, que la veían como una adicta al trabajo. Y no solo informaba desde la cúpula, sino que influenciaba las decisiones que se tomaban sobre la isla. Pero el gobierno sospechaba que alguien los traicionaba.

Solo sabían que el culpable tenía acceso a información sobre Cuba, que usaba un computador Toshiba y un par de cosas más. El investigador de contraespionaje  Scott Carmichael cruzó los datos que tenía con las hojas de vida de miles de empleados de la DIA. Obtuvo más de 100 coincidencias, pero a Carmichael un apellido le quedó sonando: Montes. Cuatro años antes reportaron algunas actitudes sospechosas de la puertorriqueña y Carmichael la entrevistó. Aunque no comprobó nada, pensó que mentía.

Sin embargo, nadie le creyó. Ana Belén Montes era una funcionaria ejemplar, respetadísima entre sus colegas, con una hoja de vida impoluta. El sabueso no se rindió e insistió con nuevos datos, fechas y pistas. Dos meses después le hicieron caso y lanzaron 50 agentes del FBI a la caza de Montes. 

La siguieron, la filmaron e incluso hurgaron su cuenta bancaria y supieron que compró un computador Toshiba el mismo que el espía cubano. Se jugaron el todo por el todo y registraron su apartamento cuando estaba de viaje, donde copiaron el disco duro del portátil. No tardaron en descubrir su contenido: documentos top secret, claves y evidencias de la doble vida. Se acercaba el final. 

Su caída se precipitó con los atentados del 11 de septiembre. Temerosos de que pasara información que terminara en manos enemigas, el FBI la arrestó diez días después en su oficina. No se resistió, sino que, según dijo un agente “salió totalmente tranquila, no diré que ‘orgullosa’, pero llena de serenidad”. Aceptó los cargos de espionaje, lo que le evitó ser acusada de traición y una posible pena de muerte. Y también salvó al gobierno de revelar los detalles del caso. 

Por ahora se sabe que entregó a cuatro agentes secretos en Cuba, que filtró la identidad de un sargento de las fuerzas especiales infiltrado en El Salvador y que, de manera indirecta, comprometió la acción de Washington en el mundo, pues Cuba transmitía o vendía lo que Montes conseguía a China, Corea del Norte, Rusia, Libia o Irán. 

Según se dijo el año pasado en una audiencia en el Congreso, fue “una de las espías más dañinas de la historia de Estados Unidos” y “es probable que las informaciones que transmitió contribuyeran a la incapacitación y la muerte de agentes norteamericanos”.  

Y no lo hizo ni por dinero, ni por amor, ni por ambición. Como le dijo al juez que la condenó a 25 años de cárcel, “obedecí mi conciencia por encima de la ley. Me sentí moralmente obligada a defender la isla de nuestros esfuerzos de imponerle nuestros valores. Solo puedo decir que hice lo que hice para contrarrestar una grave injusticia”.
Tomado de  http://www.semana.com

Aclaraciones del administrador:
En primer lugar, aunque Cuba no ha reconocido oficialmente la condición de agente de la inteligencia infiltrada dentro de la DIA, parece probable que más bien fuera una colaboradora secreta de la misma, motivada por razones ideológicas, las que se basaron en una toma de conciencia sobre el papel criminal de la política norteamericana contra la Isla. Por ello no puede catalogársele de espía, ya que no medió un compromiso ni salario por sus acciones.
Por otra parte, Cuba nunca ha acostumbrado, por razones éticas, a vender secretos a otras naciones. Es cierto, cuando se ve en peligro la seguridad nacional de cualquier país y se dispone información al respecto, el gobierno cubano pone de inmediato en conocimiento de la parte en peligro toda la información de la que dispone. Esta práctica la ha promovido, incluso, con Estados Unidos, y ha contribuido a esclarecer planes magnicidas, terrorismo y otras acciones criminales con prontitud, alertando a la Casa Blanca.
Nunca las acciones de Ana Belén Montes  promovieron la incapacidad o muerte de agentes norteamericanos, ni fue directamente responsable por la muerte del sargento Gregory A. Fronius, fallecido el 31 de marzo de 1987 en  El Paraíso, Chalatenango, El Salvador. Esta persona murió en combate, no fue ajusticiado, ni asesinado a mansalva. ¿Qué hacía él en EL Salvador, en un campamento de Fuerzas Especiales como parte de una operación secreta? Por el contrario, siempre se tomaron medidas de neutralización operativa de los mismos, descubriendo sus tapaderas y tomando acciones para contrarrestar su actividad, sin atentar contra sus vidas.

Por otra parte, considero que las informaciones pasadas a Cuba, si es que existieron, no fueron para vulnerar la Seguridad Nacional de EE UU, sino para proteger a pueblos latinoamericanos  de la guerra sucia, de acciones criminales y planes de asesinato gestados por su gobierno.

Su alegato de defensa, antes de recibir una sanción de 25 años de prisión, muestran su estatura humana, fuerza de convicciones  y profundo sentido de la justicia:

"Existe un proverbio italiano que quizás sea el que describe de la mejor forma en lo que yo creo: Todo el Mundo es un solo país. En ese "país mundial" el principio de amar al prójimo tanto como se ama a uno mismo resulta una guía esencial para las relaciones armoniosas entre todos nuestros "países vecinos".

"Este principio implica tolerancia y entendimiento para las diferentes formas de actuar de los otros. El establece que nosotros tratemos a otras naciones en la forma en que deseamos ser tratados- con respeto y consideración. Es un principio que, desgraciadamente, yo considero nunca hemos aplicado a Cuba.

"Honorable, Yo me involucré en la actividad que me ha traído ante usted porque obedecí mi conciencia más que obedecer la ley. Yo considero que la política de nuestro gobierno hacia Cuba es cruel e injusta, profundamente inamistosa, me consideré moralmente obligada de ayudar a la isla a defenderse de nuestros esfuerzos de imponer en ella nuestros valores y nuestro sistema político.

"Nosotros hemos hecho gala de intolerancia y desprecio hacia Cuba durante las últimas cuatro décadas. Nosotros nunca hemos respetado el derecho de Cuba a definir su propio destino, sus propios ideales de igualdad y justicia. Yo no entiendo como nosotros continuamos tratando de dictar como Cuba debe seleccionar sus líderes, quienes no deben ser sus dirigentes y qué leyes son las más adecuadas para dicha nación. ¿Por qué no los dejamos decidir la forma en que desean conducir sus asuntos internos, como Estados Unidos ha estado haciendo durante más de dos siglos?

"Mi forma de responder a nuestra política hacia Cuba quizás no fue la más adecuada moralmente. Es posible que el derecho a existir de Cuba, libre de la coerción política y económica, no justifique el haber entregado a la isla información clasificada para que pudiera defenderse. Yo solamente puedo decir que hice lo que consideré más adecuado para contrarrestar una gran injusticia.

"Mi mayor deseo sería ver que surja una relación amistosa entre Estados Unidos y Cuba. Espero que mi caso, en alguna manera, estimule a nuestro gobierno para que abandone su hostilidad en relación con Cuba y trabaje conjuntamente con La Habana, imbuido de un espíritu de tolerancia, respeto mutuo y entendimiento.

"Hoy vemos más claro que nunca que la intolerancia y el odio – por individuos o gobiernos- lo único que disemina es dolor y sufrimiento. Yo espero que Estados Unidos desarrolle una política con Cuba fundamentada en el amor al vecino, una política que reconozca que Cuba, como cualquier otra nación quiere ser tratada con dignidad y no con desprecio.

"Una política como esa llevaría nuevamente a nuestro gobierno a estar en armonía con la compasión y la generosidad del pueblo estadounidense. Ella permitiría a los cubanos y estadounidenses el aprender como compartir unos con los otros. Esto permitiría que Cuba abandone sus medidas defensivas y experimente cambios más fácilmente. Y esto permitiría que los dos vecinos trabajen conjuntamente y con otras naciones para promover la amistad y cooperación en nuestro "país mundial" y en nuestra única "patria mundial".
 
Personalmente, creo que ha llegado el momento histórico de reconocer mundialmente el heroismo, el sentido de solidaridad y la total entrega de esta ejemplar ciudadana, la que nunca traicionó el honor y la ética infundida por los Padres Fundadores de la nación norteamericana. Su sentido de justicia estuvo por encima de un ¨patriotismo¨ manipulado por sus captores y la justicia USA, los que manipularon su caso. Ella también fue una víctima más de la manipulación de la verdad y de la injusticia legal norteamericana.
¡Ojalá el mundo, incluido el pueblo norteamericano, levante una campaña internacional por la liberación de esta valiente mujer internacionalista, quien tras una década de cruel prisión, aún mantiene vivas las convicciones que la motivaron!
 

Percy Francisco Alvarado Godoy 

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