Alguien ha dicho que la elite que
gobierna en Estados Unidos por encima del gobierno que eligen los
ciudadanos, esconde con excesiva frecuencia la basura bajo la alfombra y
luego olvida dónde la dejó.
Y pruebas de este aserto no faltan en
la historia del imperialismo estadounidense desde el momento mismo de
su surgimiento tras la guerra contra España a fines del siglo XIX e
inicios del XX.
Esa conflagración nació de una
mentirosa auto agresión contra el acorazado Maine, surto en puerto
habanero en visita de cortesía a las autoridades coloniales, que sirvió
de pretexto para que el flamante imperio estadounidense declarase la
guerra a una España decadente, debilitada además por las luchas
anticoloniales, para hacerse de los remanentes de su imperio colonial,
desde Hawái y las Filipinas hasta el Caribe.
Todavía hoy, Estados Unidos no ha
reconocido aquella mendaz manipulación de sus dirigentes de entonces,
oculta bajo la alfombra de la historia oficial impuesta por el
vencedor.
Desde entones hasta hoy, la
manipulación de los hechos ha sido sistemáticamente usada por los
líderes de gobierno estadounidenses para justificar sus acciones
agresivas iniciales de todas sus contiendas por imponer su hegemonía a
escala regional o planetaria.
Puede afirmarse que, desde entonces,
todas las guerras imperialistas de Estados Unidos han comenzado con una
gran mentira ajustada a necesidades internas de la superpotencia,
dirigidas a acomodar al Congreso, la opinión pública nacional, la
extranjera, o a determinados intereses específicos de algún sector del
imperio. En todos los casos la cúpula imperial ha utilizado todos los
recursos del gobierno y el control que ésta ejerce sobre los medios
fundamentales de información (mainstream media) para apoyar esas
fabricaciones.
La primera década del presente siglo
comenzó con una serie de agresiones contra lo que fue la federación de
Yugoslavia. A base de mentiras y manipulaciones, Washington -casi
siempre con el aval y la participación cómplice de países de la OTAN-
llevó a cabo una cadena de agresiones contra ese grupo de naciones que
bajo el liderato de Josif Broz Tito había logrado mantener una precaria
unión federativa que le propició desempeñar un importante papel
integrador entre los países no alineados favorecedor de un equilibrio
mundial que dio a Yugoslavia notable prestigio como país independiente.
Luego vendrían las agresiones contra
Iraq y Libia, en ambos casos a partir de justificaciones tan mentirosas
como seguramente lo son las actuales acusaciones contra Siria.
La existencia de armas prohibidas de
destrucción masiva en Iraq y los vínculos de su gobierno con la
organización terrorista Al Qaeda demostraron ser absolutamente
inventados y falsos, cuando ya el país había sido destruido y su
presidente asesinado.
Un parecido escenario, así como un desenlace idéntico estuvieron presentes en Libia pocos años después.
Para escarnio de la opinión pública
mundial, el actual Jefe de la Casa Blanca, Barack Obama, se presenta
ahora ante la opinión pública norteamericana y mundial, dispuesto a
destruir a Siria con pretextos similares o menos creíbles aún que los
que antes utilizara George W. Bush cuando se preparaba para agredir a
Iraq y a Libia.
Aducen esta vez los pretendidos dueños
del mundo que el presidente de Siria –contra quien hace mucho tiempo
viene gastando balas la maquinaria propagandista estadounidense- ha
provocado una crisis humanitaria en su país usando armas químicas
contra su propio pueblo.
Por supuesto, con tantos antecedentes
frescos disponibles, nadie le cree, pero todo hace pensar que la cúpula
que gobierna en Estados Unidos por encima del gobierno electo espera
que una vez más la maquinaria de información que tienen estructurada en
todo el mundo viabilice la impunidad.
En el peor escenario, tienen en la Casa
Blanca a un presidente desechable cuyo acceso inesperado al poder le
fuera viabilizado por la propia cúpula solo por motivo de la enorme
crisis multifacética en la que se había situado la superpotencia bajo
reaccionarios gobiernos de extrema derecha que siguieron la senda
abierta por Ronald Reagan y tocaron fondo con la vergonzosa presidencia
de George W. Bush.
Ahora, se advierte a Barack Obama
inseguro, preocupado por una crisis humanitaria local en Damasco desde
su posición de responsable máximo a nivel mundial de tantos crímenes –
incomparablemente más graves y mayores que pretende denunciar en Siria-
generados por Estados Unidos por doquier, desde las bombardeos atómicos
en Japón hasta los casi cotidianos ataques con drones en Paquistán.
Por Manuel E. Yepe, periodista cubano especializado en política internacional.
Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación
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