Varias fueron las personas que cuestionaron el artículo publicado el
pasado mes de julio sobre el director de cine y teatro Juan Carlos Cremata
Malverti, bajo el título de “Un
huérfano ingrato”, el cual reflejaba algunas verdades que el mencionado
artista ocultaba, o al parecer había olvidado.
El motivo de dicho escrito se basaba en la obra teatral que dirigió donde
deseaba la muerte a Fidel Castro Ruz, quien personalmente había tenido
deferencias muy especiales cuando Juan Carlos Cremata enfermó en Francia,
después de algunos excesos que le hicieron olvidar que padece de una enfermedad
contagiosa incurable, y cualquier desatino dislocado puede acercarle a la
muerte.
Ante la gravedad de su estado de salud, Fidel Castro asumió la atención
médica en un hospital de París, a donde fueron enviados su madre y su hermano,
el director del excelente grupo teatral infantil La Colmenita, conocido como
Tin Cremata.
Tin se encontraba en Argentina y su madre en La Habana. Como prueba de su
preocupación por el joven director de cine, Fidel envió al entonces canciller
Felipe Pérez Roque al hospital de París, a fin de interesarse personalmente del
tratamiento médico, siendo recogido en la historia de esa instalación
hospitalaria como el primer ministro de exteriores en visitarlo.
A pesar de esto, Juan Carlos Cremata Malverti, demuestra una absoluta
ingratitud para quien se preocupó de que no falleciera, pagándole con una
aberrante obra teatral donde desea que Fidel muera.
Algunos oportunistas del gremio se le suman en busca de publicidad y ser
bien vistos en Miami y hasta en el Departamento de Estado, quizás como carta de
cambio para tener alguna oportunidad en una añorada transición al capitalismo.
Para reforzar más aun su ingratitud, Juan Carlos acaba de escribir un
correo donde expone las “instrucciones básicas para ser (o parecer como) un
buen revolucionario cubano”, algo que pone de manifiesto sus proyecciones
psicológicas, quizás afectadas por la pérdida de su padre, muerto en el cruel
acto terrorista de la voladura del avión de Cubana de Aviación en 1976, y cuyos
autores residen plácidamente en Miami.
Es posible que esas “instrucciones” reflejen lo que ha sido su vida y sus
sentimientos, especialmente para la patria, algo que al parecer no representan
nada para él.
De forma irrespetuosa hacia los emblemas más sagrados de los cubanos
expone:
“…para ser un buen
revolucionario cubano hay que defender con apego, vehemencia y arrojo, como si
fuesen únicamente suyos, los símbolos patrios”, y añade:
“de ser posible duerma abrazado
a la bandera, mándese a hacer un tatuaje en el pecho con el escudo nacional,
pues a la espalda, podrá agregar a la mismísima Caridad del Cobre, el
Guerrillero Heroico o al Comandante en Jefe”.
Para que no quepan dudas de sus posiciones expresa:
“…para ser un buen
revolucionario, debe citar las palabras dichas por el histórico máximo líder.
No se preocupe si en ello no es exacto. ¡Total! Él habló tanto, durante tantos
años, que cualquiera de sus extensos discursos podrá servirle para argumentar
diatribas”.
Demostrando un escaso conocimiento de la historia de Cuba y nublado por
sentimientos encontrados, afirma en su correo:
“…utilice siempre al bloqueo y
la injerencia imperialista, como los argumentos más eficaces para zanjar
disputas, porque toda la culpa será eternamente de ellos, aunque hayamos sido
nosotros los que hayamos procedido mal en un principio”.
Es lamentable que Cremata no recuerde que mucho antes de 1959, el gobierno
de Estados Unidos trataba de impedir el triunfo de los rebeldes, algo que está
reflejado en el acta de la última reunión del Consejo Nacional de Seguridad,
celebrada en diciembre de 1958.
En la misma, el director de la CIA, Allen Dulles y el propio presidente
D. Eisenhower, planteaban la necesidad de impedir el triunfo de Castro.
Tampoco conoce los procesos de 1898, cuando Estados Unidos organizó el
pretexto de la voladura del acorazado Maine, para intervenir en la guerra
hispano-cubana, con el fin de apoderarse de la Isla; la Enmienda Platt y los
programas terroristas de Acción Encubierta de la CIA.
Tristemente no conoció de las votaciones en la ONU, donde excepto Estados
Unidos y su aliado Israel, todos los estados del mundo condenan el criminal
Bloqueo Económico, Comercial y Financiero, impuesto contra Cuba, el que, según
documentos yanquis desclasificados, está diseñado para:
[…] “inducir al régimen
comunista a fracasar en su esfuerzo por satisfacer las necesidades del país,
negarle dinero y suministros para disminuir los salarios reales y monetarios, a
fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.
Estos conceptos no forman parte de la propaganda comunista, son los del
gobierno estadounidense y no son argumentos para la recta de Cremata de
convertirse en “un buen revolucionario”.
Estas y otras afirmaciones provienen de una persona que gracias al
proceso revolucionario que ahora tanto repudia, estudió gratuitamente hasta
convertirse en director de cine, y filmar varias películas sin gastar un solo
centavo de su peculio personal, algo impensable para un niño huérfano de padre,
en ese sistema capitalista que tanto lo ha deslumbrado.
Si fuera consecuente con sus actuales ideas, Cremata debería renunciar a
todos los medicamentos que gratuitamente recibe de la Revolución socialista,
desbordada de tolerancia y mucha sensatez con aquellos que mientras han estado
mamando de las ubres de las vacas del Estado, sin que se le pregunte como
piensan políticamente, ahora olvidan y se transforman en desagradecidos que
desean la muerte de aquel que en 1959 le devolvió la dignidad a su pueblo.
Certero fue José Martí cuando aseguró:
“Olvidar es de ruines”
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