Venezuela instalada en el
peor de los escenarios interpela a la conciencia de muchas y muchos
latinoamericanos. ¿Qué ha ocurrido para que una oposición mediocre, sin
programa político más allá del odio y el revanchismo contra todos aquellos que
sean chavistas, haya podido conseguir unos resultados de tanta holgadez que
prácticamente los coloca en la puerta de obtener el gobierno?
Sin duda son varias las
razones que fueron generando este presente, unas provocadas por el enemigo y
otras muy ligadas a las propias contradicciones y errores de un proceso
revolucionario, del que nadie, absolutamente nadie, está exento.
“Guerra", se pronuncia
fácil esa palabra cuando no se la vive en lo cotidiano: madres deseosas de dar
de comer a sus hijos soportando largas colas, llenando sus bolsas no de
alimentos sino de frustraciones continuas ante la falta de leche, harina pan,
papel de baño, jabón, y tantos otros artículos que se escamotean con criminal
insistencia. Contrabando hacia Colombia, llevándose lo que en cada ciudad
escasea. Hay que haberlo vivido para saber que la bronca que estas situaciones
producen, apuntan casi siempre hacia arriba, no para denunciar solamente a los
gestores reales de estas estrategias letales, empresarios millonarios e
inescrupulosos ligados a la oposición más cerril, sino que también, casi
lógicamente, el desánimo suele poner al gobierno en la mira. Es indudable que
un pueblo, con el nivel de conciencia adquirido en estos 15 años de Revolución,
se plantee exigir a su Gobierno que tome las riendas en sus manos, que aplique
toda la dureza necesaria para que los que se enriquecen con el dolor de los más
humildes no sigan humillándoles, que si hay que nacionalizar, expropiar y
llenar las cárceles de desabastecedores no le tiemble la mano. Que se suba un
escalón más y se nacionalice el Comercio Exterior para ir reparando los daños
causados por problemas estructurales que se vienen arrastrando desde la Cuarta
República.
La capacidad de comprensión
de estas demandas urgentes, formuladas una y otra vez, generan un pozo de
desesperanza cuando no se obtienen respuestas, y de allí a desmovilizarse
-física o mentalmente- hay un solo paso, y la oposición, impulsora directa de
todos estos climas, supo aprovecharse de los mismos. Sólo basta imaginar
que de ese 25 por ciento de ciudadanos que se abstuvieron, un buen porcentaje
son chavistas, que sin pasarse directamente a la derecha, sí quisieron
protestar a su manera contra un gobierno que paradójicamente es el que más ha
hecho por ellos en el último siglo.
Pero hay más razones, que
son similares a lo que han venido sufriendo todos los procesos progresistas y
revolucionarios del continente. El terrorismo mediático, claro que sí. Esa andanada
mortífera de mentiras lanzadas por los medios locales y externos, creadores
de “escenarios" como pocos, gestores de iniciativas desestabilizadoras
o maestros en la creación de “liderazgos”, como el realizado con el golpista
Leopoldo López, o apelando a la institucionalización del “victimismo”.
Allí está el ejemplo de la esposa del reo, Lilian Tintori, a la que el dinero a
raudales invertido por la coalición antichavista internacional (los Aznar, los
Felipe González, los Pastrana o los Tuto Quiroga y Uribe Vélez) sirvió para
pasearla por todo el mundo, a efectos de provocar adhesiones en su cruzada
contra “el dictador Maduro”.
Todos estos elementos son un
detalle que quizás no hubieran alcanzado para llegar hasta este presente, si
detrás de cada una de las jugadas contra el gobierno venezolano no estaría el
Imperio y una larga lista de cómplices, entre los que el fascismo español ocupa
la delantera. Es precisamente ese protagonista tan especial, que desde el mismo
momento en que Hugo Chávez llegó al gobierno, puso en marcha todos los
mecanismos para lograr su derrocamiento. De idéntica manera pero con diferentes
resultados a lo que intentaron hacer con la Cuba de Fidel y Raúl.
Ese imperio es, no hay
que olvidarse, el enemigo principal de la Revolución que ahora está al borde
del precipicio, pero a la vez debería ser la matriz que provoque un gigantesco
y urgente esfuerzo de reconstrucción de las fuerzas populares para enfrentarlo
en todos los terrenos posibles. No es que se haya perdido una elección, sino
que se puede perder una Revolución, y eso sí que cuesta años o a veces siglos,
si se piensa en recuperar un escenario similar.
Todo indica que no hay que
bajar los brazos ni caer en depresiones paralizantes, aún "tenemos Patria”
y a la vez se corre contra reloj, como para titubear o sumergirse en propuestas
tibias, claudicantes, socialdemócratas, que suelen abundar en las entrañas del
Proceso, inducidas por “asesores” europeos que en sus países son poco y nada.
Se trata de defender todas las conquistas alcanzadas, las Misiones, la
Educación, las viviendas, la tierra repartida. Contra todo ello embestirá sin
dudas, con desprecio y prepotencia racista, ese “universo” que
representa la oposición derechista que ahora ha llegado con fuerza a la Asamblea
Nacional. Entregarles las conquistas, sería suicida. Endurecer el proceso
revolucionario, escuchar lo que se grita en barrios y parroquias, ir por todo,
a pesar de las circunstancias, quizás no resulte exitoso, pero vale la pena
intentarlo. Existe un liderazgo, Nicolás Maduro, el hombre en el que el
Comandante Chávez depositó todas sus esperanzas y confianza. El jefe de un
ejército de humildes y patriotas que ha sabido cumplir con la difícil tarea, a
pesar de los pesares. Qué más se necesita para empinarse de valor y pegar un
volantazo, con el pueblo movilizado en la calle. Aún estamos a tiempo, y vale
la pena recordar en estas duras circunstancias, aquella frase premonitoria
pronunciada por Fidel después del desembarco del “Granma”: “tenemos 10 hombres
y 10 fusiles, vamos a ganar la Revolución”. A casi 57 años de esa gesta, Cuba
sigue de pie.
Carlos Aznáres, Resumen
Latinoamericano
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