El propósito del terrorismo
es sembrar el miedo entre sus víctimas. Crear un clima de inseguridad
suficiente como para aterrorizar a la gente, de manera que interrumpa sus
actividades diarias por el temor a un ataque en el momento menos esperado. A
las autoridades locales les queda la responsabilidad de evaluar la seriedad de
una amenaza, lo que requiere un delicado equilibrio entre la seguridad máxima o
continuar la vida regular.
Un ejemplo de ello es el cierre del Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles (LAUSD), como medida precautoria, ante la amenaza de que terroristas islámicos iban atacar varias escuelas con bombas y armas de asalto. El otro es la decisión de las autoridades escolares de Nueva York que aparentemente recibieron una amenaza similar a la de Los Ángeles, pero al interpretarla como “no creíble”, la descartaron permitiendo que las escuelas sigan su funcionamiento regular. El Comisionado de Policía de Nueva York, y ex jefe policial a en Los Ángeles, Bill Bratton, calificó la reacción del LAUSD como una “sobre reacción significativa”.
La decisión tomada en Los
Ángeles está influenciada por el recuerdo fresco de la matanza de San Bernardino,
a una hora de Los Ángeles, hace dos semanas. La tragedia que causó 14 muertos
dejó un profundo sentimiento de inseguridad en la población. La narrativa dice
que si los simpatizantes de los extremistas islámicos actuaron en algo tan
local como una reunión de empleados condales, nadie estaría completamente a
salvo de ellos.
Apostar por la cautela suele
ser una buena política. Es mejor estar tranquilo y seguro, aunque el terror
haya logrado un éxito efímero, porque el temor nos hace cambiar de rumbo. Los
acontecimientos de hoy mostraron dos decisiones diferentes tomadas rápidamente,
aunque influenciadas por distintas circunstancias. Ambas son diferentes caras
de la misma moneda que en estos tiempos es el combate al terrorismo.
Editorial de La Opinión
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