Según las últimas encuestas, Rousseff mantiene la preferencia del
electorado con un 36% de respaldo, nueve puntos porcentuales más que su
adversaria Silva.
El mes de octubre puede ser crucial para la mayoría de los países
latinoamericanos, en especial para los que apuestan por la unidad de la
región, pues las elecciones presidenciales en Brasil (el día 5), Bolivia
(el día 12) y Uruguay (el día 26) pudieran mantener el avance de las
fuerzas de izquierda y centroizquierda o provocar un giro a la derecha,
según los resultados.
La situación más preocupante se da en el gigante suramericano,
Brasil, pues la mayoría de los votos se mueven entre la permanencia de
la actual presidenta, Dilma Rousseff, quien busca la reelección por el
Partido de los Trabajadores (PT); Marina Silva, candidata del Partido
Socialista Brasileño (PSB) y el senador Aécio Neves, postulante de la
Social Democracia Brasileña (PSDB).
Según las últimas encuestas, Rousseff mantiene la preferencia del
electorado con un 36% de respaldo, nueve puntos porcentuales más que su
adversaria Silva. Las pesquisas dan por sentado que se dará una segunda
vuelta electoral entre Rousseff y la pretendiente del PSB, con un
posible empate técnico.
De ganar Silva, no solo sería el fin de los 12 años de ejercicio del
poder del Partido de los Trabajadores, sino que seguro concluiría el rol
de Brasil como apoyo fundamental a los gobiernos populares de la
región.
También se prevé, en ese caso, un cambio en la política exterior de
Brasil, que actualmente se centra en potenciar el bloque suramericano
Mercosur, y de seguro buscaría concretar acuerdos de libre comercio con
Europa, Estados Unidos y Asia, según analistas brasileños.
“Yo creo que va a haber un cambio muy grande, no importa cuál de los
candidatos de oposición gane”, destacó recientemente Rubens Barbosa, ex
embajador brasileño en Estados Unidos y actual consultor empresarial en
San Pablo.
La campaña de cara a la primera ronda concluirá el 2 de octubre y las
encuestas muestran un proceso totalmente abierto y polarizado entre los
modelos que proponen ambas candidatas, que serán las más votadas en
esa primera vuelta del 5 de octubre y según especialistas las elecciones
se decidirán en segunda ronda, el día 26.
Rousseff apoya su oferta en los programas sociales desarrollados
desde 2003, cuando esa formación llegó por primera vez al poder con Luiz
Inácio Lula da Silva. En su mensaje abundan los números y cita siempre
las cerca de 40 millones de personas que salieron de la pobreza y
pasaron a engrosar la clase media en los últimos doce años, así como el
mantenimiento de tasas de desempleo en torno al cinco por ciento en
plena crisis mundial.
La actual mandataria también fomentó el Programa “Bolsa Familia”, que
distribuye a 12,7 millones de hogares una renta mensual aproximada de
80 dólares consiguiendo que 29 millones de personas salgan de la
pobreza, a la vez que la clase media pasó a ser del 51% de la población.
Estos datos se respaldan con el reciente informe de la Organización
de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, en
sus siglas en inglés) que destacó la reducción en 75% en los índices de
pobreza extrema y de más del 50% en la tasa de desnutrición en Brasil
en los últimos 11 años.
A la propuesta de Dilma se opone Marina Silva, ecologista, ex
senadora y ex ministra de Medio Ambiente que irrumpió como candidata del
PSB hace un mes, tras la muerte en un accidente aéreo del anterior
abanderado Eduardo Campos, y su promesa de “cambios” ha calado entre el
electorado.
Silva asegura representar una “nueva política” y dice que prescindirá
de los partidos, para gobernar con “los mejores cuadros” de cada una de
esas formaciones. Lo insinuó hace unos días, cuando en un acto de
campaña dijo que, si llega al poder, una de sus primeras medidas será
crear un “comité de búsqueda de hombres de bien” para formar su
Gobierno. Habrá que ver qué sucede el 5 de octubre.
En Uruguay, por su parte, el Frente Amplio (FA) tiene como candidatos
a presidente y vicepresidente a dos figuras con hondas raíces
históricas en el partido: al exmandatario de la República Tabaré Vázquez
(2005-2010), primer gobernante frenteamplista y Raúl Fernando Sendic,
hijo del líder del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, Raúl
Sendic Antonaccio. En tanto el Partido Colorado y su candidato, el joven
abogado Luis Lacalle Pou, de 41 años, hijo del expresidente Luis
Alberto Lacalle, parecen rivales serios. Un triunfo en primera ronda,
bajo estas tendencias, no sería fácil y se augura una batalla política
intensa en las próximas semanas.
En un país en el que no está permitida la reelección consecutiva,
Vázquez, que en 2005 se erigió como el primer dignatario de izquierda en
la historia de Uruguay, luchará en las elecciones presidenciales por
ser el sucesor del popular José Mujica a partir de marzo de 2015.
Muy diferente se muestra el escenario en Bolivia, donde la reelección
del presidente Evo Morales y de su vicepresidente, Álvaro García
Linera, parece inminente. Las encuestas reflejan un apoyo para los
candidatos del Movimiento al Socialismo (MAS) que va del 52 al 59 por
ciento, muy por encima del 15 al 17 por ciento del opositor Samuel Doria
Medina. ¿Qué está detrás de este contundente crecimiento del respaldo a
la gestión de Evo Morales? Seguramente la radicalidad y profundidad de
los cambio acometidos por la Revolución Indígena y Cultural, como la
define el gobernante, sobre todo si se le compara con la pesadilla
neoliberal que precedió a su llegada al Gobierno.
Lo cierto es que, durante el mandato de Morales, la economía
boliviana se ha desarrollado notablemente. En 2013 alcanzó un
crecimiento del PIB del 6,83%, superando incluso la previsión
gubernamental y de los organismos internacionales.
En la última década, las reservas internacionales bolivianas se han
multiplicado en nueve veces, aumentando de $ 1.714 millones de dólares
en 2005 a $15.494 millones actualmente. La Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (CEPAL), organismo adscrito a Naciones
Unidas, prevé que Bolivia liderará este año el crecimiento económico en
la región con un 5,5%.
Lo cierto es que será un mes definitorio para Latinoamérica.
Eventuales triunfos de las derechas, en este ciclo electoral que se
avecina, tendrían consecuencias importantes, por un lado, sobre el
proceso de integración regional; y por el otro, sobre el consenso
postneoliberal que ha permitido articular posiciones favorables a la
construcción de un sistema internacional multipolar.
Los triunfos de los gobiernos de izquierda o progresistas no solo
contribuirían a consolidar el avance de muchos de los programas de
beneficio social implementados en la región en la última década, sino
que además impulsarían la unidad continental y el papel de Latinoamérica
en el escenario mundial. La suerte está en manos de los votantes.
CubaSí
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