Cuando un grupo de terroristas de origen cubano se reunieron en las
montañas de Bonao, República Dominicana, entre mayo y junio de 1976,
convocados por los terroristas Orlando Bosch Ávila y Luis Posada
Carriles, con la anuencia de la Central de Inteligencia de los Estados
Unidos (CIA) y del FBI, así como la de los gobiernos de Chile y
Venezuela, lo hacían para formar el Comando de Organizaciones
Revolucionarias Unidas(CORU), con el propósito de instrumentar la
autodenominada “guerra por los caminos del mundo”, cuya finalidad era no
sólo enfrentar a la Revolución Cubana sino servir de instrumento
criminal del imperialismo en la represión contra las fuerzas
progresistas latinoamericanas.
Sedientos de sangre, movidos por un incontenible odio visceral a la Revolución Cubana, planificaron sin tapujos y remordimientos una oleada de crímenes, los que ejecutarían en fecha posterior e inmediata. En esa reunión, a qué negarlo, se condenó a muerte a decenas de personas sin importar la estela de luto que dejarían tras de sí, ni la repulsa internacional que levantarían con sus actos criminales.
Los acuerdos más importantes fueron el asesinato del ex canciller chileno Orlando Letelier, a solicitud expresa del dictador chileno Augusto Pinochet; la voladura en pleno vuelo de un avión comercial cubano y el secuestro del Cónsul cubano en Mérida, Yucatán. Ni lentos ni perezosos, asesinaron a Letelier el 21 de septiembre en Washington. Un poco después, el 6 de octubre, ocurrió el atentando contra la nave de Cubana de Aviación con el resultado de 73 muertos y el intento de secuestro del Cónsul cubano en Mérida, en que fue asesinado el cubano Artagnan Díaz Díaz.
Mucho hubo de esperar la opinión pública internacional para comprobar las denuncias cubanas sobre los vínculos de la CIA, el FBI, la DINA chilena, la DISIP venezolana y otras agencias represivas, confabuladas en el “Plan Condor”. Los documentos recientemente desclasificados del Buró Federal de Investigaciones (FBI) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), incompletos y con tachaduras, atestiguan que estos crímenes no fueron realizados por obra de la casualidad, sino que representaban partes de una estrategia contrarrevolucionaria contra Cuba y América Latina.
Hoy se tiene la certeza, sin embargo, que la tragedia del avión de Cubana, en la que murieron todos sus 73 ocupantes, 57 de ellos cubanos, 11 guyaneses y cinco norcoreanos, fue preparada tres meses antes, sin el menor escrúpulo y compasión.
Cuando el vuelo CU 455 de Cubana de Aviación que acababa de despegar del aeropuerto de Barbados, reportó una explosión, exactamente a las 13.45 horas del 6 de octubre de 1976, hace ya 36 años, no sólo se incorporaban 57 nuevas víctimas al martirologio de los cubanos, costo doloroso por su lucha por alcanzar un mundo mejor, sino se dejaba a decenas de niños sin padres, a esposas y esposos sumidos en una dolorosa viudez, y a hombres y mujeres cubanas sin la presencia amada de sus hijos. Todos ellos también fueron víctimas en el crimen de Barbados.
Carlos Alberto Cremata Malberti goza hoy de respeto y admiración por su labor con los niños del grupo “La Colmenita” y como artista cubano. ¿Quién sabe si el amor a la dramaturgia y a la niñez no es acaso el resultado de esa dolorosa orfandad; de la nostalgia por el padre ausente y de la triste resignación de no poder verle más? Su corazón de hombre le puso al dolor una inmensa ternura por escudo, aunque sabe que “ha tratado de desterrar el odio y buscar refugio en el trabajo con los niños, pero lamentablemente ese sentimiento sigue ahí”.
Carlos Alberto esperó en vano el regreso de su padre, uno de los tripulantes del fatídico vuelo CU 455 de Cubana de Aviación. Supo durante años del dolor callado y atormentado de su madre, Iraida, sin tener la oportunidad de compartir con su padre las inmensas páginas de amor que edifica. Él es una víctima más del crimen de Barbados.
La mano asesina de Hernán Ricardo y Freddy Lugo, así como el odio irracional de Posada Carriles y Orlando Bosch, también convirtieron a Xiomara Peláez González en otra víctima más del crimen de Barbados. La muerte le arrancó para siempre la sonrisa de su hermana Milagros, ya consumada esgrimista a los 19 años de edad. Convertida en madre tempranamente, apoyó a la inquieta y soñadora Milagros y junto a sus hermanos Solángel, Noelia y Osvaldo, se regocijaron de sus triunfos. Hoy la casa está vacía sin ella, se extrañan sus travesuras, y sienten no sólo el dolor de su ausencia, sino una legítima sed de justicia.
Josefina Ileana Alfonso fue otra niña que sufrió en carne propia por la mano asesina de los terroristas en Barbados. Todavía no se repone del golpe recibido. Un día, inexplicablemente para su edad en ese entonces, perdió la compañía de su padre, Demetrio, uno de los asesinados en el vuelo CU 455. Creció sin que su progenitor pudiera ver sus momentos más especiales en la vida de una mujer. Sólo unas viejas fotos le han acompañado en esa vida, para encontrar en ellas la mirada cariñosa el aliciente imprescindible para combatir a la tristeza y al dolor. Ella también es otra víctima del crimen de Barbados.
Belkis Bermúdez tampoco pudo ver la alegría retratada en el rostro de su padre, jefe de la delegación integrada por el Equipo Juvenil de Esgrima, por la honrosa cosecha de medallas lograda en Caracas. De no haber sido asesinado, Belkis hubiera podido escuchar de sus labios todo el orgullo que era capaz de rebozar cuando hablaba de los triunfos cubanos. Sin embargo, la sala de su casa permaneció silenciosa, la alegría se trocó en dolor punzante y la nostalgia se apoderó de su corazón de niña. Ella fue otra de las víctimas del crimen de Barbados.
Una madre cubana, Martha Hernández, perdió a su hijo aquel triste 6 de octubre de 1976. Carlos Manuel, con apenas 20 años de edad, viajaba en la nave saboteada y regresaba a la Patria con la alegría de reencontrarse con el regazo maternal, con la casa acogedora y los amigos entrañables de su barrio. La mano criminal le segó la vida y hundió a los suyos en el dolor y el luto. Le barrieron de golpe tanto sueño, que la justicia debiera sentirse abochornada por la impunidad de que gozan sus asesinos. Martha es y será otra víctima más del crimen de Barbados.
Camilo Rojo, mi hermano Camilo, también sufrió la pérdida dolorosa de un ser querido: su padre. Aún recuerdo su voz quebrada, denunciando el crimen y la dolorosa orfandad en el Encuentro contra el Terrorismo y ante el Tribunal Antiimperialista en Caracas. Aún recuerdo sus ansias de justicia, su reclamo terco e insistente para que las leyes de los hombres juzguen a las bestias que le arrebataron a él y a sus hermanos, Mario y Jesús, la compañía de su padre.
Camilo sufrió al progenitor ausente. Sus cinco años no pudieron explicar cómo, de repente, aquel repartidor de caricias y sonrisas, se fue de su lado para no regresar. Para Camilo, es cierto, la vida nunca fue igual: no hubo un padre que lo esperara al salir de la escuela, que compartiera con él sus puros sueños de la adolescencia, que lo viera triunfar ante los retos de su existencia y que le acompañara en los momentos maravillosos que ocurren cuando uno se casa o le nacen los hijos.
En Caracas, durante el XVI Festival de la Juventud y los Estudiantes, participamos ambos en eventos de denuncia contra el terrorismo: él como familiar de las víctimas de este flagelo, y una de las víctimas legítimas de él, y yo como combatiente anti terrorista. Mientras le escuchaba reclamar justicia y narraba las páginas dolorosas de su vida y orfandad, confieso que sentí un sano orgullo por haber dedicado mi vida a combatir a los asesinos de su padre. Tal vez en eso me reconforta un poco su dolor.
Cuando he hecho el recuento de algunos de los cubanos que perdieron a sus seres queridos en el criminal atentado de Barbados, representando desde luego a todos aquellos que sufrieron ese día y la vida entera a causa de este detestable sabotaje, creo que lo más doloroso es que sus victimarios hoy viven impunemente protegidos por quienes se anuncian como adalides de la lucha contra el terrorismo.
¿Por qué tanto silencio, me pregunto con indignación, cuando se habla del crimen de Barbados? ¿Qué tienen nuestros muertos que los haga más insignificantes a los otros causados por el terrorismo en Nueva York, Madrid u otro sitio en el mundo? ¿Cuándo habrá justicia para ellos?
Me reconforta que, mientras Orlando Bosch vivió en Estados Unidos vanagloriándose de sus crímenes, y a Posada Carriles se le ampara desfachatadamente en ese país, los familiares de sus víctimas sigan luchando para que un día imperen la justicia y la razón. Mientras las voces de ellos no cesen; mientras se mantenga su reclamo los Encuentros contra el Terrorismo y en los Tribunales Antiimperialistas, desde el Comité de Familiares de las Víctimas de Barbados, y mañana en cada foro de denuncia, nos habremos ganado el derecho de ver a nuestros mártires con orgullo.
Nuestro pueblo cubano demostró que no cesará en su reclamo de justicia, acompañándolos hoy como lo aquel día octubre de 1976 al llorar con virilidad hasta hacer temblar a la injusticia. Lo demostró en aquella enorme marcha realizada el 17 de mayo del 2005 en la que más de un millón de cubanos dijeron ¡No al terrorismo! Lo demuestra cada día, cada hora y cada minuto.
Por eso, cuando este 6 de octubre, aún nos invadan el dolor y el clamor de justicia, pensando en tanta vida inútilmente tronchada, en el luto sembrado impunemente en nuestros corazones, nos aprestaremos con más ímpetu en la denuncia, en la defensa de la verdad y en reclamo permanente de justicia.
Percy Francisco Alvarado Godoy
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