Chelsea Manning,
quien antes de cambiar por voluntad propia su género y su nombre (Bradley) fue
protagonista de una heroicidad que le sitúa entre las figuras que más han
contribuido, mediante la revelación de documentos secretos de las fuerzas
armadas de EE.UU., a que la opinión pública mundial se percate de muchos
crímenes que Washington lleva a cabo en sus guerras contra su propio pueblo y
otras naciones.
El 14 de junio último la revista Sunday Review, en su
sección de opiniones, hizo pública una carta abierta de Chelsea Manning fechada
en Fort Leavenworth, Kansas, donde cumple la condena de 35 años de prisión que
le fuera impuesta. Tenía por título el de “The Fog Machine of War” (La Máquina
de Niebla para la Guerra).
Relata quien fuera analista de inteligencia del ejército
de Estados Unidos que cuando decidió en 2010 revelar información clasificada,
lo hizo por amor a su país y por un sentimiento de servir a los demás.
Comprende que sus acciones violaron la ley, pero
igualmente lamenta que las preocupaciones que las motivaron no hayan encontrado
respuestas.
Reflexiona que, con Irak al borde de la guerra civil y
Estados Unidos otra vez contemplando la intervención, adquiere nueva
urgencia la cuestión de divulgar la
forma en que los militares controlan la cobertura mediática de su prolongada
presencia en Irak y en Afganistán.
Manning cree que
los límites actuales de la libertad de prensa y el secreto excesivo en la
información pública hacen imposible para los estadounidenses comprender
plenamente lo que sucede en las guerras que su país financia.
Durante las elecciones de marzo de 2010 en Irak –relata-
la prensa norteamericana, estaba repleta de reportajes optimistas y fotos que
presentaban esos comicios como prueba de los exitosos resultados que habían
tenido las operaciones militares destinadas a la creación de un Irak
democrático y estable.
“Pero nosotros, los allí apostados, teníamos conciencia
de una realidad más compleja. Informes militares y diplomáticos sobre mi
escritorio detallaban la brutal represión contra disidentes políticos ordenada
por el Primer Ministro iraquí Nuri Kamal al-Maliki y ejecutada por el
Ministerio de Interior y la policía federal. Los detenidos eran con frecuencia
torturados y asesinados”, –recuerda
Manning.
“Me impresionó la
complicidad de los militares con la corrupción que reinaba en ese proceso
electoral, pero no fue esa la primera ni la última vez que cuestioné la forma
en que Estados Unidos llevaba a cabo su misión en Irak.”, asegura Manning.
Dice que se preguntaba cómo era posible que si ni
siquiera los analistas de inteligencia y los oficiales a cargo de la información,
accedían a una visión completa de la guerra, ¿cómo podrían tomarse las
decisiones en el nivel superior del Congreso adonde apenas llega la mitad de la
historia?
Manning cuestiona la utilidad del procedimiento para
limitar el acceso de la prensa al real desarrollo de la guerra, que comienza
sometiendo a todo reportero propuesto a cuidadoso examen por funcionarios de la
oficina de asuntos públicos militares. Como es lógico, aquellos que mejor
respondan a los requerimientos de los militares son los más propensos a que se
les conceda acceso.
“Una de mis tareas regulares era proporcionar resúmenes
de información sobre asuntos públicos. Por ello continuamente hacía
comparaciones entre los análisis basados en inteligencia local de que
disponíamos y los que enviábamos a los destinatarios de nuestro trabajo. Podía
apreciar claramente el contraste entre los informes sólidos, llenos de matices
que obteníamos en la base y los que preparábamos para nuestros mandos militares
y diplomáticos, llenos de simplificaciones y especulación brumosa, destinados
al consumo ulterior”.
Manning refiere que los mecanismos vigentes para informar
sobre las guerras estadounidenses están encaminados a promover en los
periodistas una atmósfera de plena subordinación a los intereses del mando
militar. Son obligados a firmar la aceptación de "reglas del juego"
para “proteger la seguridad operacional”. Los periodistas temen, naturalmente,
perder su acceso a las fuentes reales de información y evitan tratar asuntos
polémicos.
Los mecanismos existentes obligan a los periodistas a
competir entre sí por "acceso especial" a cuestiones vitales y,
demasiado a menudo, genera informes destinados a halagar a los tomadores de
decisiones. El propósito –según Manning- es evitar el acceso del público a los
hechos, dejándole sin capacidad de evaluar la conducta de los funcionarios
estadounidenses.
Chelsea Manning
dedica la parte conclusiva de su mensaje a ofrecer sus ideas acerca de
la manera en que Estados Unidos pudiera mejorar el acceso de los medios de
comunicación a este aspecto crucial de la vida nacional, lo que a su juicio
contribuiría a restablecer la confianza
entre electores y funcionarios.
Por Manuel E. Yepe
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