La ciberestafa
En una plácida tarde de abril del 2009, Barham
Salih, por aquel entonces delegado del primer ministro de Iraq, se sentó en el
jardín de su casa de campo en Bagdad mientras un joven empresario de Internet
llamado Jack Dorsey trataba de persuadirlo de que tenía que estar en Twitter.
Dorsey, el fundador de Twitter, estaba en Bagdad invitado por el Departamento
de Estado. Durante los tres días anteriores, él y otros ocho jefazos de Silicon
Valley, equipados con cascos y chalecos antibalas, habían sido paseados por
Bagdad en un convoy blindado, reuniéndose con cualquiera que valiera la pena.
Habían sido presentados al consejo de asesores del primer ministro, estrechados
las manos de la Comisión Nacional de Inversiones y hablados ante un grupo de
estudiantes de Ingeniería de la Universidad de Bagdad; tuvieron incluso tiempo
de hacer una visita al Museo Nacional Iraquí. Entre ellos habían varios
importantes ingenieros de Google, el fundador de la herramienta para organizar
comunidades Meetup, un vicepresidente de la firma detrás de la plataforma
bloguera WordPress y un ejecutivo de Blue State Digital, la firma de estrategia
en Internet que había ayudado bastante a que Obama lograra la presidencia el
noviembre previo.
La persona que se llevaba toda la atención era
Dorsey porque en aquel momento Twitter era algo sobre lo que todo el mundo
quería hablar. De hecho, una razón por la que sabemos tanto sobre ese viaje es
porque Dorsey y sus colegas pasaron gran parte de su tiempo tuiteando al
respecto, mandando noticias de su viaje en haikus electrónicos para sus
seguidores en casa. “Muchos helicópteros” —tuiteó Dorsey; “Visto el presidente
de Irak. Fantástico palacio.” En otro tweet les dice a sus seguidores que ha
estado “diciendo a los iraquíes que imaginen cómo tecnologías como Twitter
pueden ayudar a traer transparencia, accesibilidad y estabilidad al área”. Cuando
encuentra una red wi-fi en el palacio presidencial, explica lo feliz que está
de volver a conectarse: “Poniéndome al día con el resto del mundo.” “¡Aquí
están pasando un montón de cosas!” escribe. El tweet inaugural de Barham Salih
fue menos animado. “Lo siento, mi primer tweet no agradable; tormenta de arena
en Bagdad hoy y otra bomba suicida. Horrible recordatorio de que aquí todo no
está bien.”
Era la primera vez que el gobierno estadounidense
organizaba una delegación de los nuevos medios de prensa a un país de Oriente
Medio. La idea era presentar a los cerebros que estaban tras las iniciativas en
Internet a la gente influyente que iba a reconstruir Iraq, pero como los
excitados tweets de Dorsey indicaban, la audiencia en casa era igualmente
importante. El arquitecto del viaje era un niño prodigio de 27 años del
Departamento de Estado llamado Jared
Cohen. Él conducía a los techies por Bagdad y explicaba la idea que había
detrás de toda esa iniciativa en una conferencia de prensa a través de un
video-link a los periodistas en Washington:
Saben, históricamente, hemos
pensado en las nuevas tecnologías sobre todo como un instrumento para la comunicación.
Pero cada vez más estamos viendo cómo podemos usar la nueva tecnología para
apoyar objetivos políticos más amplios, ya saben, tanto si es dar más poder cívico, ya sea
capacidad para construir, ya sea la promoción de la responsabilidad y la
transparencia, y todo eso. Así, lógicamente, mirando esos dos conceptos,
comenzamos a dirigirnos a Silicon Valley, o a la industria tecnológica.
Algunos de los periodistas querían saber cómo toda
esa nueva tecnología iba a ayudar un país que no podía garantizar a sus
ciudadanos electricidad las 24 horas, pero Cohen no se amilanó. Una razón para
el inmenso crecimiento de los teléfonos móviles en Iraq, señaló, era el
empeoramiento de la seguridad: la gente necesitaba controlar a amigos, a gente
querida, para estar seguros que seguían de una sola pieza. En cuanto a usar la
experiencia tecnológica de América como instrumento diplomático: eso, creía
Cohen, no era nada complicado. “Al final del día, las plataformas que toda esa
gente está impulsando desde la industria tecnológica está penetrada por los
valores americanos del pensamiento crítico, el libre flujo de la información,
la libertad de elección, la libertad de asociación.” “Wow, Dios santo, aquí
tienen un montón de Kool Aid, ¿no?” dijo un periodista al final de la conferencia
de prensa. (1)
El Kool Aid tecnológico se había destilado en el
Departamento de Estado desde la llegada de Cohen algunos años atrás.
Condoleezza Rice le había visto primero. Él la había impresionado engatusándola
hasta lograr reunirse con ella cuando era consejera de Seguridad Nacional, y el
2006 ella lo fichó para el Departamento de Estado —como el miembro más joven de
su equipo de planificación. Sólo tenía 24 años, y su trabajo era asesorar
acerca de cómo usar las redes sociales para apoyar los intereses de EE UU en el
Oriente Medio, especialmente entre los jóvenes. Ayudaba que había estado allí
de verdad. Durante su estancia en Oxford con una Beca Rhodes, había empleado
como pretexto su investigación de postgrado para viajar ampliamente a través de
toda la región. Su libro Children of Jihad, publicado dos años después de
comenzar a trabajar para el Departamento de Estado, cuenta sus roces con el
peligro en un estilo propio de una novela de los Los Cinco.[*] 2 En Beirut se
hace amigo de algunos partidarios de Hezbullah en un McDonald’s; en Teherán se
las arregla para ser invitado a fiestas clandestinas (“No soy generalmente un
gran bebedor pero ¿quién puede resistirse a la oportunidad de emborracharse
cuando los mullahs no miran?”); en Siria se duerme en la parte trasera de una
taxi y se despierta en Iraq. Y todo el rato hace preguntas, a menudo de forma
chillona. En el Líbano hace una encuesta: “Con una sola frase, si los Estados
Unidos pudiera cambiar algo para obtener el apoyo de la juventud, ¿qué sería?”
Las respuestas no animan; un joven libanés indica que “América es el mayor
imperialista y la única cosa que quiero es ver América destruida.” No pasa
mucho antes que sus nuevos amigos de Hezbullah comiencen a preguntarse por sus
motivos y dejen de invitarlo a McDonald’s. “Se volvieron totalmente incapaces
de responder —recuerda Cohen— y comencé a preguntarme por qué.”
Children of Jihad está escrito con la exuberancia de
un hipster durante su año sabático, pero no es estúpido. Los jóvenes que Cohen
se encuentra tienen poca fe en los regímenes autoritarios que los gobiernan,
pero también le recuerdan que la intervención militar occidental sólo empeora
las cosas. Sus experiencias dejan a
Cohen con firmes convicciones sobre cómo fomentar el cambio en el Medio
Oriente. “La juventud solamente puede ser comprendida como su propio
fenómeno,” dice:
Son mucho más tolerantes que las viejas generaciones
y aparentemente más sofisticados… Internet es su sociedad democrática. Aunque
Internet es monitoreado, la juventud se ha vuelto extremadamente sofisticada a
la hora de superar la vigilancia. Se han convertido en revolucionarios
digitales, creando, participando y popularizando chat rooms, blogs y foros para
discusiones sobre todo, desde los deportes a la política.
Su libro concluye con una consigna: “los jóvenes del
Medio Oriente pueden ser contactados —y pueden estar esperando noticias de
nosotros.”
La llegada de Cohen al
Departamento de Estado coincidió con un nuevo estallido de hostilidades entre
la Administración Bush e Irán, y una consecuencia fue que al Departamento de
Estado le fueron garantizados 75 millones de dólares para diseminar propaganda
y ayudar a elementos hostiles al régimen iraní. Entonces quedó claro que sencillamente tirar dinero
creaba más enemigos que amigos de EE UU. Mientras tanto, lejos del público
ruido de sables, Cohen construía puentes con grandes compañías de Internet como
YouTube y Twitter, y hacía aliados al argumentar en favor de las redes sociales
y comprobando lo que era posible. También hacía amigos en Facebook. A
principios de 2008, un grupo de Facebook llamado “Un millón de voces contra las
FARC” creció en Barranquilla para hacer campaña contra la guerrilla; el
informático detrás del mismo se vio sorprendido al recibir un mensaje de Cohen,
preguntándole si podía hacerle una visita.
Unas semanas después de la victoria de Obama, James
Glassman, otro funcionario de la era Bush en el Departamento de Estado, dio una
conferencia en la New American Foundation en que hizo énfasis en Internet.
Glassman había estado en Bogotá con Cohen, y comenzó a hablar de la historia de
la campaña del Millón de Voces. Intentos de iniciar contacto con ciudadanos
extranjeros solían suponer pensar en esquemas educacionales y culturales para
lograr que el lado americano de la historia llegase, dijo, pero eso era ya algo
pasado de moda. “Hemos llegado a la opinión de que la mejor manera de conseguir
nuestros objetivos en la diplomacia pública es a través de una nueva
aproximación a la comunicación, una aproximación que se hace mucho más fácil
debido a la emergencia del Web.2.0 o las nuevas tecnologías para redes
sociales. Llamamos a nuestra nueva aproximación Diplomacia Pública 2.0”
Diplomacia Pública 2.0 era algo más que una
tecnología: era una aproximación holística, una actitud. Y ya estaba teniendo
lugar. “Nuestro Equipo de Aproximación Digital va a los blogs y websites. En
árabe, farsi, urdu, y esperamos que pronto en ruso, sus miembros se identifican
como representantes del Departamento de Estado. Inician conversaciones,
informan educadamente, corrigen distorsiones sobre las políticas
estadounidenses.” Los enemigos terroristas de América no son pueden competir
con esa interactividad. “Los extremistas no podían adaptarse a las redes
sociales porque conmocionan los fundamentos de sus exhaustas, rígidas
ideologías. (Aunque la ideología de la administración Bush parecía también un
poco exhausta).”
Para la Secretaria de Estado
entrante, Hillary Clinton, y sus consejeros, la idea de hacer política exterior
en Facebook arrojaba intrigantes posibilidades. Liberada de su aspecto propagandístico más radical
y reconvertido en una campaña de Internet por la libertad en lugares como Irán,
el alcance norteamericano se ajustaba bien con el compromiso electoral de Obama
de colocarle una cara más amable al poder. Cohen, que por aquel entonces estaba
proponiendo Facebook como “una de las herramientas más orgánicas para la
promoción de la democracia”, era el hombre. No sólo se le permitió mantener su
trabajo: le hicieron presidir un nuevo grupo de trabajo en el Internet. En mayo
de 2009 la nueva aproximación tuvo su primera aparición pública, y recibió una
capa de pintura fresca. “El estadismo para el siglo XXI —dijo Hillary Clinton
en una serie de conferencias coreografiadas— consistía en usar Internet para
trabajar desde ‘abajo’; la cosa iba menos sobre decirle a la gente qué pensar
que sobre animarla a alzarse por su derecho a hablar entre ellos mismos y, si
lo deseaban, con los Estados Unidos. De la misma manera que los combatientes
americanos de la Guerra Fría habían utilizado Radio Free Europe y el Congress
for Cultural Freedom para derribar el muro de Berlín, la campana por la
libertad en Internet podía ayudar a derribar los firewalls que los regímenes
autoritarios habían levantado alrededor de sus poblaciones, y ayudar a los
disidentes en el interior.
Había razones para pensar que algo se estaba
tramando. El pasado mes de abril miles de protestantes tomaron las calles en
Chisinau, la capital de Moldavia, para quejarse sobre el fraude electoral; los
observadores notaron que algunos estaban usando Twitter, y la revuelta fue
llamada “la revolución Twitter”. Dos meses después, tras la disputada elección
el 12 de junio, cientos de miles de iraníes se lanzaron a las calles de Teherán
y otras ciudades en apoyo a Mir Hossein Mousavi, uno de los candidatos
derrotados. Durante algunos días la prensa controlada por el gobierno pretendió
que nada pasaba. Twitter y otras redes sociales resonaban con noticias de
marchas inminentes; los sucesos estaban siendo analizados a medida que pasaban
y, durante la represión, cualquiera con un teléfono móvil podía ver imágenes de
una brutalidad impuestas por la policía y la milicia Basij. En una serie de
entradas de blog colocadas pocas horas después de las primeras manifestaciones,
Andrew Sullivan de The Atlantic proclamo a Twitter “la herramienta crítica para
organizar la resistencia en Irán”. En un artículo de agitprop electrónico
declaró que “la revolución será tuiteada.” Los tecnófilos de Washington no
estuvieron en desacuerdo.
Uno de los más entusiastas de estos nuevos
desarrollos era un maestro de telecomunicaciones interactivas en la Universidad
de Nueva York llamado Clay Shirky. Shirky es un agudo y atractivo escritor. Su
libro Here Comes Everybody: How Change Happens when People Come Together había
sido publicado poco antes, y en la teología del evangelismo digital era ya
considerado como un texto fundacional. [2] Here Comes Everybody está lleno de
historias que hacen que la acción colectiva parezca una maravilloso silbido de
desaprobación: la mujer que perdió su teléfono móvil en la parte trasera de un
taxi y usó a Internet para recuperarlo, los cien jóvenes neoyorkinos que fueron
persuadidos por un email anónimo de convergir en los grandes almacenes Macy
para mirar juntos en silencio una cara alfombra.
Shirky argumentaba que Internet
había abierto la posibilidad de una nueva y excitante forma de coordinación
social sin líderes. Desde ahora, dijo, bloguear y la conexión a las redes
sociales en línea iban a ser centrales para la libertad política. “Hablar en línea es publicar, y publicar en línea
es conectar con otros. Con la llegada de una edición globalmente accesible, la
libertad de expresión es ahora la libertad de prensa, y la libertad de prensa
es la libertad de asamblea.” Tomando el ejemplo de un grupo de activistas
bielorrusos que habían esquivado a la policía secreta organizando su
manifestación en un blog, Shirky predijo que Internet podría demostrar ser
especialmente útil en países en que el gobierno mantiene un control firme sobre
los medios de comunicación, porque los disidentes pueden usarlo para escapar a
las autoridades. “El gobierno no puede interceptar por adelantado a los
miembros del grupo, porque de entrada no hay grupo.” Antes, en junio, Shirky
había estado en lo alto del cartel anunciador en una conferencia promocional
tecnológica TED (Tecnología, Diversión y Diseño) en el Departamento de Estado.
“Este es el decisivo,” dijo a medida que los sucesos se desarrollaban en Irán.
“El grande. Esta es la primera revolución que ha sido catapultada a un
escenario global y transformada por las redes sociales.”
Desde su oficina en el
Departamento de Estado, también Cohen vigilaba de cerca el flujo de tweets
referentes a Irán.
El lunes 15 de junio, a medida que las protestas postelectorales cobraban
impulso y una marcha masiva se celebraba para apoyarlo, Mousavi alertó a sus
seguidores en Twitter que la red social estaba a punto de llevar a cabo un
cierre de rutina para revisar su sistema. Cohen, que ya estaba colaborando de
cerca con Jack Dorsey, le mandó un email directo para sugerirle que retrasase
la puesta a punto. Twitter accedió, anunciando en su website que debido “al
papel que Twitter está interpretando en este momento como importante medio de
comunicación en Irán” retrasaba el mantenimiento del sistema previsto hasta el
martes por la tarde, cuando ya se estuviera en mitad de la noche en Teherán.
El email de Cohen no llego en buen momento. Antes,
aquel mismo mes, Obama había dado su discurso del Cairo, en el que había
admitido el papel de la CIA en el derribo del gobierno democrático de Irán en
1953. El día en que el New York Times reveló la historia del email de Cohen,
Obama dijo que, dada la historia de las relaciones entre ambas naciones,
América no podía ser vista “implicándose en las elecciones iraníes”. En una conferencia de prensa en el
Departamento de Estados negó que el gesto de Cohen fuera lo mismo que
implicarse y rebajó su importancia. “Esto es completamente consistente con
nuestra política nacional,” dijo. “Somos partidarios de la libertad de
expresión.” Tanto si Cohen zancadilleó o no a sus superiores, su intervención
no le dañó. En julio, el Senado de
Estados Unidos autorizó un fondo de 20 millones para construir websites y
software para ayudar a los iraníes a compartir y recibir información por debajo
del radar de su gobierno.
También Obama pareció
simpatizar con Internet como herramienta para hacer geopolítica. En un discurso a los estudiantes chinos en
noviembre, contestó una pregunta plantada sobre la censura en Internet (había
sido presentada a través del website de la embajada estadounidense y pedida por
el embajador): “Creo que cuanto más libremente fluya la información, más fuerte
será la sociedad, porque entonces los ciudadanos de países alrededor del mundo
podrán pedirle cuentas a sus propios gobiernos.” En enero de este año Google
anunció que hackers que habían tratado de penetrar en las cuentas Gmail de los
disidentes chinos y dijo estar considerando retirarse de todo el país. La
decisión de Google llegó unos días más tarde, después que Cohen llevase otra
delegación, incluidos Dorsey y el Presidente de Google, Eric Schmidt, a Washington
para una cena privada con Hillary Clinton y su equipo. Una semana después
Clinton habló aún más firmemente en defensa de la libertad en Internet y el
papel de la administración Obama asegurándola. Secundando la advertencia de
Obama a los chinos, argumentó que nuevas herramientas y políticas frescas eran
necesarias para “desarrollar nuestra capacidad para lo que en el Departamento
de Estado llamamos diplomacia del siglo XXI”; anunció una iniciativa para
ayudar a los activistas a evitar la vigilancia en Internet; y urgió a las
compañías americanas a asumir el liderazgo a la hora de desafiar las demandas
de gobiernos extranjeros a favor de la censura. “La libertad para conectarse.”
Dijo, “es como la libertad de reunirse, sólo que en el ciberespacio. Permite a
los individuos entrar en línea, reunirse y, esperémoslo, cooperar.” La libertad
del Siglo XXI, si eso significaba algo, iba a ser la libertad para usar
Twitter.
¿Tiene Twitter el poder que se le atribuye? Algunas
pruebas de la contestada elección iraní son presentadas en Death to the
Dictator!, la primera narración tamaño libro del ascenso y caída del activismo.
El libro dice ser la obra de un periodista iraní trabajando bajo seudónimo, y
describe la experiencia de un joven (también con seudónimo) de Teherán que se
deja arrastrar por la excitación y después es arrestado y torturado por la
milicia Basij. Lo que empieza como una campaña contra el fraude electoral en
apoyo a un político derrotado pronto se transforma en algo más interesante: un
caótico alzamiento contra los clérigos y la Guardia Revolucionaria que, de
haber continuado extendiéndose y cobrando fuerza, podría haber amenazado los
fundamentos de la República Islámica. Las redes sociales, sin embargo, juegan
un papel menor, y además ambiguo, en la historia de Afsaneh Moqadam.
Inicialmente los protestantes se siente felices de usar sus teléfonos móviles
para dejarse saber los unos a los otros acerca de las próximas marchas, y para
compartir imágenes de las demostraciones en YouTube. Pronto, sin embargo,
comienza a preocuparles la aceleración de la información. “Las cámaras de los
teléfonos, Facebook, Twitter, las estaciones satélite,” se queja el narrador
anónimo, “La prensa se supone que refleja lo que pasa, pero estos [medios]
hacen parecer que las cosas pasan mucho más aprisa. No hay tiempo para
argumentar lo que pasa.” Muchos llegan a creer que las compañías occidentales
de teléfonos móviles han facilitado al gobierno iraní un software que les
permite escuchar subrepticiamente sus conversaciones. Algunos, incluso, temen
que sus teléfonos móviles se hayan convertido en micrófonos que les espían.
En poco tiempo el protagonista ya está urgiendo a
sus compañeros activistas para que no lleven sus teléfonos a las
manifestaciones —si los pierden o dejan caer, serán trazados de vuelta a sus
propietarios. En una de las demostraciones posteriores, se da cuenta de que
alguien con un teléfono móvil toma subrepticiamente fotos suyas y de sus
compañeros manifestantes. Entonces ve una foto de él mismo en un website
progubernamental que solicita ayuda para identificar a los revoltosos —una
aplicación novel de lo que los gurús del Internet llaman ‘crowdsourcing’. Fue
sólo después de la represión del 20 de junio que los protestantes se retiran a
sus apartamentos para pasar horas en Internet, compartiendo software anti
filtraciones y buscando trozos de noticias en Facebook, YouTube y websites
reformistas. Y fue entonces cuando las autoridades apretaron fuerte: el
internet está a menudo bloqueado o tan lento que casi llega a detenerse la red
de móviles a menudo desconectada, haciendo imposible el mandar textos. Cuando
el servicio se restauró finalmente, una sugerencia medio seria que circuló
entre los activistas fue abandonar todo el medio: “¡Boicotear los SMS! ¡Eso les
costará un montón a las empresas de telecomunicaciones!”
Que Death to the Dictator! dedique poco tiempo a Twitter
no es una casualidad. Cuando miras las cifras te das cuenta de que tan sólo un
pequeño número de iraníes lo estaba usando. En 2009, de acuerdo a una firma
llamada Sysomos, que analiza las redes sociales, existían 19.235 cuentas de
Twitter en Irán —un 0.03 por ciento de la población. Investigadores de
Al-Jazeera encontraron tan sólo 60 cuentas Twitter activas en Teherán en el
momento de las manifestaciones, que se redujeron a seis después de la
represión. Existe ciertamente una creciente cultura del Internet en Irán —en
Blogistan, los académicos especializados en comunicación Annabelle Sreberny y
Gholam Khiabany estiman que existen unos 70.000 blogs activos en el país,
incluyendo una vibrante blogosfera gay— pero está lejos de ser un reservorio de
reformistas liberales. Los partidarios de Ahmadinejad emplearon Facebook y
Twitter para lanzar sus consignas mientras que, del otro lado, alguien organizó
un grupo de Facebook llamado “Apuesto a que puedo encontrar un millón de
personas a las que no les guste Ahmadinejad” (había ya atraído 26.000
seguidores el 10 de abril de 2010). Existen pocas pruebas, sin embargo, de que
alguna de esas actividades por Internet alimentase las manifestaciones
callejeras; en su mayoría fueron organizadas boca-a-oreja y con mensajes de
texto mandados a amigos. Pero Internet ayudó a los protestantes a evitar la
prensa del estado y, para los pocos iraníes hambrientos de información que lo
tenían, Twitter permitió mandar noticias fuera del país cuando las autoridades
estaban bloqueando la red móvil. Incluso entonces, sin embargo, la solidaridad
global que atrajo hacia su causa pudo haberlos distraído de la tarea real de
acercarse a sus propios ciudadanos.
Fue más útil para la prensa global. “Twitter
funcionó principalmente como una gran cámara de resonancia para los mensajes
solidarios de voces globales, que simplemente frenaron la velocidad habitual
del tráfico,” concluyen los autores de Blogistan. El 16 de junio las
autoridades prohibieron a los periodistas cubrir las manifestaciones sin
permiso. Aburridos en sus habitaciones de hotel, la mayor parte de los
corresponsales extranjeros comenzaron a navegar a través de la tormenta de
tweets y videoclips y a tratar de comprender lo que pasaba. Pero todo era muy
difícil de verificar, y en gran parte era tuiteado desde fuera del país: para
aumentar el caos, muchos simpatizantes de ultramar habían cambiado su
localización para hacer ver que estaban en Irán. El objetivo —tal vez— era
confundir a las autoridades iraníes para que abriesen las puertas de la
información, pero el flujo de tweets no verificables puede haber confundido
también a algunos manifestantes. Algunas de las cosas diseminadas por Twitter
—la noticia, por ejemplo, de que Mousavi había sido arrestado— simplemente era
falsa; también los descarados partidarios extranjeros del movimiento a menudo
retuiteaban rumores y desinformación desde la comodidad de sus portátiles.
“Aquí hay mucho ruido,” declaró el propietario de un site activista basado en
Estados Unidos al Washington Post. “Pero cuando miras a fondo… ves que son
sobre todo americanos twitteando entre ellos.”
Los iraníes que protestaban
tenían toda la razón para sentirse paranoicos con respecto al Internet.
Mientras algunos manifestantes estaban ocupados pidiendo apoyo virtual del
mundo más allá de sus fronteras, la policía escaneaba las redes sociales para
detenerlos. Según Evgeny
Morozov, las autoridades iraníes y sus aliados fueron ágiles a la hora de
captar la onda, y pronto inundaron las redes móviles y el Internet con
información falsa y videos de dudosa autenticidad como formas para intimidar,
dividir o desmoralizar a la oposición. “Querido ciudadano,” comenzaba un alegre
texto enviado a conocidos manifestantes, “de acuerdo con la información
recibida, ha sido usted influencia por la propaganda desestabilizadora que la
prensa afiliada con naciones extranjera ha estado diseminando.” Morozov, un
graduado del Open Society Institute de Georges Soros, sabe por su Bielorrusia
natal que el activismo electrónico no necesariamente derriba las puertas de
regímenes represivos. Incluso si las autoridades pierden su monopolio sobre el
flujo de la información, como muestra en The Net Delusion, tiene acceso a un
nuevo tipo de control social: la habilidad de manipular el flujo y parasitarlo.
Los partidarios del régimen pueden ser llamados a “subir” su propia propaganda;
el Kremlin ha cultivado toda una escuela de jóvenes blogueros para propagar
conspiraciones sobre supuestas amenazas a la soberanía rusa.
Y ahora es más barato, incluso para regímenes
autoritarios, vigilar lo que hacen sus ciudadanos. En una entrevista con el
Financial Times de 2009, un ejecutivo de marketing de una empresa china
dedicada a la recolección de datos, afirmaba que las autoridades chinas han
sido capaces de recortar el tamaño del personal que monitorea Internet gracias
a un ahorro eficiente. “En el pasado la KGB recurría a la tortura para
enterarse de las conexiones entre activistas,” dice Morozov. “Hoy simplemente
les basta con ir a Facebook.”
Dado que los miembros de las redes sociales
pueden permanecer anónimos, dice Morozov, sería poco inteligente emplearlos
para organizar una manifestación semisecreta. El problema para los
manifestantes en Teherán era que su movimiento carecía de dirección concreta
más allá de su demanda de que la elección fuera anulada. La intervención de un
nuevo tipo de organización bastante desordenada, conectada en red, sin forma y
sin liderazgo, no pareció ayudar. A finales de los noventa Alan Greenspan
ridiculizó la noción de moda de que la economía punto.com trastornaría las
leyes tradicionales del provecho y la pérdida económica: lo llamó “exuberancia
irracional”. Existe ahora otra exuberancia irracional sobre el potencial de las
redes sociales: como si la conexión en línea pudiera rescatar la prensa,
restaurar la democracia y liberar a la parte condenada del planeta, tweet tras
tweet.
¿Pero por qué tanta gente quiere que Twitter venza?
Para los Estados Unidos, atascados en Irak y Afganistán, es fácil ver el
atractivo. Con el plan neoconservador para exportar libertad y democracia a un
Medio Oriente en ruinas, resultaba más barato y sutil para el Departamento de
Estado agruparse en torno a la causa de la libertad en Internet —mandar lo que
Morozov llama “cyber-cons”. En algún punto sin embargo la retórica de la
libertad en Internet condujo a la más inestable propuesta de que los ciudadanos
de regímenes autoritarios podían obtener su libertad tan sólo con reunirse en
la red.
Los peligros de animar a los
activistas a confiar en la tecnología fueron claramente ilustrados cuando un
plan del Departamento de Estado, para ayudar a que los disidentes iraníes
engañasen a la policía distribuyendo software contra la vigilancia, salió del
revés. El software se llamaba Haystack, y el pasado marzo el Departamento de
Estado concedió una rara licencia permitiendo que fuera exportado a Irán;
puesto que Haystack era el único Software de su tipo al que se le concedió esa
licencia, eso equivalía a un sello de aprobación oficial. Entonces se descubrió que era completamente
inseguro –“el peor software que nunca he tenido la desgracia de reventar”,
según el experto de seguridad en computadoras que Morozov consultó. En medio de
una crítica creciente de sus esfuerzos, algunos de ellos de disidentes iraníes,
la gente detrás de Haystack finalmente capituló en septiembre y admitió las
debilidades de su sistema (su principal desarrollador cortó las comunicaciones
con un tweet: “un tornado viene derecho hacia mi… me largo”). En la guerra
propagandística dentro de Irán, episodios como este dan al gobierno un arma
valiosa. Para grandes compañías
americanas de internet como Google y Twitter, el peligro es que sus intereses
lleguen a estar definidos como demasiado cercanos con los del gobierno
americano: que sean vistos como contrabandistas de formas de gobierno bajo el
pretexto de entregar tecnología. En los cenáculos conspirativos del Medio
Oriente, las campañas a favor de la libertad en Internet son denunciadas como
tapaderas de una más amplia agenda americana, el test de un nuevo oculto
complejo militar-twitter.
Nada de esto parece haber mellado el entusiasmo del
Departamento de Estado por su nuevo enfoque, y el estatus y visibilidad de
burócratas como Jared Cohen ha sido ampliado. Desde aquella visita inicial a
Irak, Cohen y su colega Alec Ross, que trabajó en la campaña electoral de
Obama, han conducido una serie de delegaciones tecnológicas a numerosos países
–entre ellos Afganistán, México y Rusia. Entre tanto están ocupados twitteando.
Con sus bromas entre palmaditas puntuadas con palabras como “asere” y
“extraordinario”, el dúo se nos presenta como un Bill y Ted del estadismo del
Siglo XXI, en una excelente aventura para llevar las maravillas de las redes
sociales al resto del mundo. Conduciendo un contingente a Siria en junio, Cohen
twitteo: “No bromeo cuando digo que acabo de tener el mejor frappucino de mi
vida en la Universidad de Kalamoun, al norte de Damasco”; después, Ross puso al
corriente su tweeter feed con la noticia de que Cohen había retado al Ministro
Sirio de telecomunicaciones a un concurso de comer pasteles. Esto es algo
popular, lo suficiente como para transformar a dúo en mini celebridades dentro
del mundo del Twitter: Cohen tiene más de 300.000 seguidores. Durante cien días
consecutivos de este mismo año, se molestó en twittear recordatorios de los
cien días más odiosos del genocidio de Ruanda. En septiembre Google anunció que
lo había sacado del Departamento de Estado para dirigir su nuevo grupo de debates
geopolíticos, Google Ideas. La revuelta de los fanáticos de los computadores
apenas acaba de comenzar.
[1] Children of Jihad: A Young American’s Travels
among the Youth of the Middle East (Gotham, 288 pp., 2008).
[2] Penguin, 352 pp., enero de 2009.
—-
Death to the Dictator: Witnessing Iran’s Election and
the Crippling of the Islamic Republic por Afsaneh Moqadam
Bodley Head, 134 pp, Mayo de 2010, ISBN 978 1 84792
146 8
The Net Delusion: The Dark Side of Internet Freedom de
Evgeny Morozov
Allen Lane, 408 pp , Enero de 2011, ISBN 978 1 84614
353 3
Blogistan: The Internet and Politics in Iran de
Annabelle Sreberny y Gholam Khiabany
I.B. Tauris, 240 pp, Septiembre de 2010, ISBN 978 1
84511 607 1
por James Harkin
Dic 11, 2010
Este artículo fue publicado originalmente en London
Review of Books. Traducción de Juan Carlos Castillón
Tomado de ww.laproximaguerra.com
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