El primer dato a
destacar de los comicios realizados ayer en Brasil es el triunfo de la
presidenta Dilma Rousseff en su aspiración a relegirse en el cargo: con
poco más de 41 por ciento de los votos, la actual mandataria, que
pertenece al Partido de los Trabajadores (PT), quedó en el primer lugar
en la preferencia de los electores. El opositor Aecio Neves, por su
parte, del derechista Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB),
quedó en segundo sitio, con 34.2 por ciento de los sufragios, luego de
recuperarse de una caída en las preferencias que llegaron a colocarlo en
un remoto tercer lugar, con sólo 14 por ciento. En correspondencia, la
aspirante emergente del Partido Socialista Brasileño (PSB), Marina
Silva, quien logró levantar una efímera burbuja de popularidad, quedó
relegada a 21 por ciento.
En rigor, las propuestas políticas en juego en estos comicios eran
dos: la de Rousseff, que representa la continuidad del proyecto iniciado
por Luis Inazio Lula Da Silva en 2002, y la de Neves-Silva, partidarios
de una vuelta de timón en el manejo de los asuntos públicos en el
gigante sudamericano. El socialdemócrata alineó tras de sí a las
derechas tradicionales, en tanto que Silva, escindida hace unos años del
proyecto de Lula, enarbolaba un neoliberalismo atenuado con toques
ambientalistas.
Rousseff, por su parte, ha continuado la fórmula de gobierno de su
mentor y antecesor en el cargo, consistente en el apego a las políticas
de libre mercado, pero con un fuerte énfasis social y una clara
orientación hacia la soberanía nacional, la integración regional y la
construcción de un orden mundial multipolar.
Aunque algunos han descrito la orientación de Lula-Rousseff como la
más moderada de las propuestas transformadoras que hoy ejercen el poder
en Sudamérica, el hecho indudable es que el ejercicio gubernamental de
ambos ha permitido un crecimiento sin precedente de la clase media, una
envidiable disminución de la pobreza y la proyección de Brasil como
potencia económica capaz de desempeñar un papel de primera línea en la
política global.
Toda vez que la actual mandataria no logró la mayoría absoluta, la
disputa entre estos dos modelos de país y de economía volverá a
dirimirse en las urnas dentro de tres semanas, en una segunda vuelta
entre Rousseff y Neves. El resultado dependerá de la capacidad de cada
uno de ellos para atraer a sus respectivas causas los sufragios que ayer
fueron para Silva, más los de 19 por ciento de los electores que se
abstuvieron de ir a votar.
Lo que está en juego no es únicamente el modelo económico-social de
Brasil, sino también la correlación de fuerzas regional y mundial. Sin
duda, una derrota de la actual presidenta sería catastrófica para el
proceso de integración regional en curso en la porción sur del
continente, en la medida en que volvería a colocar a ese país en una
condición de supeditación ante Estados Unidos; en cambio, su victoria
daría un impulso claro a la recuperación de la soberanía brasileña y,
por extensión, a la convergencia política, económica y social que en
Sudamérica ha venido superando el neoliberalismo y que ha colocado a la
región en un plano de dignidad, desarrollo e independencia.
La Jornada
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