La gran disputa
electoral en Brasil ha vuelto a poner en el tapete los intereses de
Estados Unidos en América del Sur. Aislado con el proyecto de la Alianza
para el Pacífico, sus intereses han vuelto a aparecer más claramente
con los dos candidatos opositores en Brasil: Marina Silva y Aécio Neves.
Prioridad de acuerdos bilaterales –claramente, en primer lugar, con
Estados Unidos–, debilitando todos los proyectos de integración regional
–del Mercosur a la Celac, pasando por la Unasur, en primer lugar. Es
decir, cambio de la inserción internacional de Brasil que, al moverse,
con el peso que ha adquirido, significaría el más grande cambio en las
relaciones políticas regionales desde la elección de la serie de
gobiernos antineoliberales a lo largo de la primera década del nuevo
siglo.
En lo interno, un giro radical hacia políticas de mercado, con duro
ajuste fiscal, que debilitaría el rol del Estado. Arminio Fraga, el
comandante económico de Aécio Neves, dijo cosas muy significativas, que
estuvieron de moda cuando él participaba en el gobierno de Cardoso: que
el salario mínimo es muy alto (sic) en Brasil, frenando con ello la
retomada del crecimiento de la economía. Que un cierto nivel de
desempleo es saludable (sic), claramente para debilitar la capacidad de
negociación de los trabajadores. Que los bancos públicos han crecido
demasiado, etcétera etcétera. Todas melodías para los oídos de los
economistas, instituciones y gobiernos ortodoxos, en primer lugar,
Estados Unidos.
Sería un nuevo gran viraje en la economía brasileña, similar al que
se dio con Cardoso, con la diferencia de que en aquel momento había
realmente un descontrol inflacionario, mientras ahora la inflación está
bajo control, alrededor de 6 por ciento al año. A pesar de la campaña
terrorista de la midia respecto de los riesgos inflacionarios, aunque
ese nivel sea menos que la mitad de la inflación que Cardoso entregó a
Lula (12.5).
Sería un viraje netamente conservador, neoliberal, antipopular,
entreguista, con todas sus letras. El riesgo sirve para reafirmar a los
que dudaban, como los intereses de la política externa brasileña se
choca frontalmente con la de Estados Unidos y como el modelo de
desarrollo económico con distribución de renta es contradictorio con los
intereses del gran empresariado brasileño.
Los trámites de la campaña electoral brasileña reafirman cómo el gran
empresariado, en bloque, no sólo se opone, sino se juega por entero en
contra del gobierno, subiendo la Bolsa de Valores de Sao Paulo conforme
hay encuestas favorables a Dilma y bajando netamente cuando se da lo
contrario. Como los voceros de la gran midia nacional e internacional,
los del FMI, del gobierno de Estados Unidos, no dejan de expresar
confianza y esperanza en la candidatura que defiende expresamente sus
intereses.
Todo lo que Estados Unidos quiere es que Brasil cambie radicalmente
de política, de inserción internacional, de modelo económico, de
discurso político, de alianzas en la región y en el mundo. Todo lo que
Estados Unidos quiere es que el candidato de la oposición haga retornar
el modelo del gobierno de Cardoso y la política subserviente respecto a
Washington.
Emir Sader/ La Jornada
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