Un ¡ya basta! se
expresa por las calles de innumerables ciudades y pueblos hartos de una
injusticia básica: las autoridades de seguridad pública matan a
ciudadanos afroestadunidenses y latinos desarmados –en promedio casi dos
afroestadunidenses a la semana–, casi siempre con impunidad. Hay
cientos de hijos, hermanos, padres, hasta niños que murieron a manos de
policías dejando familias y seres queridos sin respuesta al ¿por qué?
Pero, esta vez, el grito colectivo está en las bocas de un mosaico
popular. Las calles están llenas no sólo de afroestadunidenses con
algunos aliados de otras comunidades, sino que este movimiento naciente
está compuesto de todos colores y etnias, algunas que jamás habían
marchado con otras.
El grito común es por la justicia, y su razón inmediata es la
percepción de violencia oficial y un sistema de justicia racista contra
afroestadunidenses. Pero, aunque surge de ahí, poco a poco se amplía a
otra cosa.
de color, sino que son pobres. En el país con más encarcelados del mundo, la mayoría de los reos son afroestadunidenses y latinos, y la abrumadora mayoría, incluidos los blancos en las celdas, son pobres.
En una pancarta en las grandes marchas del fin de semana en Nueva York se leía:
¿libertad y justicia para quién?, en referencia a uno de los lemas oficiales del país,
justicia igualitaria y libertad para todos.
En las marchas hay cada vez más contingentes de sindicalistas, pero
también de agrupaciones de trabajadores de lavanderías, empleadas
domésticas y más. A la vez, están los que trabajan en la gran industria
de comida rápida, o en las megatiendas como Walmart, que ganan el mínimo
o poco más, sin derechos ni beneficios. Muchos son inmigrantes, otros
más son negros y latinos estadunidenses. Y éstos están redefiniendo la
demanda de
justiciaa algo que incluye no sólo derechos civiles, sino económicos y sociales.
En conversaciones entre participantes en este nuevo movimiento, algunos comentan que éste es un
nuevo movimiento de derechos civiles. Pero otros dicen que es más.
La brutalidad policiaca, las cárceles, la creciente desigualdad entre ricos y todos los demás, estas son caras de dos tipos de violencia: una a golpes y balazos e intimidación, la otra económica. Esto es, en esencia, una guerra contra los pobres.
Casi todas las semanas, la desigualdad económica y la pobreza se
documentan. Entre los ejemplos más recientes está un informe presentado
el jueves pasado por la Conferencia de Alcaldes de Estados Unidos, que
registró que el hambre y el número de personas sin vivienda se está
incrementando en las metrópolis de Estados Unidos.
Otro: el Centro de Investigación Pew reportó a finales de la semana
pasada que la brecha de riqueza entre minorías y blancos se ha
incrementado en medio de la supuesta recuperación económica actual. El
informe calculó que la riqueza media de hogares blancos en 2013 era de
141 mil 900 dólares, o más de 13 veces la riqueza media de hogares
afroestadunidenses, que es de 11 mil dólares; en 2007 los blancos tenían
11 veces más que sus contrapartes afroestadunidenses en este rubro. En
el caso de los latinos, el valor medio neto de un hogar latino era de 23
mil 600 dólares en 2007, pero para 2013 se desplomó a 13 mil 700
dólares.
En tanto, la concentración de riqueza en el 1 por ciento (controlan
más de 40 por ciento de la riqueza nacional) ya supera niveles no vistos
desde poco antes de la gran depresión.
Ni se oculta la risa entre los ricos, y no sólo porque son más ricos
que nunca, sino porque han comprado el proceso político a tal nivel que
notables como los economistas premios Nobel Paul Krugman y Joseph
Stiglitz, y grandes observadores como el veterano periodista Bill
Moyers, se ven obligados a usar palabras como
plutocraciau
oligarquíapara describir a este país hoy día.
La prueba más reciente –entre tantas– de esto es que en el
presupuesto federal aprobado por el Congreso este fin de semana se
incluyeron cláusulas que revelan quién manda. Los grandes bancos,
encabezados por Citigroup y JPMorgan, lograron que sus legisladores
anularan una de las regulaciones de una ley promulgada después de la
crisis financiera para controlar algunas de las operaciones financieras
más riesgosas que ayudaron a detonar esa crisis. Citigroup literalmente
redactó la nueva cláusula.
No sorprende, ante todo esto, que el gobierno tiene cada vez menos
confianza del pueblo que dice representar. El Congreso registra índices
de aprobación cómicos, y la Casa Blanca, aunque más popular, no cuenta
con un consenso, ya que unos dos tercios de la población opinan que el
país avanza por una vía equivocada, según encuestas recientes. Más aún,
este es una tendencia que se inició hace décadas, pero que hoy día ha
llegado a su punto más bajo en medio siglo, según otro informe del
Centro de Investigación Pew, que registra que la falta de confianza en
el gobierno se ha colapsado a un punto en el que sólo 24 por ciento de
la población dice que confía en el gobierno
siempreo
la mayoría del tiempo.
Warren Buffett, el segundo hombre más rico del país, fue muy franco en entrevistas en 2011 cuando afirmó que:
ha habido una guerra de clases durante los últimos 20 años, y mi clase ganó. No estaba orgulloso de ello, ya que lo dijo como crítica de que el nivel de avaricia y desigualdad en el país podría poner en riesgo el juego entero.
Esta doble violencia, la de policías y autoridades de justicia y la
violencia económica, empieza a provocar brotes de resistencia, y algunos
creen que se podría convertir en un movimiento, no sólo por justicia
racial, sino centrado en la demanda de justicia económica (tal como
proponía Martin Luther King hacia el final de su vida). Algunos dicen
que esta
guerrano ha concluido, sino, como afirman muchos en las calles,
esto apenas empieza.
Daid Brooks
La Jornada
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