Representantes de organizaciones civiles protestan en Brasilia contra
los crímenes de la dictadura militar mostrando una bandera que dice oyo a la justicia. La Comisión de la verdad entregó un informe indiscutible sobre las matanzas, desapariciones y actos de tortura cometidos por el gobierno entre 1964 y 1985Foto Ap |
Luego de trabajar dos años y siete meses, oír mil 116 testimonios,
visitar centros de detención y tortura, y finalmente redactar 4 mil 328
páginas, la Comisión Nacional de la Verdad entregó su informe final a la
presidenta Dilma Rousseff, ella misma víctima de cárcel y tortura
durante la dictadura cívico-militar que se impuso a Brasil entre 1964 y
1985.
En el informe, la comisión denunció a 377 personas, en su mayoría
militares y policías, como responsables por violación de derechos
humanos y crímenes de lesa humanidad, entre ellas los cinco generales
dictadores.
doctrina de seguridad nacionalorientada por Washington.
En la lista de denunciados hay 88 generales de las tres fuerzas
armadas. Pocos siguen vivos. Uno de ellos, el general del Ejército
Nilton Cerqueira, hizo un pronunciamiento que bien refleja el
sentimiento de sus pares:
¿Yo, que cumplí la ley, soy el que violó derechos humanos? ¿Y los terroristas? ¿Y la terrorista que hoy preside el país?
El general Cerqueira siempre mereció la admiración de sus compañeros
por haber matado al ex capitán del Ejército Carlos Lamarca, quien
abandonó el Ejército para comandar una organización guerrillera. Lamarca
fue localizado la tarde en que dormía bajo un árbol escuálido en una
región despoblada y árida del interior de Bahía. Estaba desnutrido y
enfermo. Su organización había sido diezmada, y él deambulaba sin otra
compañía de la de un muchacho de 18 años, último remanente de su grupo.
Cerqueira podría haberlo detenido. Prefirió asesinarlo sin darle
posibilidad de reaccionar, y se hizo héroe.
Ayer por la tarde, el Club Militar, que reúne a poco más de 16 mil
socios, entre militares retirados y en activo, divulgó un comunicado en
que clasifica el informe de la Comisión Nacional de la Verdad como una
sarta de
medias verdades, calumnias y mentiras enteras.
Para el presidente del club, general retirado Gilberto Pimentel, sus autores son nada más que
risibles. El malestar entre los militares en activo, incluso los actuales comandantes de las tres fuerzas armadas, es palpable y nadie se esfuerza por disfrazarlo.
A lo largo de todo el tiempo en que la comisión trabajó, los
militares dejaron claro que no contribuirían para nada. Sobran ejemplos.
Hace poco más de un mes, los integrantes de la comisión obtuvieron
indicios concretos de la existencia de al menos dos rollos de
microfilmes en dependencias del Ejército y la Marina en Río de Janeiro.
Se reunieron con el ministro de Defensa, embajador Celso Amorim,
pidiendo tener acceso al material. A raíz de la legislación que la creó,
la comisión tenía poder para exigir cualquier documentación por la vía
judicial, pero sus integrantes prefirieron negociar.
Amorim se reunió con el brigadier Junini Saito, comandante de la
Fuerza Aérea; con el general Enzo Peri, del Ejército, y el almirante
Moura Neto, de la Marina. La respuesta, en monótono unísono: la
información no tenía ningún sentido.
Los miembros de la Comisión de la Verdad entregaron detalles exactos
de la localización –edificio, piso, sala– de los rollos de microfilmes.
En vano.
Hubo, a lo largo de sus trabajos, innumerables ocasiones en que los
comandantes de las tres fuerzas armadas se negaron claramente a
colaborar. Quizá la más impactante fue cuando la comisión pidió que se
investigaran nueve unidades militares en que hubo torturas y asesinatos.
El pedido incluía fechas, localización y nombres de las víctimas, y
también el testimonio juramentado de sobrevivientes.
La respuesta de Ejército, Fuerza Aérea y Marina fue de una ironía olímpica: dijeron no haber indicio alguno de
uso inadecuado a los fines a que se destinaban tales instalaciones. Es decir: torturar y asesinar fueron los fines adecuados de aquellas –y muchísimas otras– instalaciones militares en Brasil.
El informe final de la Comisión Nacional de la Verdad poca información agrega a lo ya sabido. Trabajos anteriores, como el Brasil nunca más,
iniciativa del entonces cardenal arzobispo de Sao Paulo, Paulo Evaristo
Arns, y de su par de la Iglesia presbiteriana, Jaime Wright, o el
informe Derecho a la memoria y a la verdad, publicado por la
secretaría nacional de Derechos Humanos durante la gestión de Paulo
Vannuchi, un ex preso político, ya habían revelado todo el
funcionamiento del terrorismo de Estado, con nombres de torturadores y
asesinos, al igual que los métodos de la represión.
Sin embargo, por primera vez los responsables son denunciados bajo el
sello de la Presidencia de la República. Y también por primera vez se
comprueba formal y oficialmente que la brutalidad fue resultado de un
sistema instaurado por órdenes directas de los generales que se
apoderaron de la presidencia del país.
Se revelan detalles de los lazos con colaboradores extranjeros más allá de la Operación Cóndor,
que reunió los aparatos represivos de todas las dictaduras del cono sur
en aquella época, y se confirma que entre 1971 y 1974 un alto
funcionario del consulado de Estados Unidos en Sao Paulo visitó nada
menos que 47 veces la Operación Bandeirantes, la OBAN, principal centro clandestino de tortura y muerte de la ciudad (Dilma Rousseff pasó por ese lugar).
Se admite que nada menos que 6 mil 591 militares de las tres armas
fueron perseguidos (muchos de ellos presos y torturados) por no haberse
adherido al golpe de 1964. Se confirma que entre los articuladores del
golpe estaba Julio Mesquita Filho, entonces dueño del influyente diario O Estado de Sao Paulo, y que el propietario de otro gran diario, Folha de Sao Paulo,
Otavio Frias de Oliveira, no sólo colaboró prestando vehículos de la
empresa para el traslado clandestino de secuestrados, sino fue uno de
los financieros civiles de la OBAN.
Un detalle del informe de la Comisión Nacional de la Verdad causó
furia entre los militares: propone que se inculpe judicialmente a los
denunciados, y que se revise la Ley de Amnistía que protege a los que
cometieron crímenes de lesa humanidad.
Además de los militares, todos los grandes medios de comunicación también critican la iniciativa.
Todo lo revelado tiene un objetivo claro: hacer que se sepa lo que
pasó. La razón es que 80 por ciento de los poco más de 200 millones de
brasileños no habían nacido en 1964, cuando se dio el golpe
cívico-militar. Y 40 por ciento no habían nacido en 1985, cuando la
dictadura terminó.
Quizá conociendo los horrores se evite su repetición.
Erick Nepomuceno
La Jornada
No hay comentarios:
Publicar un comentario