Mi padre junto al comandante Piñeiro |
Por estos días varios blogs
contrarrevolucionarios como Nueva Acción Cubana y Superpolítico, así
como varios mercenarios anticubanos en la Red Social Facebook, no se han
contentado con amenazarme reiteradamente, al igual que a mi familia.
En sus ataques han tomado a la figura de mi padre, sencillo y anónimo
revolucionario latinoamericano, para falsear su honestidad y entrega a
la Revolución Cubana.
Carlos Alvarado Marín, el agente “Mercy”, fue en realidad tal vez el
primer colaborador en la historia de la Seguridad Cubana en trabajar en
el exterior. Toda su vida la entregó sin pedir honor a cambio. Por ello
retomo este pasado artículo, escrito por mí hace algún tiempo, para
vindicar a su persona y a su entrega incondicional a la lucha de
nuestros pueblos y, particularmente, a su Cuba amada.
Quien trata de ofenderme, denigrándolo, pierde su tiempo. Él vive en
mí como ejemplo. Cada acto mío es para honrarlo aún más, aunque ya no
pueda expresárselo directamente.
Sirva esta nota para honrar también al entrañable amigo, José Gómez
Abad (Pepe), a quien le fallé en su momento final y no pude acompañarle
en el momento de su deceso, pues el dolor de verlo terminar su
fructífera vida era una carga muy pesada para mí.
Remembranzas sobre mi padre.
La muerte sorprendió a mi padre, Carlos Conrado de Jesús Alvarado
Marín, un infausto día de noviembre de 1997, cerrando ese día una larga y
provechosa vida. Luchador infatigable, enfrentó a la parca con el pecho
desnudo, como lo hacen los hombres, y de esa manera se nos fue,
combatiendo aún por la liberación de nuestra América y siempre fiel a su
Cuba amada, a la que defendió durante 37 años en el más absoluto
anonimato.
La muerte precipitada, cuando aún combatía por su amada Guatemala
como sencillo combatiente del Ejército Guerrillero de los Pobres, con
sus 75 años a cuestas, no nos dejó, sin embargo, con las manos vacías.
Nos legó su historia llena de heroicos pasajes que lo hicieron ser un
participante activo en las luchas de su tiempo, aunque mucho de lo que
hizo deba permanecer aún en el más absoluto silencio. Ese largo avatar,
iniciado desde la más profunda pobreza, le llevó un día a ser uno de los
pocos hombres, de los últimos, que combatieron a las hordas mercenarias
que derrocaron salvajemente al gobierno de Jacobo Árbenz.
Luego vendría el exilio en la Argentina en que reforzaría sus
convicciones revolucionarias junto a un valioso grupo de compañeros que,
posteriormente, como Luis de la Puente Uceda y muchos más, le
encaminarían al bello camino en que el humanismo y la solidaridad mueven
cada parte de nuestros corazones. Por ese entonces, ya había conocido a
Ernesto Guevara de la Serna, el futuro Guerrillero Heroico, con el que
trabó una inolvidable amistad.
Fue, sin embargo, un hombre de privilegios. La lucha lo llevó a
conocer a hombres y mujeres como el propio Che, como a Manuel Piñeiro
Lozada, como Bernardo Alvarado Monzón, Manuel Galich, Tamara Bunke Bider
(Tania) y otros, con los que combatió en unos casos y en otros les
sirvió de sostén en sus luchas. Tuvo también el privilegio de ser uno de
los primeros hombres de la Seguridad cubana que marchó al exterior a
defender al maravilloso y amado pueblo que lo recibió como a un hijo.
Fue quien comunico a la heroica guerrillera las principales tareas
asignadas a ella para cumplir su misión en Bolivia y le dio el
entrenamiento necesario en sus nuevas condiciones de trabajo.
La enorme modestia que lo caracterizó le impidió hablar a sus hijos,
que lo veían irse y desaparecer durante largos años, sobre el combate
anónimo que libraba. Para sus compañeros fue leal y modesto, sencillo y
tenaz, y, sobre todo, capaz de crecerse ante las adversidades y
cualquier error cometido.
Muchas ciudades del mundo lo vieron deambular usando múltiples
identidades, aunque sus compañeros solían nombrarlo con seudónimos como
Mercy, Juan, el Don, el Doctor, el Viejo, el Maestro, Felipe y muchas
denominaciones de acuerdo con la ocasión. Su vocación esencial, empero, a
pesar de ser un internacionalista por convicción, fue siempre amar a
Cuba, a Fidel y, particularmente, al Che.
Uno de sus compañeros, José Gómez Abad, lo caracterizó en las páginas
de un libro titulado “Cómo el Che burló a la CIA”, editado por la
Editorial Capitán San Luis no hace mucho, con las siguientes palabras,
en relación con su ingreso a la Seguridad en 1963: “En ese momento,
al llevarse a cabo el acto de proposición y aceptación como colaborador
de los órganos de la Seguridad del Estado (reclutamiento), se produjo el
eterno abrazo internacionalista de Carlos Alvarado Marín, Mercy, con la
causa de la Revolución Cubana, mediante la defensa de la misma de las
agresiones de sus enemigos internos y externos y el apoyo solidario a la
lucha de los pueblos explotados de América Latina”.
Posteriormente, escribió sobre mi padre: “Mercy o Juan, como
operativamente lo llamábamos, con la perspectiva de los años
transcurridos, resulta de admirar en él, cómo a pesar de duplicarnos en
edad a la mayoría de los compañeros que con él trabajábamos, siempre
mantuvo una relación de mucho respeto, siendo muy disciplinado y
generando constantes iniciativas para perfeccionar el trabajo. En él se
destacaba también su incondicionalidad militante con la Revolución
Cubana y al Comandante en Jefe, su sentido autocrítico, laboriosidad, la
relación abierta y sincera con los compañeros y su sagacidad operativa”. Finalmente, Pepe Abad, ya fallecido, caracterizó a mi padre con emotivas palabras: “Ni
los años, como tampoco los múltiples sinsabores y riesgos que afrontó
en su larga y azarosa vida, habían hecho mella en su vitalidad
excepcional y asombrosa lucidez. Hasta sus últimos momentos fue un
enamorado de la vida y de todas sus bellezas”.
Por mi parte le recuerdo, con su tabaco siempre, rebuscando en su
memoria tanto recuerdo, mientras se balaceaba en una mecedora de metal
en el patio trasero de mi casa. Su mirada recaía en mí, con reprimida
tristeza al verme pasar, pensando que su hijo, acomodado y con una
actitud cuestionable ante la Revolución, traicionaba lo que más amaba.
Le recuerdo también adolorido por sus errores, a él que siempre luchó
por ser un hombre perfecto y cargaba sobre sí el peso tremendo de su
propio sentido autocrítico.
Murió, como dije, tal como vivió: sencillo y anónimo, ajeno a las
glorias y a los reconocimientos públicos. Aún recuerdo aquella noche
triste en la funeraria de Calzada y K, cuando inexplicablemente para los
presentes le fueron retiradas sus condecoraciones, algunas ofrendas de
los líderes de nuestra Revolución y se decidió no hacerle la guardia de
honor que se merecía. Muchos lloraron de rabia ante este sorprendente
hecho, entre ellos mis hermanos y sus compañeros. El propio José Abad
explicó el suceso en su libro: “Al fallecer, circunstancias que él
también conocía, impidieron rendirle el público homenaje que se merecía y
que el propio comandante Manuel Piñeiro Lozada quería hacerle. De
haberse violado en ese momento esas limitaciones, se ponían en riesgo
importantes trabajos de los Órganos de la Seguridad del Estado de Cuba
y, sobre todo, la vida de personas que él mejor que nadie conocía y
deseaba preservar” (…)”La circunstancia a que he hecho mención era que
su hijo mayor, Percy Francisco Alvarado Godoy, el Agente “Fraile” de la
Seguridad de Cuba, se encontraba en esos momentos infiltrado dentro de
las organizaciones terroristas en La Florida.”
Confieso que mi dolor se hizo mayor al saber que en parte era
responsable de que mi padre no fuera acreedor del honor ganado en su
largo batallar por la vida. Sin embargo, me reconfortaron las
emocionadas palabras de Manuel Piñeiro que, reprimiendo las lágrimas
con toda la fuerza de su probada hombría, exclamó al despedir el duelo:
“Hoy dejamos aquí a Carlos, con la certeza de que algún día los pioneros
cubanos podrán conocer mejor la vida de este hombre, que fue modelo a
seguir por todos los revolucionarios latinoamericanos. A todos nos queda
el compromiso de hablar de él, cuando se pueda hacerlo, y decir quién
fue este hombre en realidad”.
Hoy, padre mío, compañero mío de combate, cumplo con ese mandato del
Comandante Piñeiro, para que Cuba y el mundo te conozcan finalmente. No te tengo a mi lado, pero te recordaré como brújula permanente, tal como lo mhago con el Che, Fidel y Chávez.
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