Las protestas en 170 ciudades por la decisión de no enjuiciar al policía
blanco que mató a un joven negro en Missouri demuestran que Estados
Unidos está lejos de superar su peor problema social: el racismo.
Para el estallido contribuyeron la apenas velada displicencia de McCulloch hacia los medios de comunicación, a los que señaló de ser el principal obstáculo de su investigación, y sus acusaciones contra algunos testigos, de quienes dijo que habían querido desviar la difícil investigación que él y su equipo habían emprendido.
Para muchos, McCulloch no actuó con la neutralidad esperada de su cargo, sino más bien como un abogado defensor de los derechos del agente acusado. Y aunque la decisión de no inculpar a Wilson no fue suya sino del Gran Jurado compuesto por nueve blancos y tres negros que él mismo convocó para que examinara las evidencias, es sabido que en el sistema legal estadounidense un fiscal puede imponer su criterio y hacer que los jurados acusen o no al sospechoso.
En concreto, su torpe discurso reforzó la sensación de que un juez blanco, amparado por un sistema amañado, exoneró a un agente de Policía a su vez blanco, que le había vaciado el cargador de su pistola a un joven negro desarmado, quien para colmo de males se había rendido mediante el gesto universal de levantar las manos. Como escribió el jueves en el New York Times el columnista Charles M. Blow, más allá del altercado entre Brown y Wilson, lo que está en juego en estos momentos en Estados Unidos es “si un grupo humano que ya tiene una relación frágil con un sistema de Justicia que no lo reconoce, que ha sido usado durante generaciones para subyugarlo y que abunda en desigualdades en su contra, verá aun más debilitada su frágil y ya desgastada fe en ese sistema”.
Y los hechos de las últimas semanas parecieron confirmar ese duro diagnóstico. El jueves, un agente mató en Brooklyn de un balazo en el pecho a Akai Gurley, un hombre de 28 años que bajaba por unas escaleras en compañía de su novia. Según reconoció el mismo jefe de la Policía de Nueva York, Bill Bratton, se trató de una confusión, pues Gurley era “totalmente inocente”. El lunes, es decir el mismo día que el Gran Jurado exoneró a Wilson en Saint Louis, la Policía de Cleveland abatió a Tamir Rice, un niño de 12 años que jugaba con una pistola de juguete en un parque. En el video que publicaron las autoridades se puede apreciar que los oficiales llegaron en una patrulla y lo mataron de inmediato, sin hacerle advertencia alguna. Y ese mismo día, en Florida, un oficial de Policía le disparó al carro de Brian Dennison, un hombre de 29 años que había cortado camino por un parqueadero para evitar un semáforo y tardar menos en llevarle un inhalador a su hija asmática de 6 años.
La característica común de esos tres casos es que Gurley, Rice y Dennison son (o eran) negros, y sus verdugos policías blancos. Se trata de un patrón que se repite con frecuencia. Como dijo a SEMANA Edward Telles, director del Centro para la Migración y el Desarrollo de la Universidad de Princeton, “la Policía, que por lo general está compuesta por blancos, suele reaccionar de manera desproporcionada con los negros. Existen estudios que muestran sesgos implícitos, según los cuales los agentes tienden a usar sus armas con mayor frecuencia y más rápido cuando el sospechoso es negro”.
Un análisis publicado el mes pasado por la agencia de noticias independiente ProPublica sobre los tiroteos en los que participó la Policía entre 2010 y 2012 encontró que los negros tienen 21 veces más posibilidades de caer bajo sus balas que los blancos. A su vez, según las estadísticas recopiladas por la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (Naacp), los negros tienen seis veces más posibilidades de terminar en la cárcel. Y a esa cifra se agrega que la enorme población carcelaria de Estados Unidos, de lejos la mayor del mundo, está compuesta por un 40 por ciento de negros, tres veces más que la participación de los afros en el total de habitantes del país. El fenómeno es mayormente visible en estados como Luisiana, Mississippi, Georgia, Carolina del Sur, Florida y Arkansas, donde hay una gran población negra. Como le dijo a esta revista Ousmane Power-Greene, profesor de Historia de la Universidad de Clark y especialista en los movimientos sociales y políticos de las comunidades afronorteamericanas, “la verdadera amenaza para la democracia es la encarcelación en masa de ciudadanos, en particular de los negros, que tienden a ver a la Policía como su enemigo”.
Todo lo cual ha puesto en grave entredicho los avances sociales en Estados Unidos, donde medio país hace poco más de 50 años aplicaba la segregación total. Y si bien la llegada al poder en 2008 de Barack Obama despertó enormes ilusiones sobre los cambios que podía traer el primer presidente negro, los hechos de Ferguson han servido como catalizador del enorme malestar de la comunidad negra, que desde los tiempos de la esclavitud y de la Guerra Civil en el siglo XIX viene reclamando los mismos derechos y el mismo trato que los blancos. En particular, según una encuesta publicada a finales de agosto por el Pew Research Institute, las comunidades perciben a la Policía de manera muy diferente según su raza. Mientras que la gran mayoría de los blancos (el 75 por ciento) cree que los agentes del orden tratan con igualdad a todos los grupos étnicos y raciales, solo una minoría de los negros (el 25 por ciento) comparte esa opinión.
Esa división es profunda y define gran parte de las relaciones sociales. Como le dijo a SEMANA Rodney Coates, profesor de Sociología y director del Centro de Estudios sobre el Mundo Negro de la Universidad de Miami, “quienes vienen de los suburbios blancos con un alto nivel adquisitivo, tienden a ver el crimen y la violencia de ‘las otras comunidades’ como un problema que solo se puede resolver mediante políticas más severas y mayores penas de prisión, olvidando que eso es justamente lo que se ha hecho durante los últimos 50 años”.
Y ante ese estado de las cosas, surge la pregunta sobre las consecuencias que puede traer la indignación que produjo el caso de Brown, cuya muerte desató protestas en más de 170 ciudades de Estados Unidos. Desafortunadamente los antecedentes son decepcionantes, pues ya en el pasado casos similares como el de Oscar Grant o el Trayvon Martin (muerto por un vigilante comunal en Florida) despertaron debates nacionales que no llegaron a ningún lugar. Entre tanto, miles de activistas y manifestantes, tanto negros como blancos, han hecho suya la frase de Martin Luther King, quien afirmó que “nadie se nos montará encima si no doblamos la espalda”. SEMANA
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