La agenda contrarrevolucionaria para Cuba de Washington
ha estado siempre cuajada de contradicciones y absurdos destinados a justificar
la erogación de fondos del erario constituido por las contribuciones de la
ciudadanía estadounidense que acaban engordando bolsillos en Miami y Nueva
Jersey a cambio de cierto apoyo a sectores de uno o ambos partidos que
gobiernan la nación.
Es por motivo de esos oscuros propósitos que los sectores
neoconservadores de la oligarquía estadounidense presionan hasta irracionales
límites su hostilidad contra Cuba, acudiendo al fácil pretexto de culpar de
ello a supuestas iniciativas de los grupos de presión integrados por cubanos
residentes en Miami y Nueva Jersey que en realidad no disponen de esa gran
fuerza política que les permita influir seriamente en la política doméstica de
Estados Unidos. Estos grupos son apenas parásitos que se benefician
materialmente de esa política de odio a cambio de su colaboración en
inconfesables rejuegos políticos.
Si se sigue la ruta de los argumentos de Washington
contra La Habana a lo largo del Siglo XX y lo que va del Siglo XXI se verá que éstos
han carecido en todo momento de bases racionales y que solo a fuerza de
reiteración infinita en los medios de comunicación han podido condicionar
reflejos en los receptores de la propaganda.
Primero fue la campaña de condena al naciente gobierno de
la revolución por la aplicación de justicia a cargo de tribunales legalmente establecidos a los
ejecutores de crímenes repugnantes durante los años de la tiranía batistiana,
una demanda popular que era también promesa de la jefatura revolucionaria.
Poco después vino la demonización de la revolución por la
materialización de la largamente esperada ley de reforma agraria que convirtió
en propietarios de sus tierras a los campesinos que la trabajaban.
Siguieron las que condenaban las nacionalizaciones de las
grandes corporaciones en manos extranjeras, la solidaridad con las luchas de
los pueblos hermanos del Tercer Mundo y los vínculos amistosos con la URSS y
demás países socialistas de Europa y Asía que no apoyaban la política hostil de
Washington contra Cuba.
Finalmente, en clara muestra de falta de argumentos
lícitos que contrarrestasen la presión neoconservadora a favor de sanciones a
Cuba, Washington ha acudido a lo largo de muchos años, a la que, en el caso específico de Cuba, es la menos
creíble de todos las tachas:
la violación por el gobierno cubano de los derechos
humanos de su pueblo, un tema en el que la Isla ha cultivado y afianzado de mil
maneras un enorme prestigio en todo el mundo.
Washington ha incluido a Cuba en ilegítimas listas de
países que no respetan la libertad religiosa, que promueven la prostitución o
que practican el terrorismo de Estado, acusaciones todas por las que Estados
Unidos debía ocupar el banquillo de los acusados y temas sobre los cuales La
Habana es modelo de respeto hasta el extremo del sacrificio de sus propios
intereses como nación.
El fracaso de tan insostenibles justificaciones
esgrimidas por Washington para su insensata política contra la Isla es muestra
de la incapacidad de la Casa Blanca para soportar la presión del sector
neoconservador de la oligarquía, interesado en la continuidad de las sanciones
a Cuba.
Las sucesivas Administraciones - incluso las que han
mostrado cierta racionalidad despertando esperanzas de encontrar fórmulas para
liberar a la economía y la diplomacia de su nación del lastre que significa
mantener el bloqueo y la exclusión contra Cuba durante más de medio siglo- han mantenido todo ese tiempo una gigantesca
campaña mediática de difamación contra la Isla dirigida a justificar la
desproporcionada hostilidad contra el pequeño vecino.
Pero en múltiples confrontaciones en contextos
internacionales, desde las más diversas instancias del sistema de Naciones
Unidas hasta en su Asamblea General, los pueblos y sus gobiernos de todo el
planeta han condenado casi unánimemente la política de hostilidad
estadounidense contra Cuba y han afianzado cada vez más su confianza en la
justeza de proyección internacional de la Isla. Es evidente que la tozudez de
su política hostil contra Cuba le ha hecho a Estados Unidos perder la batalla
diplomática contra La Habana.
En cuanto a la batalla de los medios, el periodista vasco
José Manzaneda ha definido con mucho acierto los verdaderos motivos de la
actuación de la oligarquía estadounidense respecto a Cuba: “En el contexto de
las naciones del Tercer Mundo, en Cuba se construye un modelo autóctono basado en la justicia
social, cuyos cimientos ideológicos, sociales y económicos –propiedad
colectiva, participación ciudadana, solidaridad nacional e internacional- son
radicalmente antagónicos con los del sistema que conforman, representan y
defienden los grandes medios de comunicación en manos del capital
internacional”.
Por Manuel E. Yepe
Julio 2 de 2014.
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