Después
vino el tan ansiado cara a cara con Mirtha, el que ambos esperábamos.
Con un entusiasmo sorprendente, fue mostrándome fotos de su Tony
lejano, pero a la vez presente en cada minuto de su vida. Allí estaba
él en la prisión, rodeado de compañeros de infortunio
que lo cuidaban y admiraban, haciendo acortar toda posible distancia
entre sus vidas y particulares destinos. Y lo noté noble y gallardo,
con la mirada siempre puesta en la tierra lejana y en sus bellas utopías
de poeta empedernido.
— ¿Crees
que realmente volverán?, me preguntó en un momentáneo
asomo de desesperación.
— Sí,
le respondí, está en juego no sólo la palabra de Fidel,
sino la vergüenza de todos nosotros. Somos millones, Mirtha, los que
luchamos por su libertad.
Cuando
una amiga ve avisó que Mirtha Rodríguez, la madre de Antonio
Guerrero, quería verme para hacerme entrega de una carta de Tony,
su hijo prisionero injustamente en una cárcel norteamericana, una
gran emoción me invadió y sólo atiné a calmar
la sorpresa y el nerviosismo con un profundo suspiro. Me alertó
también la oportuna emisaria que ese preciso día, jueves
22 de mayo, era el cumpleaños de la admirable mujer a quien había
sentido tan cercana a mí desde el momento en que nos abrazamos durante
el lanzamiento de mi libro “Confesiones de Fraile”.
Muchos
pensamientos me invadieron al vestirme y cuando me disponía
a marchar a su encuentro, siendo el principal de ellos: esta visita anunciada
me ponía en el honroso compromiso de estar junto a Mirtha, representando
en parte al hijo ausente, y darle con mi abrazo un poco de él en
la ocasión especial de su onomástico. Tengo que representarlo,
me
dije, con orgullo y dignidad. Es eso lo que ella merece y espera
de mí, no otra cosa.
Salí
en mi auto y busqué apresuradamente una florería. A pocos
minutos de mi casa encontré una.
— Flores blancas,
me aconsejó la bella muchacha parada detrás del mostrador.
Sin embargo, quise colocar dentro de las nevadas rosas un hermoso príncipe
negro. No buscaba simplemente un contraste. Algo me decía que, al
hacerlo, le llevaba el corazón de su hijo. Tony es de esos hombres,
pensé, cuya pureza no representa la blancura sino el color
mismo de la sangre. Es del linaje de los héroes y ellos, indiscutiblemente,
son como páginas escarlatas en el libro de nuestro tiempo.
Apenas me senté
en la pequeña pero hermosa sala, la cumpleañera puso en mis
manos un enorme sobre.
— Son las cartas
de Tony, me dijo. Y en sus ojos contemplé, sin poder evitarlo, la
enorme tristeza que escapaba de ellos, tan igual a los arroyos incontenibles
que nos brotan del alma cuando una pena nos la invade.
Confieso que
sentí un enorme deseo de volver a abrazarla, pero el timbre del
teléfono cortó mi intento. Era Olga Salanueva, la esposa
de René.
Mientras ellas
conversaban entre sí, abrí el sobre con las manos temblando
de emoción. La cercanía del héroe conmocionó
todo mi ser y me sentí, más que nunca, un ser privilegiado.
La oportunidad de recibir unas letras de Tony representaba para mí
no sólo una inmerecida distinción sino también un
enorme compromiso con él y con sus compañeros de prisión.
Entonces mis
ojos fueron devorando el mensaje y descubriendo, en aquellos trazos
regulares y firmes, la dimensión del hombre que las enviaba:
Nos llegó
su carta abierta y su necesario e interesante libro. Nada podrá
detener la fuerza de la solidaridad y de la razón. Su ejemplo está
presente cada día en nuestra firmeza y nuestra convicción
en el triunfo. Perdóneme mis cortas líneas, infinita es la
admiración, como lo es el aprecio.”
¡PATRIA O MUERTE! ¡VENCEREMOS! Un fuerte abrazo
Antonio
Guerrero Rodríguez
—Tiene razón
Tony, murmuré en voz alta y sin poder evitarlo. Basta sólo
con ver cómo varios ramos de flores adornaban la soledad de su madre
y en ellos estaba presente la solidaridad de todo su pueblo hermano, agradecido
por su sacrificio y endeudado para siempre con su ejemplo. La solidaridad
es algo que nunca entenderán nuestros enemigos, porque su sistema
se basa esencialmente en la individualidad y la indolencia. Como reza el
viejo refrán: A balazos de plata y bombas de oro, rindió
la plaza el moro, y con esa percepción de la realidad se lanzan
a buscar acólitos dentro de nuestro pueblo, a fabricar una quinta
columna dentro de nosotros para lograr el golpe artero por la espalda.
No creo que valga la pena comparar a Tony y a sus compañeros con
estos traidores, pues a ellos ni la prisión ni el oro puede doblegarlos.
Y las sorpresas
de la tarde fueron aún mayores cuando tuve la oportunidad de hablar
brevemente con Olga. Por ella supe que René estaba bien de salud
y firme como una columna de granito. Supe también que su deseo insatisfecho
era poder leer mi libro y buscaba con insistencia el que se lo hicieran
llegar.
¡Qué orgulloso me sentí entonces! Comprobé
que mis temores iniciales sobre escribir mis experiencias como agente habían
sido infundados y bien valía la pena que el mundo conociera la verdad
sobre el terrorismo contra Cuba. Hay que denunciar hasta el cansancio y,
si las fuerzas nos flaquean, pensar en ellos, en su noble encierro, para
seguir adelante en el empeño.
Supe por ella,
también, que nuestra común e incansable amiga Graciela tenía
unas fotos de la pequeña Ivette, aquella niña capaz de guardar
todo el mar en sus ojos y representar una gota de ternura en el complejo
trance que vive su familia. na de ellas es para mí, lo sabía,
y juré tenerla en mi sala junto a las de mis seres más queridos.
Después
vino el tan ansiado cara a cara con Mirtha, el que ambos esperábamos.
Con un entusiasmo sorprendente, fue mostrándome fotos de su Tony
lejano, pero a la vez presente en cada minuto de su vida. Allí estaba
él en la prisión, rodeado de compañeros de infortunio
que lo cuidaban y admiraban, haciendo acortar toda posible distancia
entre sus vidas y particulares destinos. Y lo noté noble y gallardo,
con la mirada siempre puesta en la tierra lejana y en sus bellas utopías
de poeta empedernido.
— ¿Crees
que realmente volverán?, me preguntó en un momentáneo
asomo de desesperación.
— Sí,
le respondí, está en juego no sólo la palabra de Fidel,
sino la vergüenza de todos nosotros. Somos millones, Mirtha, los que
luchamos por su libertad.
— Es que a
veces me preocupo mucho por su salud, me confesó con evidente
desasosiego. No soportaría que algo le sucediera. Ahora está
en el hueco y sé que está muy delgado. Sufre mucho por el
dolor de las encías y sé que no se queja con facilidad.
Y para esperanzarla,
le dije que tuviera fuerzas y resistiera. Le comenté que, incluso
dentro de la desgracia de tenerlo prisionero, debía pensar que al
menos estaba vivo. Otros compañeros han sido asesinados en el anonimato
y sus familiares ni siquiera saben todavía su condición de
mártires de nuestro pueblo. Pasarán los años, sentencié,
y jamás sus familiares podrán saber la verdad. Así
pasó con Tony Santiago.
Ella captó
el mensaje y recobró las fuerzas. Con una sonrisa que le brotó
de la esperanza renacida, me dijo:
— ¿Quieres
un trago de ron?
Entonces bebí
con ella y me sentí feliz también yo. Había ido hasta
allá a buscar cada pedazo posible del héroe distante y lo
encontré en su madre heroica y batalladora, en su terca esperanza
por recuperarlo enteramente para las calles de su barrio y para su pueblo
que lo admira. Lo encontré también fundido en el acero y
en la llama que brota de los versos escritos aquel 19 de marzo del 2003,
mientras estaba encerrado en el hueco:
LA VERDAD SOBRE UN HOMBREA mis hermanosEl naciente destello de la aurora
no penetra en tu celda opaca y fría.
¿Cómo saber si el cántico del día
ya ha sonado o está sonando ahora? No eres tú de la estirpe del que implora,
del que sucumbe en la melancolía.
Tú eres de los que dan al mundo su alegría
y sufren cuando el mundo triste llora.
Y a pesar del maltrato, no hay despecho
hacia el que errado usa tu renombre
sin saber lo que llevas en el pecho.
Es la moral un don, la gloria un nombre
y eso lo sabes tú, quien sólo ha hecho
demostrar la verdad del hombre al hombre.
Y cuando me marchaba después de darle un beso a la madre del poeta, pensé que había valido la pena este encuentro con Tony, pues él estuvo siempre presente entre nosotros. Pensé también, lo confieso, que recibí una poderosa inyección de ternura y salí humanamente más fortalecido. Sentí también el sano orgullo de sentirlos, a Tony y sus hermanos, mis compañeros de trinchera.
Ahora, me dije,
estoy convencido de que no pararemos hasta hacerlos volver a nuestro lado.
Percy Francisco Alvarado Godoy
Ciudad de la
Habana, 27 de mayo del 2003
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