Señor Brigadier General Rubén Darío Alzate:
La gran prensa y el anecdotario colombiano, cada día más asimilables
por obra del monopolio en la propiedad de los grandes medios, suelen
construir frases altisonantes con relación al conflicto colombiano.
Ahora han puesto de moda aquella que, haciendo relación a su caso,
habla del primer general en servicio activo que cae en manos de las FARC
en cincuenta años de guerra.
Se trata de un caso excepcional y rarísimo, aunque también podría
indicar que la agudeza de la confrontación empieza a afectar las más
altas jerarquías del mando militar, algo impensable hasta ahora. Desde
luego esta última interpretación no resulta del agrado del
Establecimiento, que prefiere adjudicar el hecho al azar o incluso a su
negligencia personal.
El primero en hacerlo fue curiosamente el Presidente Santos, quizás
afectado por el hecho de que hubiera sido el senador Uribe el encargado
de publicar la noticia. Antes que expresar algún tipo de preocupación
por la vida o la libertad de un general de la República, había que salir
a exigir explicaciones sobre sus motivos para estar exponiéndose de tal
modo.
Sin reparar en que dicho cuestionamiento ponía en evidencia una verdad
inocultable. Nadie que baje la guardia un segundo, ni siquiera el
comandante de una fuerza multidisciplinaria de combate, aun en medio de
su área de operaciones, se encuentra a salvo de una acción de la
guerrilla en Colombia. Desalentador mensaje a la confianza
inversionista.
Días atrás, en zona rural de Tame, una patrulla de la Fuerza de Tarea
Quiron también había sido sorprendida por las FARC, que se había llevado
consigo a dos soldados profesionales. El teniente y cuatro policías más
del puesto de policía de la isla Gorgona en el Pacífico perecieron dos
semanas después, en una acción relámpago de las FARC que sorprendió por
su audacia.
Y sólo menciono acciones militares ampliamente registradas por los
medios. Usted y yo sabemos que son muchas las que se presentan por todo
el país, de cuya realización se evita dar cuenta. No se quiere ahuyentar
capitales, ni dar protagonismo a unas FARC a las que se insiste en
presentar vencidas. Su captura ha contribuido sin duda a poner las cosas
en un lugar más justo.
En primer lugar en cuanto a nuestra reducción. No voy aquí a magnificar
nuestras fuerzas, pero es innegable que son mayores que lo que predica a
diario el señor ministro de defensa. Usted tuvo oportunidad de marchar
con unidades nuestras en medio de la enorme persecución ordenada, y sabe
bien que tampoco están integradas por los seres perversos descritos en
los partes oficiales.
Conversó tranquila y largamente con varios de nuestros mandos y
combatientes, después de ser detenido y conducido por ellos. Estoy
seguro de que el tema de la paz y las conversaciones de La Habana
hicieron parte de esos intercambios. Por lo que dicen nuestros muchachos
al respecto, usted tampoco pareció un hombre intolerante y rudo, sino
alguien con el que se podía hablar.
Un general de la República y su objetivo de alto valor sentados frente a
frente, en medio del invierno implacable de la selva chocoana, quizás
prefiguran lo que podía ser Colombia en un escenario de reconciliación.
Si el capturado hubiera sido el nuestro, las cosas habrian sido muy
distintas. Lo deseable, si queremos la paz, es que las cosas dejen de
ocurrir de ese modo.
Por otra parte, su detención también brindó espacio a otras realidades.
Es cierto que el Presidente Santos reaccionó precipitadamente al
suspender los diálogos de paz, condicionando su reanudación a su pronta
liberación. Pero también lo es que paralelamente envió en secreto un
propio a plantear alternativas. Es claro que no se trata igual a un
general que a unos soldados.
Ya lo habíamos constatado con los policías y militares que
permanecieron largos años en condición de prisioneros de guerra a la
espera de un canje por los nuestros. La opción entonces fue difamar de
nuestras propuestas y acciones, sin reparar para nada en el drama de los
detenidos, condenados a un prolongado cautiverio. Habría sido muy
distinto con un diálogo al respecto.
En realidad todo en Colombia hubiera sido muy distinto si la oligarquía
liberal conservadora dominante hubiera aceptado dialogar en busca de
soluciones pacíficas y democráticas a los diversos problemas generados
en la Colombia rural. Para la historia quedaron las múltiples peticiones
elevadas en ese sentido por los campesinos de la colonia agrícola de
Marquetalia.
Todavía seguimos destinados a suministrar recursos energéticos, mineros
y de biodiversidad a los grandes centros de la economía mundial, a la
vez que a ser receptores de las mercancías producidas en ellos, hasta el
extremo de que los alimentos locales y la economía campesina que los
produjo en el pasado, se hallan condenados a desaparecer en beneficio de
la importación.
Intereses ajenos a nuestra realidad, como la guerra fría, impusieron la
doctrina de seguridad nacional a las fuerzas armadas colombianas, con
sus correspondientes secuelas de violaciones a los derechos humanos y el
alzamiento armado, situación que se agravó aún más con la imposición de
las llamadas guerras contra las drogas y el terrorismo, que no eran ni
de cerca nuestras.
Es hecho comprobado que la noción de narco guerrillas ideada por el
embajador norteamericano Lewis Tambs en 1984, cuando vinculó sin el
menor respaldo probatorio a las FARC con el famoso complejo cocainero de
Tranquilandia, no tenía otro propósito que disimular la alianza entre
el Pentágono, la CIA y las mafias colombianas para dotar de armas a la
contra de Nicaragua.
Pero aunque el propio Congreso estadounidense descubrió y publicó la
trama que vinculaba al gobierno de Ronald Reagan y a Lewis Tambs con los
carteles de Medellín y Cali, en un sucio negociado que enriqueció al
extremo a personajes como Gonzalo Rodríguez Gacha y Pablo Escobar,
fuimos las FARC quienes terminamos cargando el famoso sambenito.
Triste papel le ha correspondido desempeñar a las fuerzas armadas
colombianas, convertidas en un simple apéndice de Norteamérica, en
fenómenos criminales como la desaparición forzada, las ejecuciones
extrajudiciales, el paramilitarismo, el desplazamiento y el destierro de
centenares de miles de compatriotas, sólo para servir a intereses
geopolíticos de los Estados Unidos.
Las FARC-EP estamos empeñadas desde siempre en la reconstrucción y
reconciliación nacional, sobre bases de soberanía, independencia,
desarrollo económico y justicia social. Fuimos obligados a hacer la
guerra, por lo que estamos dispuestos a dejarla si realmente se
garantiza en nuestro país el debate libre y abierto de ideas, sin odios
ni persecuciones. Si se abre la democracia real.
Creemos, general Alzate, que alguna voz cuerda debe brotar del seno de
las fuerzas armadas, tras medio siglo de fallidas operaciones para
exterminar la oposición política. Las viejas concepciones de la guerra
total deben ceder ante otras nociones de seguridad que enfaticen en los
verdaderos intereses nacionales, los de las grandes mayorías, no los de
unas élites adineradas y egoístas.
Nuestro comandante Manuel Marulanda Vélez siempre mostró interés por
dialogar con los mandos militares sobre el tema de la paz, lo cual nunca
se ha permitido bajo la excusa de que las fuerzas armadas no son
deliberantes. Ustedes saben tan bien como nosotros que no es así. Su voz
pesa y define muchas cosas. Es mucho lo que podríamos hablar sobre eso.
Timoleón Jiménez,
Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Montañas de Colombia, 30 de noviembre de 2014.
ANNCOL
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